Entrevistar a Eduardo Mendoza es uno de esos lujos irrenunciables. Aunque asevera que no tiene sentido del humor, ríe con facilidad, y lo hace con una risa que le llega a los ojos casi siempre, sobre todo cuando habla de fútbol, del Barça, cómo no, o de uno de sus personajes preferidos, el detective anónimo de sus novelas más emblemáticas, como El misterio de la cripta embrujada, El laberinto de las aceitunas y otras. Dice que escribe disparates, que se los publican y que la gente se lo pasa bien con ellos. Le gusta disfrutar, incluso con la lluvia torrencial que cae mientras se hace la entrevista: “¿Te gusta el verde que te rodea? ¿Sí? Pues nada, a mojarse un poco”, dice mientras contempla la rápida bajada de agua por la ría de Bilbao.

Con su libro volvemos a tiempos que a muchos no gusta recordar. Es la primavera de 1975 y nos encontramos en la agonía de Franco.

Cuando empecé a contar la segunda parte de la historia que había comenzado con Rufo Batalla en El rey recibe quería que fuera muy larga. Larga en el sentido de que contara la Transición y lo siguiente, pero me quedé enganchando en 1975. El libro continúa contando lo que pasó después, e incluso hay algunas trampas cronológicas para abarcar un periodo más largo.

¿Por qué se quedó atrapado en 1975? ¿Quizá porque la muerte de Franco era una liberación que rompía cadenas?

Porque daba un juego tremendo y eso nos gusta a los escritores y también a vosotros, los periodistas. ¿Qué haríamos todos nosotros sin algo que nos dé juego? Me di cuenta al escribir esa parte de la historia lo que significó la muerte de Franco para los que habíamos vivido toda la vida con él. De repente, va y se muere. Y todos los de mi edad en aquella época nos preguntábamos: Y ahora, ¿qué hacemos?

¿Saborear la libertad?

No era tan fácil como puedes creer. Era una situación rara.

¿Huérfanos del enemigo?

Totalmente. Bueno, en algunos casos, huérfanos a secas. Además, habíamos perdido la razón de ser, la razón de protestar. Estábamos convencidos de que empezarían las divergencias con los que hasta entonces habían sido compañeros de viaje, los desencuentros? Había sido un periodo tan artificial, y por lo tanto tan coherente...

¿Coherente?

No conocíamos otra cosa, no habíamos vivido la monarquía y tampoco la República, así que se nos rompía el pasado. O nos entregábamos a una nostalgia absurda o empezábamos como si fuéramos extraterrestres.

Pero usted vivió todo esto a distancia, porque al igual que Rufo Batalla, su protagonista de El negociado del yin y del yang, estaba en Nueva York.

Llevaba un par de años viviendo allí y aún me quedé unos cuantos más. Prácticamente no viví la Transición más que por referencias, y siempre que podía volvía y veía lo que estaba pasando. Me mantenía informado, pero me perdí el día a día.

¿Un alivio?

Unas circunstancias. Cuando volví me encontré con algo que no entendía, con un país que no era el mío. Tenía que aprender un nuevo idioma y una nueva forma de vida.

Justo en 1975 se publicó su primera novela, La verdad sobre el caso Savolta.

En eso tuve una suerte tremenda, porque el libro lo había escrito antes.

Con otro título, por cierto.

Sí, pero la censura previa dijo que el título no valía. Creo que equivocaron el sentido que yo le daba al título, Los soldados de Cataluña, que era parte de una canción.

Quizá los censores de la época no entonaban: Quisiera ser tan alto como la luna/ay, ay como la luna/para ver a los soldados de Cataluña?

?De Cataluña vengo de servir al rey. Esto ahora sería una bomba, imagínate, pero en aquellos momentos les pareció que era un llamamiento a las barricadas. El libro fue de editorial en editorial, que era el destino de muchos libros. Cuando se editó y por fin salió coincidió con la muerte de Franco, así que el libro se apuntó al carro de lo que estaba pasando en aquella sociedad española de 1975.

¿Se habría publicado viviendo Franco?

Creo que sí, porque con el cambio de título el permiso llevaba dado dos años. Era un canto a las revueltas, a las revoluciones, a los anarquistas, pero se hubiera publicado. Creo que en los últimos años de Franco había más tolerancia, quizá poca, pero alguna más.

Y como no comprendía el país al que había vuelto, creó usted al detective anónimo.

Es un personaje que sale de un manicomio para ir a parar a una sociedad que está peor que el manicomio, así que él intenta adaptarse como sea. Es lo que hice yo, intentar aprender las nuevas reglas del juego.

¿Por qué no le puso nombre?

Cuando me di cuenta de que no tenía nombre llevaba ya escrita media novela y pensé: Que siga sin nombre. Es tan pobre y tan desgraciado que no merece ni nombre.

¿Se identifica al cien por cien con ese anónimo detective que tanto nos ha hecho reír y gozar?

Me alegro mucho que te hayas reído con él. Y sí, mi identificación es total. Es mi alter ego.

Pues es difícil imaginarle a usted por Barcelona en calzoncillos, y también en Londres.

Ja, ja, ja? Bueno, eso es lo que tú piensas, pero muchas veces ando por Barcelona y por otras partes con la sensación de ir en calzoncillos, pensando: Me he olvidado los pantalones, voy a ver si consigo pasar desapercibido. Esa sensación, que creo que la tenemos muchos en ocasiones, en el caso de mi personaje se hace real, y a veces hasta sin calzoncillos.

Y la censura no dijo nada ante El misterio de la cripta embrujada y este personaje tan peculiar y poco pudoroso.

No. Ese libro lo hice en un momento en el que regresé de Nueva York a Barcelona y me encontré con una ciudad enloquecida. La gente estaba tomando la calle físicamente, vivía en la calle, se organizaban fiestas, bailes... Era un disfrutar de la libertad. Fíjate, que lo escribí y lo publicaron.

¿Le asombró que lo publicaran?

Pues sí, porque era un disparate de libro, aunque poco a poco fue recorriendo muchos caminos.

Qué oportuno El negociado del yin y del yang hablando de 1975 y saliendo al mercado en pleno debate con la exhumación, ya ejecutada, de los restos de Franco, ¿no?

Parece que he sacado el libro para aprovechar el tirón que todavía tiene este tema, pero no es así.

Ya se supone que no le llamó Pedro Sánchez para acordar la fecha...

Ja, ja, ja? No, no lo hizo. Como se comprenderá, es muy difícil hacer coincidir un libro y la exhumación de Franco.

¿Qué le parece que se le haya sacado del Valle de los Caídos?

Que en algún momento había que decidir qué hacer con ese lugar.

¿Cuál es, o era, el problema? ¿El enterramiento de Franco o el conjunto arquitectónico donde estaba enterrado?

Primero había que quitarle a él, pero ahora se plantea otro problema: ¿qué hacemos con ese monumento tan feo?

¿Dinamitarlo?

No sé, eso es un poco drástico, ¿no? Tampoco lo vamos a tirar, pensarán algunos, porque hay qué ver lo que costó en términos económicos y en términos humanos. Ha sido muy caro. Lo de hacer tabla rasa y construir apartamentos tampoco lo veo.

¿Y qué hacemos con el prior?

Ja, ja, ja. Pues también parece un problema...

Usted siempre ha defendido la Transición, y sin embargo las críticas siguen existiendo. ¿Se podía haber hecho mejor? ¿No hubiera sido mejor tirar la casa abajo y hacerla de nuevo?

Es un ejercicio muy inútil pensar en cómo se podría haber hecho la Transición, porque lo que fue es lo que hay. Creo que se hizo bastante bien dadas las circunstancias y el momento que se vivía.

¿Incluso lo de volver la vista a 1931 e instaurar de nuevo la monarquía?

Eso nos lo encontramos hecho desde el principio.

Estaba en el testamento de Franco, sí, pero, ¿no se podía haber cambiado?

Es que desde el principio se dijo: No importa la forma de Estado, lo que importa es el contenido. Una monarquía simbólica y meramente representativa la tienen la mayoría de todos los países más democráticos de Europa, y resultó la mar de útil.

¿Usted cree?

Esa monarquía dio el paso definitivo de poner a Suárez en el Gobierno, un hombre que también era un jugador de póker, un hombre que hizo varios faroles que le salieron bien. Además, el rey de entonces se portó de una manera muy útil en el golpe de Tejero.

Pues ahora está muy puesta en tela de juicio su actitud antes y después del 23-F.

Sí, es cierto, pero si se hace balance, es bastante rentable. Un presidente de una república también cuesta un dinero y nadie sabe para qué sirve, porque nadie sabe quién es el presidente de la República alemana, ni de la italiana, por poner dos ejemplos...

La familia real también cuesta, porque gratis no nos sale.

Sí, pero al rey se le puede mandar a funerales, a bodas?

Y a bautizos, se supone.

Exacto, y también a tomas de posesión, cosas que alguien tiene que hacer. Alguien tiene que ir a esos sitios, y para eso están los reyes, los príncipes y los duques de no sé qué. Te puede parecer muy, muy?

¿Folklórico? De acuerdo, pero avancemos: ¿cómo ve el momento actual?

Complicado, pero no solo en España. No sé si lo que pasa es la causa o el efecto de la inseguridad, de no saber hacia dónde vamos, de problemas sin solución, de la imposibilidad de entablar un diálogo? Hay un movimiento generalizado en Europa de gran cambio, pero no sabemos por qué, ni tampoco hacia dónde.

Hay quien opina que los políticos no son un problema, sino que son el problema.

Creo que no. Hay un problema serio, o mejor, hay problemas serios, en plural. Todo está cambiando de una forma muy radical. Los políticos intentan adaptarse a estos cambios, pero lo hacen con unas herramientas muy antiguas que ya no sirven.

Sé que no le gusta, pero es inevitable hablar de Cataluña, su tierra.

Sé que tú debes preguntar y yo no debo eludir las respuestas, pero no me gusta, eso es cierto.

Hace dos años escribió ¿Qué está pasando en Cataluña? ¿Ha llegado a alguna conclusión?

Los ingleses me preguntaban qué pasaba y me di cuenta de que era muy difícil encontrar la perspectiva justa, unos porque solo ven lo que pasó ayer y otros porque se remontan al siglo XVII, cuando la guerra de no sé qué. Escribí ese libro para tratar de explicarlo y descubrí que era yo el que no entendía nada. Daba datos para que cada uno sacara sus conclusiones, pero sigo perplejo ante lo que veo

Parece que la situación se le ha escapado de las manos a todas las partes implicadas.

Sí, y hasta el punto de que ahora pienso que no hay una solución razonable. No sé qué puede pasar, pero si se espera que esto se pudra, será una manera muy tonta de resolver. Los problemas nunca se resuelven por aburrimiento, y por la fuerza tampoco, pero no parece que haya unas vías de diálogo abiertas.

En Londres convive con el Brexit, ¿le resulta más cómodo que Barcelona?

En Barcelona hay tensión, y cuando lo ves desde dentro y estás implicado, todo es diferente. Cuando tienes familiares, amigos y conocidos dentro, no resulta cómodo. ¿El Brexit? Que hagan los británicos lo que les dé la gana, no va conmigo. Ellos están convencidos de que tienen razón, de que son superiores, y nos miran por encima del hombro, así que está bien que se vayan. Se quieren ir porque piensan que no nos merecemos tener al Reino Unido en la Unión Europea.

¿Supremacistas?

Tal vez sea una buena definición.

PERSONAL

Edad: 78 años (11 de enero de 1943).

Lugar de nacimiento: Barcelona.

Formación: Después de licenciarse en Derecho en 1965 viajó por Europa y consiguió una beca en Londres. A su regreso en 1967 ejerció la abogacía, que abandonó en 1973 para irse a Nueva York como traductor de la ONU.

Trayectoria: Estando en Estados Unidos aparece en 1975 su primera novela, La verdad sobre el caso Savolta. Su título original era Los soldados de Cataluña, pero hubo que cambiarlo debido a problemas con la censura franquista. Esta ópera prima, en la que ya se puede observar la capacidad de Mendoza para utilizar hábilmente diferentes discursos y estilos narrativos, lo lanzó a la fama. Considerada por muchos como la precursora del cambio que daría la sociedad española y como la primera novela de la Transición democrática, la novela narra el panorama de las luchas sindicales de principios del siglo XX, mostrando la realidad social, cultural y económica de la Barcelona de la época. Apenas unos meses después de su publicación murió Francisco Franco. Al año siguiente recibió el Premio de la Crítica.

Obra: Ha escrito novelas tan conocidas La verdad sobre el caso Savolta, El misterio de la cripta embrujada, El laberinto de las aceitunas, La ciudad de los prodigios, La isla inaudita, Sin noticias de Gurb, La aventura del tocador de señoras, El asombroso viajes de Pomponio Flato, El rey recibe y ahora El negociado del yin y del yang.

Relatos: Tres vidas de santos y El camino del cole. También ha hecho incursiones en el teatro y el ensayo.

Galardones: Tiene los premios Franz Kafka, Planeta, Médicis, Fundación José Manuel Lara y Cervantes.