Facebook sigue acumulando muchos problemas legales. Quizás la magnitud y número de los mismos no somos capaces de imaginarlos. En la Wikipedia hay una página que detalla los escándalos que ha tenido y tiene. He estado un rato leyendo los más llamativos. Básicamente son aquellos que pueden minar su aún tremendo poder (veremos próximamente). Entre estos, me ha llamado la atención una multa por mentir en estadísticas de visionado de vídeos (que es uno de sus fuentes de ingresos), la pérdida de TODOS los datos de hasta 500 millones de cuentas (verifica si no eres una de ellas, por cierto) o lo qué cambió Facebook tras el escándalo de Cambridge Analytica (os lo resumo: NADA). Me imagino que dentro de unas décadas se narrará la historia de esta empresa como una que atentó contra prácticamente todos los derechos fundamentales.

Hoy, lo hemos naturalizado tanto, que a veces no nos paramos a pensar en ello. Pero cualquier sistema económico que perdure se asienta en la confianza. Y precisamente no es eso lo que nos sobra en el sector tecnológico. Los continuos escándalos de privacidad de Facebook, la publicidad invasiva o los sesgos de los algoritmos, no nos están ayudando. Y, ello, ha llevado a que la confianza en el sector tecnológico esté más baja que nunca. Creo que hay un gran espacio para una visión más humanista y centrada en el bienestar de la persona desde el propio diseño del producto y servicio. Pero eso algún día lo veremos.

Mientras tanto, hemos construido sociedades y economías en las que hemos dado ya como común que una empresa como Facebook intermedie y ocupe nuestras conversaciones. Son espacios privados, en los que tratamos de reclamar derechos civiles, pero que obviamos lo básico: las autopistas de la información y la comunicación son del grupo Facebook (Whatsapp, Instagram, Facebook, etc.). Por lo tanto, salvo que algún gobierno tome medidas drásticas de ocupación del espacio, creo que tenemos poco que reclamar.

Pero sí que hay un campo que llama la atención. No es otro que el de las comunicaciones públicas. Que el grupo de comunicación ágil de un gobierno, por ejemplo, sea un grupo de Whatsapp no sé si es buena idea. De ahí que algunas administraciones y gobiernos estén comenzando a tomar medidas. En Alemania, los políticos y agencias del gobierno, han sido invitadas a borrar sus páginas en Facebook. En un país tan sensible a la privacidad y la intimidad, evidentemente, la razón no puede ser otra que la falta de compromiso de Facebook por cambiar sus políticas de privacidad para adecuarlas al suelo europeo. En el mismo comunicado, se citan Instagram, TikTok o Clubhouse como otras herramientas que tampoco están siendo respetuosas y que desde lo público no es bueno que se usen.

Esta noticia me llama especialmente la atención porque llevo años diciendo que para algunas cuestiones sensibles no es bueno usar herramientas gratuitas o con intereses comerciales publicitarios. Me parece evidente que no pueden salvaguardar todos nuestros derechos: nada es gratis, dicen los y las economistas. Ojo, que no quiero con esto reclamar a Facebook algo que quizás no deba. Incluso puedo entender que si ha construido esas autopistas, exploten los datos y lo que ahí ocurre a su conveniencia. Lo que sí me parece llamativo es que desde esferas públicas (e incluso privadas), se utilicen esas estructuras de la comunicación y luego se reclamen derechos. No sé, no termino de asimilar la lógica.

En esta era Neanderthal-digital, el espacio público se ha transformado en buena medida en digital. Parece poco razonable que sean unas pocas empresas privadas las que se hayan apropiado de esos contextos de comunicación y relación. Pero la realidad es esa. Implícitamente han cambiado no solo nuestra privacidad, sino también los códigos de comunicación básicos. Disponen de tal capacidad de anticipación y aceleración tecnológica que superan cualquier reacción legislativa o social.

Por ello, creo que no tenemos una sociedad madura para usar Whatsapp. Entiéndase esto como una metáfora.