Subh nació en el reino de Pamplona -no se conoce el lugar exacto-, probablemente en la década de 940. En aquel periodo histórico, la dinastía omeya dominaba casi por completo la península ibérica, a excepción de los incipientes reinos cristianos del norte.

La navarra debió ser hija de nobles y casi adolescente viajó hasta Córdoba, junto a su hermano gemelo Raiq al-Mawla (su nombre en árabe) para ir a vivir al harén o serrallo de Medina Azahara, la ciudad palatina mandada edificar por Abderramán III a unos ocho kilómetros de Córdoba, a los pies de Sierra Morena. Al parecer, los envió allí la reina Toda de Pamplona, que curiosamente era tía carnal de Abderramán. Era costumbre en aquella época sellar los tratados entre soberanos con estos presentes humanos, una suerte de rehenes regios.

En Córdoba, una ciudad con medio millón de habitantes, setecientas mezquitas, trescientos baños públicos y setenta bibliotecas, Subh era conocida como al-Baskunsiyya (la vascona). Cuentan las crónicas musulmanas que era muy bella, muy del norte, el estereotipo de mujer que gustaba mucho a los califas omeyas y a los nobles andalusíes.

Allí fue educada en la cultura islámica, dejó atrás sus creencias cristianas, y aprendió jurisprudencia, canto, poesía y tradiciones. Pero las aspiraciones de la joven dentro del harén, que contaba con unas seis mil trescientas mujeres y eunucos, eran muy ambiciosas; su objetivo era que el viejo al-Hakam se interesase por ella. Y dicho y hecho. Conocedora de las inclinaciones sexuales del califa, comenzó a vestirse con prendas de hombre y adoptó la figura y modales de un efebo, siguiendo así la moda impuesta en Bagdad por las mujeres de la alta sociedad.

También quiso que la llamasen por el nombre masculino de Yafar. Rápidamente atrajo el interés de al-Hakam que la convirtió en su favorita. En 962 fue ascendida a Umm Walad (madre del hijo del califa) al darle un vástago varón (Abderramán) al califa. Inmediatamente al-Hakam la colmó de riquezas y tierras, aunque en la práctica pertenecían al estado. Hoy en día se conserva en el Museo Arqueológico Nacional el llamado bote de Zamora, una cajita de marfil labrada que un alto funcionario le regaló a Subh por este nacimiento. Lamentablemente el niño falleció a los ocho años.

Su segundo hijo, Hisham ben al-Hakam, nacido en 965, se convirtió automáticamente en el heredero al trono con el nombre de Hisham II. Como integrante del serrallo, la navarra tenía una vida muy restringida, como era habitual en el califato, pero al-Hakam, en agradecimiento por haberle dado dos hijos varones, le permitió deambular fuera de Medina Azahara.

El pequeño y enfermizo heredero siempre mantuvo en vilo al califa. La curación de viruela o la primera lección que recibió el niño en palacio eran motivo de regocijo para conceder limosnas o celebrar fastuosas fiestas en Córdoba. Ser la favorita de al-Hakam y la presencia de su hermano en la administración se convertían para Subh en recursos más que suficientes para disponer de cierta maniobrabilidad política, en un espacio no exento de intrigas ante el empeoramiento de la salud del soberano. La enfermedad que padecía al-Hakam hacía que la densa actividad política andalusí recayera progresivamente en el primer visir, Yafar al-Mushafi, y en Almanzor.

Almanzor: amor y odio

Las vidas de Subh y Abu Amir Muhammad ben Abi Amir al-Maafirí (Almanzor), un joven de origen yemení nacido en una alquería a las afueras de Torrox (Málaga), se cruzaron en 967. La vascona se había quedado sin intendente que administrase los bienes de sus hijos y le pidió al primer visir que le buscara uno. En aquel momento, Almanzor trabajaba como katib (un escribano del montón) en las oficinas del cadí (juez) de Córdoba.

Una vez en el cargo, el yemení buscó el modo de acceder a los círculos palatinos y la forma de seducir a Subh. En 976 muere al-Hakam de un ataque de hemiplejía y es designado nuevo califa su hijo Hisham, que gobernaría, dado que contaba con once años, bajo la regencia del chambelán, con Almanzor como visir y el apoyo de su madre. Por vez primera, una mujer tomaba las riendas del poder califal en al-Andalus. De manera que, entre los años en 976 y 996, Subh ejerció un poder político real, algo inaudito en las mujeres musulmanas de aquella época y en la actual.

Si la Sayyid al-Kubra (princesa grande), otro de sus títulos, dominaba el alcázar califal, núcleo administrativo y económico, Almanzor controlaba el ejército y la policía. Sin embargo, las actuaciones de la princesa iban quedando relegadas a un segundo plano por el vertiginoso ascenso del yemení, quien en el camino hacia la cúspide no dudó en usar distintas artimañas para eliminar física o políticamente a quienes le hacían sombra, incluido su hijo mayor, el rebelde Abdalá, que murió decapitado por orden suya.

La construcción en 978, por parte de Almanzor, de Medina Alzahira, ciudad palatina situada al este de Córdoba capital, suponía la materialización de un nuevo gobierno donde él mismo planeó trasladar todas las instituciones del estado.

En sus ambiciosos planes solo estorbaban Subh e Hisham, a quienes recluyó en el alcázar y los aisló más si cabe del exterior circunvalando el palacio con un foso. Madre e hijo quedaban de este modo incomunicados y custodiados por un guardia que no permitía la entrada a nadie. Al lado de Almanzor, el califa casi se había convertido en una imagen sin significado y la princesa, cautiva, seguía los acontecimientos sin dar crédito a lo sucedido.

La navarra no concebía cómo el que había respaldado en su vertiginosa carrera política traicionaba las leyes de sus antepasados contra el islam y la dignidad de los omeyas, al asumir casi con totalidad las funciones que mermaban el poder de su hijo.

Solo le quedaba un arma en su lucha contra tal desafío: controlar la vida interna de palacio e iniciar un levantamiento contra el tirano a fin de poner en su sitio a Hisham. Subh urdió un plan, junto con el virrey de Africa, Ziri Ben Atiya, que consistía en robar el tesoro privado de la familia real, ochenta mil dinares de oro. Sabía que contra Almanzor no quedaba otra opción, este dinero servía de refrendo a tal premeditada conspiración.

Con astucia, y ayudada por su hermano y una facción de esclavos leales, consiguió que el robo casi pasara desapercibido a los ojos de los guardias que custodiaban el tesoro real. La princesa entró en la cámara y escondió las monedas en vasijas que cubrió con una gruesa capa de miel, mermelada y frutas.

El plan no dio resultado y las intenciones de Subh llegaron a oídos de Almanzor, quien alertado ante una inminente rebelión decidió reunir una fuerza militar. Poco después, el hijo de Almanzor, Abd al-Malik, procedió a trasladar el tesoro real a Medina Alzahira despojando a la navarra de su arma más potente.

Solo un último y demagógico recurso le quedaba a la princesa en la legítima defensa de Hisham: la distribución de limosnas, así como la compra de apoyos. Pero ya era demasiado tarde. Un año después desfiló públicamente por las calles de Córdoba formando parte de un cortejo presidido por Almanzor, Abd al-Malik y el califa Hisham que se mostró ante el pueblo con el rostro descubierto.

Tradicionalmente las mujeres de los califas no solían verse en los actos públicos, pero la imagen de una Subh sometida, despojada y postergada públicamente simbolizaba el poder relegado de una mujer por parte de aquel que la utilizó para adquirirlo. La esclava vascona, esposa y madre de califas, falleció entre los años 998 y 1001 y fue enterrada en el alcázar de Córdoba.

Cuentan las crónicas musulmanas que Almanzor caminó descalzo junto a su féretro y que depositó una limosna de quinientos mil dinares ante su tumba. Poco tiempo después, en 1002, el dueño omnímodo del poder en la Córdoba califal durante un cuarto de siglo fallecía en Medinaceli (Soria) a los 75 años. Y allí fue sepultado.

Ruinas de Medina Azahara.

Medina azahara, la ciudad perdida

Madinat al-Zahra o Ciudad Resplandeciente fue construida entre los años 979 y 987 por orden del primer califa omeya Abderramán III en las faldas de la serranía cordobesa, al noroeste de Córdoba capital. La ciudad palatina fue concebida como la nueva sede del gobierno del califato y como lugar de residencia del califa. En 929, Abderramán se autoproclamó máximo dirigente político y religioso del islam, y como sucesor del profeta Mahoma, quiso gobernar desde una edificación monumental a la altura de su dignidad. El complejo no solo fue un palacio, sino una auténtica urbe dotada de una organización urbanística en cuyo interior se desarrollaba la administración civil y militar del nuevo estado. También se convirtió en símbolo de la independencia del soberano omeya frente a los califatos islámicos orientales; el abasí de Damasco y el fatimí de Egipto. Estuvo en pie setenta años. Gracias a que ni su estructura ni su ornamentación han sido alteradas con modificaciones posteriores, hoy en día es posible hacerse una idea muy aproximada de la forma que pudo tener en su época. Dentro del complejo arqueológico se pueden visitar, entre otros espacios, el salón del trono, conocido popularmente como el salón rico, gracias a su minuciosa decoración en ataurique, el gran pórtico oriental, una espectacular arcada que daba la bienvenida a las embajadas que venían a visitar al califa, o la vivienda del visir Yafar, cuya fachada hace gala de una soberbia decoración. La visita concluye en el centro de interpretación, lugar donde se exponen los restos arqueológicos más importantes aparecidos en el yacimiento. Medina Azahara fue declarada Patrimonio Mundial de la Unesco en 2018 y con sus 113 hectáreas de superficie amurallada sigue constituyéndose como el mayor conjunto arqueológico de toda España.

La elección de su ubicación no fue casual. Según unos antiguos presagios, la ciudad que allí se levantase acumularía todo el poder y lo perdería la dinastía omeya. Allí se alojaron Almanzor, sus esposas, sus hijos, sus parientes cercanos, siervos, funcionarios civiles, funcionarios religiosos y soldados, entre otros. La ciudad-fortaleza apenas duró en pie veinte años escasos, antes de ser destruida durante la fitna de Al Andalus, el enfrentamiento interno que acabó con el califato de Córdoba y dio lugar a los primeros reinos de taifas. En la actualidad, sus ruinas siguen objeto de peregrinación para muchos amantes de la historia. En el Museo Arqueológico Nacional se encuentra expuesta una pila para abluciones con dos águilas enfrentadas y una cenefa en árabe que indica que era un encargo para el alcázar de Azzahira terminado en el año islámico 376 (987 o 988 d. C.).