Santiago Gamboa ha escrito un ‘thriller religioso’ titulado ‘Será larga la noche’, una advertencia novelada sobre cómo las iglesias evangélicas pentecostales están poniendo contra las cuerdas a la democracia en América Latina.

Comenta en el comienzo de la entrevista que su apellido tiene mucho que ver con Euskadi, aunque nunca ha encontrado datos concretos sobre sus raíces vascas. Santiago Gamboa, escritor colombiano, tiene alma viajera y se siente cómodo allá donde vaya. Después de un periplo por varios continentes, volvió a su país hace cinco años. Finalizó 2019 con una nueva novela, Será larga la noche, a través de cuyas páginas los lectores pueden comprobar hasta qué punto las iglesias evangélicas pentecostales influyen en el mundo de la política, y cómo manejan como títeres a sus fieles. Están detrás de la derecha y de la ultraderecha, y desde luego, envuelven las victorias de Bolsonaro y Trump.

Será larga la noche, ¿en qué género situamos un libro que habla del poder de la religión?

Es una novela de investigación, una novela negra, aunque no tiene todos los elementos clásicos de este género.

¿Qué le falta?

No tiene un detective que investiga, porque es una periodista quien hace la investigación. Esta mujer quiere entender qué es lo que sucedió en un combate por unas carreteras un poco perdidas de Cauca, un departamento de Colombia. Tres automóviles entran en una hondonada y son emboscados por un grupo de desconocidos que desde la oscuridad les disparan. Hay un fuerte combate. Llega un helicóptero artillado y se decide quién gana y quién pierde ese combate. Rápidamente limpian la carretera y se llevan todo, de manera que no quede ni rastro.

¿Cómo se entera la periodista de su libro del combate que se ha librado si no han dejado ni rastro?

Porque nadie se ha enterado del combate, excepto un niño que estaba subido a un árbol y lo ve todo. Es el niño el que da una alarma anónima y a partir de ahí, investigando lo que pasó, la periodista y una colaboradora suya llegan al mundo de las iglesias evangélicas pentecostales.

¿Están esas iglesias metidas en el tiroteo que relataba antes?

Y en muchas más cosas. Estas iglesias están dirigidas por pastores. Es un mundo muy masculino, por eso elegí una periodista mujer. Las iglesias evangélicas pentecostales tienen una gran influencia en los sectores más frágiles de la población, en los más pobres y menos educados de la sociedad, sobre todo en América Latina.

¿Qué influencia real tienen?

Están en todos los países de América Latina, progresan muchísimo y tienen cada vez más influencia en el mundo política.

Sin embargo, allá siempre ha tenido una preponderancia alta la iglesia católica.

Sí, pero el catolicismo de Roma y estas iglesias son totalmente diferentes. Estos pentecostales se basan solo en el Nuevo Testamento. De alguna manera, lo que hacen es entrar suplantando al Estado. Cuando una de estas iglesias llega a una comunidad el pastor empieza inmediatamente a inmiscuirse en los problemas de la gente. Ayuda, pero con un costo económico.

Ayudar mediante un pago parece chantaje.

Se podría entender así. La gente les debe pagar con el 10% de su salario, y no es voluntario, sino obligatorio. Esto es la pura realidad. La otra iglesia, la de Roma, tiene costes voluntarios, y tú pagas si quieres. Los pentecostales son grandes captadores y tienen mucho dinero, además de una influencia política impresionante.

¿Dan directrices políticas los pastores a sus fieles?

Sí, claro. Es gente poco educada y con grandes problemas: hay prostitución, narcotráfico, drogadicción, alcoholismo, violencia intrafamiliar? Son sectores donde los problemas hacen que la gente se convierta en muy dependiente, y las iglesias evangélicas pentecostales son los lugares donde se va a buscar soluciones a los problemas. Pero arreglar estos temas no es algo que tendría que hacer una iglesia, sino el Estado.

La influencia social está clara, pero ¿hasta dónde llegan estas iglesias en materia política?

Su expansión ha puesto la democracia de América Latina contra las cuerdas. Están llevando al poder a monstruos como el de Brasil, Bolsonaro, y también están detrás de Trump. Hay países en los que directamente el presidente es un pastor. En Colombia esta influencia religiosa fue tremendamente importante durante el proceso de paz.

En contra, supongo.

Exacto. Ellos estaban chantajeando al Estado porque iba a empezar a cobrar impuestos a la iglesia evangélica. En Colombia hay partidos políticos de esta religión, hay senadores, miembros del gobierno... Es una realidad política que pone contra las cuerdas a la democracia, por eso me pareció apasionante el tema para escribir una novela.

Su relato dibuja una mafia religiosa.

Hay pastores que no se comportan como tales, pero muchos sí, y son los mafiosos del siglo XXI. El político de cada región va a donde el pastor y le pregunta cuántos votos tiene. Así funcionan las iglesias evangélicas, como las mafias del siglo XXI

Y esos votos de los que habla se venden, ¿no?

Se venden por dinero o por favores políticos. Se han vuelto agentes de corrupción, su economía no está vigilada y muchos de ellos lavan el dinero del narcotráfico. También hay pastores que no son así y que funcionan de otra forma y sí ayudan a la gente, hay que decirlo.

Pero la mayoría?

Está dentro de esa mafia que día a día crece y se expande.

¿Existe choque de religiones entre pentecostales y católicos?

Sí. En Colombia, con el plebiscito, se quería que la gente dijera sí o no al acuerdo de paz. La iglesia católica dijo sí, lo que es absolutamente natural, ¡cómo una iglesia va a decir que no a la paz! Sin embargo, los otros, que también son religiosos, dijeron que no. Estaban haciéndole un chantaje al Estado. Toda la curia romana importante de Colombia dijo que había que ir a la paz, pero los otros se enquistaron en el no. Entonces los evangélicos tenían un millón de votos y ganaron por 50.000, que fueron los definitivos. Hoy, tienen más votos, cerca de tres millones.

Además, el apoyo político tiene un signo muy claro.

Va a los partidos de derechas y ultraderecha. Nunca van a ir hacia la izquierda.

Pero la influencia de estas iglesias no trasciende a los medios de comunicación, al menos no a los europeos.

En Colombia, la derecha y la ultraderecha tienen una mirada conservadora del pasado y quieren que todo quede estático. Ellos son propietarios de tierras, tienen gigantescos latifundios, muchos son ganaderos, otros son empresarios y no quieren que la sociedad cambie. La guerra de las guerrillas tienen unas causas, y esas causas son sociales: la desigualdad económica y las carencias en salud y educación. Estas iglesias han entrado con fuerza en Colombia y en Brasil porque necesitan un terreno abonado por la miseria y la ignorancia. Desde Europa se ve la mano política, pero no la religiosa.

Los acuerdos de paz serían demasiado progresistas para los terratenientes colombianos...

Sí. No solo eran para terminar la guerra, sino también para acabar con las causas de la guerra. Se hablaba de educación, de sanidad, de igualdad?

Y las derechas colombinas ven mucho más conveniente la ignorancia.

Por supuesto. Es algo que sucede en todos los lugares donde está la derecha.

¿De dónde surgen estas iglesias?

Estas iglesias llegan a partir de los años 70 desde Estados Unidos para hacer la contra al catolicismo de izquierdas, el de la Teología de la Liberación. Se instalaron en todos los países amazónicos a través de una institución que se llamaba Instituto Lingüístico de Verano. Llegaban los jóvenes pastores a enseñar inglés de una forma gratuita para colaborar con la educación de la gente, pero lo enseñaban mediante el Nuevo Testamento. Brasil fue el país donde antes intervinieron, y luego se fueron extendiendo.

Pues Brasil fue el país donde primero apareció la Teología de la Liberación...

Sí, allí estaba Rubem Alves, que trabajaba con su cruz y con su sotana al lado de los campesinos. Defendía las tierras amazónicas, se ponía del lado de los más necesitados, y eso no gustaba nada a los latifundistas, así que fueron entrando las iglesias evangélicas.

Ha vuelto a Colombia, donde se supone que este libro habrá molestado a ciertos sectores políticos y religiosos.

Volví hace cinco años y sí, claro que ha molestado, y hay cerca de 3.500 iglesias de este tipo. He recibido todo tipo de amenazas e insultos, pero ahora estoy en otra fase. Empiezan a perdonarme; es que son iglesia y tienen la obligación de perdonarme...

¿Usted se lo cree?

Ja, ja, ja? Vamos a confiar.

¿Por qué le interesó este tema?

Cuando era más joven siempre pensé que Colombia era un país muy desdichado. Tenía problemas que no tenía nadie alrededor. Teníamos guerrilla cuando ya nadie la tenía; teníamos narcotráfico cuando aún nadie lo tenía? Me preguntaba por qué Colombia era como el hijo problemático de toda la región. Después, el proceso de paz me enseñó algo muy importante: la pacificación de una sociedad no significa dejar de tener problemas.

¿Le parece imposible dejar de tener problemas en Colombia?

Y en cualquier parte. Una sociedad donde conviven humanos de diferentes ideas y condiciones será por definición una sociedad donde hay conflictos. No se trata de no tener problemas, se trata de tener mejores problemas, problemas que estén más acordes con la modernidad y el siglo XXI. Las iglesias evangélicas, que no las hay solo en Colombia, se me hace que son un problema más moderno desde el punto de vista de todos los anteriores que ha sufrido mi país. Este es un problema de toda la región y nos afecta igual, de alguna manera, a todos: Haití, las islas del Caribe, América Central, Sudamérica, Estados Unidos, Canadá? Lo compartimos con la totalidad del continente.

¿Son conscientes los ciudadanos de lo que supone la presencia de estas iglesias?

Sí, porque convive con ellas. Además, son iglesias con los nombres más increíbles del mundo: La nueva alianza de Jesucristo, La casa de Jerusalén? Hay incluso quien adora a las serpientes por una historia que cuenta el Nuevo Testamento. Las adoran y se hacen picar por ellas. A mí, me parece que están todos locos.

PERSONAL

Edad: 55 años.

Lugar de nacimiento: Bogotá (Colombia).

Formación: Estudió Literatura en la Universidad Javeriana de Bogotá. Se licenció en Filología Hispánica por la Universidad Complutense de Madrid. En París, estudió Literatura cubana en la Sorbona. En la capital francesa ejerció como periodista en una emisora de radio. Ha sido diplomático en la delegación de Colombia en la Unesco y en la embajada colombiana en India. Es uno de los escritores más representativos de su país.

Novela: Páginas de vuelta (1995), Perder es cuestión de método (1997), Vida feliz de un joven llamado Esteban (2000), Los impostores (2001), El síndrome de Ulises (2005), Hotel Pekín (2008), Necrópolis (2009), Plegarias nocturnas (2012), Una casa en Bogotá (2014), Volver al oscuro valle (2016), y ahora Será larga la noche (2019).

Viajes: Octubre en Pekín (2001), Océanos de arena. Diario de un viaje por Oriente Medio (2013), y Ciudades al final de la noche (2017).