Lo único malo de entender el texto y descifrarlo es el tiempo que nos puede suponer. De poder automatizar parte del proceso, esto abriría la puerta para muchas áreas de trabajo. Es precisamente uno de los campos donde la inteligencia artificial más foco está poniendo: el análisis de grandes volúmenes de texto abre un campo muy prometedor para muchas disciplinas.

Una de ellas, menos comentada, es la psiquiatría. La profesora e investigadora Neguine Rezaii publicó en junio de 2019 un artículo que he tenido la ocasión de leer con detenimiento recientemente. Su tesis es aparentemente sencilla, pero tecnológicamente compleja: las características subyacentes al lenguaje empleado en el día a día por las personas puede aportar evidencias de posibles enfermedades mentales. Ahí es donde el campo de la inteligencia artificial puede ayudarnos mucho. La densidad semántica (que permite extraer la concentración de partes gramaticales concretas) y la relación entre palabras que, reiteradamente aparecen para aportar un significado también reiterativo, pueden ser útiles para predecir posibles futuros comportamientos. Los resultados obtenidos por este equipo de investigación son muy elocuentes: para el caso de la esquizofrenia, el análisis del lenguaje es capaz de predecir con un 90% de precisión incluso antes de aparecer cualquier síntoma.

En el campo de la psiquiatría, esto me ha parecido bastante interesante por un aspecto poco citado cuando se habla del mundo de los datos: lo difícil que es observar la realidad que se quiere conocer. Cuando queremos analizar si un cliente nos abandona, éste lo expresa dejando el contrato. Cuando un médico quiere observar la cantidad de azúcar en sangre, tiene instrumentos para medirlo. Sin embargo, cuando queremos diagnosticar otros aspectos, debemos aproximarnos de otra forma. El lenguaje, lo hablado y escrito, es un “sensor” tan potente que poner foco en su análisis parece bastante acertado. En el pasado, esto dependía de la habilidad de un sanitario experto (o los detectives y abogados que citábamos al inicio). Hoy en día, con la proliferación de dispositivos móviles y redes sociales, mensajes de comunicación entre personas tenemos por todos los lados. Nunca jamás en la historia ha sido tan fácil de, sistemáticamente, recoger y poder luego analizar lo que escribimos. Rezaii y su equipo han llamado a esta oportunidad histórica como el fenotipado digital: esa manifestación de aquello que queremos observar según su contexto.

Y, a la par, abre los interrogantes habituales. Normalmente la escritura no es de esos campos en los que nunca pensamos que va a haber alguien al otro lado analizando lo que decimos. Por ejemplo, supongamos el intercambio de emails en una empresa (que daría para analizar también mucho con las técnicas antes citadas). O, por ejemplo, cuando intercambiamos textos por mensajería instantánea. Quizás su expresividad radique precisamente en eso, en que creemos estar libres escribiendo sin que nadie nos observe.

La inteligencia artificial y todo lo que es capaz de hacer depende enormemente de la disponibilidad de datos. Sin datos, los algoritmos no funcionan. De ahí que quizás, la conversación en torno a la ética, en lugar de ser tan tecnológica, ¿debemos reorientarla a los sistemas de generación y registro de datos? ¿Es todo factible y realizable?.

Nuestra escritura habla mucho de nosotros y nosotras. Nos seduce y descubre por igual. Es, por ejemplo, parte de lo que usan los detectives en sus investigaciones o incluso los abogados