LA suya fue una cuna meciéndose al compás, no tengan duda. No por nada, Jesús Guridi nació en un hogar melódico de hondas raíces musicales, al menos que se sepa y se intuya de puertas para fuera. Su padre, Lorenzo, fue violinista, y su madre, Trinidad, profesora de piano. Era, además, bisnieto del aragonés Nicolás Ledesma, celebrado maestro de capilla en Bilbao, uno de los músicos que más renombre alcanzaron en la villa, hasta el punto de que una calle concurrida de Bilbao lleva su nombre.

He ahí los primeros renglones de una vida armónica, el arranque de una sinfonía de mucho lujo. Siendo aún niño, su familia se trasladó a Zaragoza y, más tarde, a Madrid. Se instaló en Bilbao hacia 1899. El joven talento fue muy bien acogido por el círculo de melómanos de la sociedad El Cuartito. En 1901 realizó su primera aparición pública como compositor y pianista, con auspicio de la Sociedad Filarmónica. Además, fue premiado en los Juegos Florales de la Villa por su melodía Chalupan.

Gracias al apoyo económico del Conde de Zubiría viajó a París en 1904 para estudiar en la Schola Cantorum, que dirigía Vincent D’Indy. Allí sería condiscípulo de Resurrección Mª de Azkue y José Mª Usandizaga, con quien trabó íntima amistad. Profundizó sus conocimientos en Bélgica y Colonia.

A su regreso, la Sociedad Coral de Bilbao le encargó Mirentxu (1910), “idilio vasco” sobre libreto de Alfredo Echave que constituyó, junto a Mendi-Mendiyan de Usandizaga, el mayor hito del teatro lírico vasco hasta el momento.

Todos sus logros consolidaron la fama de Guridi, que pronto se convirtió en figura central de la vida musical de Bilbao. Así, entre 1912 y 1929 dirigió a la Sociedad Coral. Además, el compositor fue organista en la iglesia de los Santos Juanes (1915) y en la basílica de Santiago (1918), así como profesor de dicha especialidad en el Conservatorio Vizcaino. Por otro lado, estuvo directamente implicado en el hallazgo y puesta en valor de las pinturas rupestres de Santimamiñe (Kortezubi), en 1916.

El estreno de su gran ópera vasca Amaya en Bilbao (1920) y en Madrid (1923), a cargo de la Coral, supuso la culminación artística de aquel periodo. Las dificultades de este género le indujeron a abandonarlo en favor de fórmulas más comerciales de teatro lírico. Su primera experiencia en ese terreno fue la zarzuela de costumbres vascas El caserío (1926), que permanece como uno de los mayores éxitos del autor.