EL sector del automóvil está doblemente preocupado. A la angustia generada por la pandemia que azota al planeta se añade la inquietud por las múltiples repercusiones económicas y sociales de la misma. Esos efectos negativos ya han comenzado a padecerse. La medida que decretaba la paralización de las actividades obligó a los concesionarios a bajar la persiana desde mediados de marzo, reduciendo sus operaciones, es decir, sus ingresos, casi a cero. Sin clientes ni posibilidad de buscarlos, los distribuidores de coches han cerrado un balance mensual desastroso. El dato estadístico del 71,12% de caída del mercado registrado en Bizkaia es elocuente y da para un titular llamativo. No obstante, un poco de perspectiva al analizar las cifras revela que en los diez días operativos de marzo se mantuvo el mismo ritmo del año. Se vendieron 426 turismos y todoterrenos (no van incluidos los vehículos comerciales); 365 fueron entregados durante la primera quincena y 61 se matricularon tras el cierre de instalaciones. Enero y febrero acumularon 1.944 operaciones en 41 jornadas hábiles. Esas cifras arrojan un promedio de venta diaria en marzo semejante al de 2020 (42,6 frente a 47,4 unidades); también confirman la tendencia negativa del mercado en lo que va de año. Así que el verdadero problema radica en lo que está por venir, no tanto en lo sucedido hasta ahora. Más que las pérdidas que ya ha comportado esta situación, lo que angustia a las empresas del sector es la incertidumbre de no saber cuánto va a durar la crisis y cómo salir de ella.