SI hay un sitio en Bilbao en el que buscar la escalera que conecta la tierra con los cielos ese es, sin dudarlo, la basílica de Begoña. No en vano allí recurre Bilbao, Bizkaia entera, cuando pretende conectar con las Alturas, a través de la Amatxu, uno de los referentes más universales de esta tierra. La costumbre de peregrinar hasta los pies de la Virgen se remonta siglos atrás. Fueron famosas las novenas, durante las cuales no pocos devotos dormían en el templo. Desde aquel 10 de agosto de 1794 en el que se llevó en procesión a la Virgen hasta la ermita de Santa Ana en Bolueta, hasta la plata del tesoro begoñés que sufragó no pocas contiendas, pasando por la muerte del general carlista Zumalakarregi, alcanzado por una bala un 15 de junio de 1835 cuando se encontraba asomado a un balcón del palacio del Marqués de Vargas, junto a la basílica de Begoña. Evacuado del lugar, murió pocos días después en Cegama por causa de la mala curación de una herida que en principio no revestía gravedad, las salidas en procesión para frenar los embates de los tremendos aguadutxus que todo lo anegaban, pasando por aquellas curiosas rogativas en las que medio Bilbao peregrinó a Begoña para rezar por la salud de José Ángel Iribar. El Chopo estaba en cama preso por una fiebres tifoideas y bastó con la amenaza de que el mal podía llevárselo de San Mamés para que muchos subiesen a Begoña en peregrinación.

La historia de Bilbao, de Bizkaia entera, puede leerse en los alrededores de la basílica, en nombre de la propia Amatxu. En 1855 el cólera diezmaba Bilbao. El 8 de septiembre sacaron a la Amatxu de procesión y, pese al riesgo de contagio, miles de personas iban a su lado. Veinticinco años después de aquel día, Bilbao aún conmemoraba aquella efeméride. Pero ya era otro Bilbao. Había en la ciudad otras fuerzas sociales y aquel 1880, por primera vez en la historia, el pueblo se dividió en dos alrededor de la Amatxu: partidarios y detractores de la religión. Con todo, 60.000 personas se agruparon alrededor de la basílica pero un germen maligno larvaba... Ya en 1900 se produjo la canonización que conllevó numerosas peregrinaciones. El pueblo hervía y los detractores tacharon la procesión y la coronación de una “manifestación carlo-alfonsina-reaccionario jesuítica”, todo un exceso de adjetivos que anunciaban la tragedia de 1903. Aquel año, el 11 de octubre, los obreros recibieron a la Virgen entre abucheos en El Arenal. Los partidarios gritaban vivas a la Virgen y los detractores cantaban La Marsellesa. La Virgen llegó a Begoña pero en el camino había quedado un reguero de heridos y un muerto, Marcos Marañón, jardinero de la Universidad de Deusto. No volvería a peregrinarse por las Calzadas de Mallona hasta muchos años después, finales del siglo XX.

La historia es un sincesar en aquella colina donde, según dice la religión, se apareció la Virgen y pronunció un Bego Oina de donde nace el nombre. Más tangible son las historias en negro que allí sucedieron. En 1932, el PNV organizó su primer Aberri Eguna en Abando, efeméride que concluyó el Lunes de Pascua en Begoña. Un año después, organizó desde la basílica una peregrinación hasta el Sagrado Corazón de la Gran Vía. En 1937 volvió a celebrarse el Aberri Eguna en Begoña. Era un 28 de marzo y el lehendakari José Antonio Aguirre acudió a misa de ocho. Dos días después, el ejército de Mola se abalanzaba sobre Bizkaia y el 20 de junio Franco escuchaba misa allí. He ahí la política que tanto emponzoña.

Hablemos ahora del tesoro de Begoña. La mascarada religioso-política de la restitución de las joyas robadas a la Virgen de Begoña. No hubo tal robo. La realidad es que Fortunato de Unzueta, como responsable de la parroquia de Begoña y, Eliodoro de la Torre, consejero de Finanzas del Gobierno vasco, habían protagonizado una arriesgada operación de salvaguarda de las joyas, guardándolas en un banco de Toulouse. Apenas estalló la rebelión militar del 18 de julio de 1936, el párroco de Begoña, Bernardo Astigarraga, empezó a preocuparse seriamente por la suerte que pudieran correr las joyas de la Virgen. Los curas Bernardo Astigarraga y Fortunato Unzueta habían refugiado a la Amatxu en un búnker bajo la torre.

Cuestión de joyas Astigarraga, enterado de que su nombre aparecía en unas listas del Partido Comunista de Uribarri (Bilbao), tuvo miedo, se ausentó de Begoña y se refugió en su caserío Iparragirre de Etxano. En la ausencia del párroco, Unzueta estuvo varios meses como responsable de la parroquia de Begoña. En acuerdo con Heliodoro de la Torre, decidieron expatriar las joyas a un banco extranjero para evitar el pillaje. Las trasladó a Toulouse José María Yanguas, hombre de confianza de Heliodoro, a quien traicionó en la encomienda. Junto a Joaquín Goyoaga, regresó a Francia, retiró las joyas y las entregó al ejército. Goyoaga fue presentado como un devoto que había recuperado el tesoro de la Virgen de las manos de “los rojos separatistas” y se organizó una pantomima para la devolución de las joyas, con Carmen Polo, mujer de Franco, por testigo. La política, decía. En 1942, los carlistas celebraron misa por los requetés caídos y se cruzaron gritos de ¡Viva el rey! con otros de ¡Viva Franco!, saldados con una bomba en lo que se conoció como el atentado de Begoña.

Mas allá de la ponzoña, queda para el recuerdo el Begoñako Andra Mari, himno compuesto por el párroco de San Antón, Klaudio Gallastegi, con música de su organista, Arturo Intxausti; los bailes de alcaldes y la ezpatadantza que se baila en el presbiterio de la basílica. La religión ya no pesa sobre nuestros hombros como una losa. Pocas veces se recuerda que hubo una primera basílica. Obra de Sancho Martínez de Arego, fue construida sobre el lugar donde dicen que se apareció la Virgen a principios del siglo XVI. La devoción marinera también es muy grande. No en vano, desde el siglo XVI son numerosos los barcos de matrícula bilbaina que han ostentado el nombre de Virgen de Begoña o Begoña simplemente. A esto se añade la costumbre de las gentes de la mar de saludar al Santuario con una salve al divisarlo por primera vez remontando la Ría, allá donde se sitúa el puente del mismo nombre, el deporte de Bizkaia hace ofrenda allí de sus éxitos y la Amatxu volvió a ser, tras años y daños de desgracias y avatares, lo que siempre debió ser, un símbolo para Bizkaia.