Cualquier profesor o profesora que haya hablado en los últimos años con alguien del ámbito de las tecnologías digitales seguro que ha escuchado algún comentario sobre el solucionismo tecnológico de la inteligencia artificial en las aulas. Puede haber sido algún comentario en torno a la eterna promesa de la educación personalizada. Es decir, como los programas informáticos podrían llegar a ofrecer a cada estudiante lo que necesita aprender (suponiendo que esto exista y sea bueno para su formación). Otros, pueden haber escuchado comentarios en torno a cómo la inteligencia artificial podría sustituir al rol del profesor. Al fin y al cabo, la inteligencia artificial no es más que una manera de automatizar tareas. Y, reduciendo el valor que aportamos los profesores, si se nos considera una tarea más, es lógico que algunos piensen que esto es factible.Creo que la pandemia del covid-19 ha ayudado a aportar alguna claridad frente a muchas de estas eternas promesas. Creo que ha reforzado el valor humano de la educación para hacer frente a las ilusiones colectivas construidas por el sector tecnológico durante muchos años a través de foros, eventos, webinars y presentaciones en las que aparentemente una máquina nos iba a dejar sin trabajo a los que somos unos apasionados de la educación. A los que siempre mostramos dudas en torno a ello, se nos acusaba de defender lo indefendible. En muchas ocasiones, incluso apelando a procesos históricos parecidos vividos en otras épocas. Nos dijeron que en las revoluciones industriales, la gente se defendía igual. Un paralelismo y una comparación que, como muchas otras, deslizan ciertas arbitrariedades. La más evidente es que una cosa es producir tornillos y otra cosa es educar. Y es que como decía al comienzo, una tarea (repetición unas operaciones) y un proceso productivo (repetición de unas acciones) son automatizables. Pero la educación creo que no lo es. Porque va de humanos.

La crisis del nuevo coronavirus nos llevó a que, de la noche a la mañana, el profesorado tuviéramos que adaptar nuestras asignaturas a un nuevo entorno. Más que adaptar, diría transformar. El diseño instruccional y la preparación de una asignatura para un nuevo entorno implica ir un paso más allá de la mera digitalización de un contenido. Implica pensar en nuevos códigos de comunicación, nuevos formatos de expresión del conocimiento, nuevas maneras de relacionarnos en tiempos de trabajo diferentes, etc. Todo ha sido nuevo, salvo una cosa: los profesores hemos tenido que pensar, intermediar, guiar, etc.

Un contexto educativo es un espacio social donde nos encontramos profesores y estudiantes para enseñar y aprender. Usar el lenguaje corporal, la creatividad y la sorpresa en medio de una sesión; la capacidad de oratoria improvisada que requiere por parte de un profesor las aportaciones de un estudiante; el reajuste sobrevenido de tiempos ante un diálogo que se extiende más de lo deseado, etc., son situaciones ordinarias en una clase. La adaptación necesaria a la diversidad del perfil del estudiante y sus contextos socioeconómicos es otra realidad con la que trabajamos y aprendemos en el día a día. Difícil de explicarle a un ordenador cómo hacer eso.

Es cierto que en las aulas necesitamos las tecnologías digitales. Éstas van constituyéndose como grandes aliadas. Pero ahí es donde justo donde encontramos el equilibrio: en la colaboración entre el profesorado, los estudiantes y las tecnologías digitales. La educación y el aprendizaje es una relación social, en un medio digital o presencial, que se celebra entre sujetos y que, al menos hasta hoy, no existe aplicación que sea capaz de reemplazar.

Por último, no podemos nunca dejar de recordar que las tecnologías digitales son eficiencia y velocidad hechas autómatas. La educación requiere de pausa, sosiego y reflexión. Por ello, incluso aún cuando en un futuro quizás cercano o quizás lejano, una máquina pueda replicar el valor de un profesor, no olvidemos que hay cosas en la vida que no debieran acelerarse más allá de un determinado punto.

La crisis del covid-19 nos ha demostrado que hay que encontrar el equilibrio en la colaboración entre el profesorado, los estudiantes y las tecnologías digitales