Los Pirineos fueron un festín para los sentidos. Entre la grandiosidad de las montañas y la exuberancia de la competición, el Tour creció varios palmos. Flamante, atractivo. El síndrome de Stendhal se adueñó de la carrera, flamígera, ardiente el duelo entre Vingegaard y Pocagar. Hasta Macron, presidente de Francia, quiso ser parte de esa onza de historia. Un día después, acudió al homenaje por el alma de Leon Gautier, fallecido el 3 de julio a los 101 años.

Gautier fue el último de los aguerridos comandos Kieffer que desembarcaron en Normandía durante la Segunda Guerra Mundial. Honraron su memoria en playas de Ouistreham con un funeral de Estado mientras el Tour partía de Mont de Marsan hacia Burdeos, un cónclave para velocistas. Esperaba otro tipo de guerra. Rápida.

En el capital del vino, en la ciudad rodeada por los viñedos, abrió otra botella de gloria Jasper Philipsen, el agitador más veloz del Tour. Otro trago para el belga. ¡Hip, hip, hurra! Descorchó otra botella de champán el Philipsen, la tercera en lo que va de carrera.

Brindó a su salud Eddy Merckx, que aplaudió la remontada de su compatriota. El Caníbal sigue corriendo el Tour, aunque se retiró hace décadas. Odia perder. Philipsen negó el laurel a Mark Cavendish, que se anticipó porque no dispone de la velocidad sostenida de antaño.

Por un instante, el esprinter de la Isla de Man mandó en el duelo de los más rápidos. Entonces, Philipsen poderoso, pleno de potencia, remontó. Enlazó el belga su quinta victoria consecutiva entre el Tour del pasado año y el presente.

A Cavendish, segundo, se le esfumó la gran oportunidad de someter a Merckx. Se quedó cerca de conquistar su 35ª victoria en la Grande Boucle. Lo impidió Philipsen, guardián del récord de triunfos que comparten Merckx y Cavendish. Respira tranquilo Merckx. De momento.

La calma reinaba en Mont de Marsan, sereno el ambiente tras los fastos pirenaicos. Vingegaard, de amarillo, y Pogacar, de blanco, separados por 25 segundos, chocaron sus puños. Un saludo respetuoso a la espera del próximo pleito en el Puy de Dôme. El honor de los campeones. Ese recuerdo bello de los Pirineos, la postal del ciclismo abierto en canal, expresivo, visceral y pasional, envejeció pronto.

De los colores de plastidecor, de la imaginación y de la emoción que conecta con la infancia, del sentido lúdico que pintaron los Pirineos, no quedó ni rastró. Se borró la sonrisa cuando camino de Burdeos, la barrica de Francia, donde el paladar se barniza con los afamados vinos de la región, se emborrachó el Tour de cálculo, el ábaco que cuenta los días al esprint. Un mal trago para empezar.

Guglielmi, en solitario

La secuencia se describe por sí misma. Abrahamsen, Guglielmi, Oliveira y Burgaudeau se activaron para buscar un largometraje que protagonizar. El pelotón, que sabía que aquello era una quimera, un brindis al sol, se cruzó de brazos.

Vingegaard reservó a sus muchachos después de mostrar toda la joyería en el escaparate pirenaico. La responsabilidad, para los equipos de los velocistas, que silbaban quietud en la mecedora de la calma viendo el paisaje, rectas enormes festoneadas por pinos.

La fuga se constituyó para disolverse de inmediato. Abrahamsen se desenganchó. Oliveira desconectó. Le siguió Burgaudeau. El acto de rebeldía autocensurado. Guglielmi asistió, atónito, al comportamiento de sus compañero, que dejaron de serlo antes de entablar cualquier amistad. Entraron a la fuga por la entrada principal y salieron por la puerta de servicio.

Guglielmi, valiente, con la dignidad intacta, decidió seguir adelante. Una oda al esfuerzo, un canto a los imposibles, un pellizco de honradez. En Guglielmi viajaba el sentido de lo que se supone una carrera. Es muy difícil justificar la maniobra de quienes se dejaron caer de la fuga.

¿Qué les hizo cambiar de parecer? Al menos, Guglielmi, en solitario durante tantos kilómetros, sirvió de sostén publicitario para su equipo, el Arkéa. Era el foco. Era un anuncio andante el francés, la cámara pegada a su caminar de Quijote.

Peters y Latour

De Abrahamsen, Oliveira y Burgaudeau no hubo ni un sólo plano más. Sin presencia en los días importantes, desestimar el resto parece un lujo asiático para ciclistas que no son precisamente unas vedettes. La escapada no tenía opciones, pero no estarlo tampoco otorgaba ni una pizca de esperanza.

Nans Peters y Latour se unieron mucho después a Guglielmi. Tres franceses ondeando para dar algo de color a una jornada de tonos grises, sin sobresaltos por Las Landas hasta que el frenesí despertó a La Bella Durmiente, como aún se conoce a la Perla de Aquitania.

A la ciudad del vino se llegaba tras atravesar el bosque artificial más extenso de Europa. En 1788 se plantaron zarzas y maleza en paralelo a la costa para frenar el avance de las dunas que quitaban pasto a los ganaderos. En 1855 Napoleón III ordenó reforestar más de 90 mil hectáreas con pino marítimo. Guglielmi, reventado, tuvo que dejarlo tras recorrer esos parajes. Peters y Latour se empeñaron.

Philipsen remonta

En el pelotón se personó la tensión propia de los días en los que se promueve al esprint, que cruzó el Garona, el gran río que desemboca en Burdeos y se mezcla con el Atlántico. La coreografía agitada del caos. Trallazos para situarse.

El Jumbo fijó sobre los raíles a Vingegaard, el líder, entre las rotondas que chasqueaban latigazos. Pogacar se planchó en la espalda del danés. Sólo se separan en las alturas. El esloveno era un viajero más del carruaje de Jumbo. Latour fue el último en ceder. Laporte posó a Vingegaard en la zona de seguridad.

Se desencadenó entonces la secuencia del esprint. Van der Poel dirigió a Philipsen, dominador de los esprints. Cavendish, que no cuenta con costaleros, se buscó la vida en la selva del esprint. También Girmay. En ese juego donde todo sucede deprisa, donde concluyen el riesgo, la adrenalina, la velocidad y el vértigo, Cavendish desenfundó el primero.

Esa era su bala. La única. Se quedó corto el británico. A Philipsen, con más aceleración, no le tembló el pulso. Fue más certero. Remontó. Hizo diana. Otra victoria. La derrota de Cavendish, la alegría de El Caníbal. Merckx brinda por Philipsen.