Un barrio que quiere ser Bilbao

La congoja se adueña de los corazones, todavía cabizbajos, de los habitantes de Otxarkoaga cuando escuchan los nombres de Lucía y Rafael. Quien más quien menos les conocía. Ibra, del bar Geltoki, por ejemplo, porque alguna vez fue a la tienda que él tenía en la plaza Enbeita. Marian porque vive en la calle Zizeruena, justo en el portal “de detrás” donde fueron encontrados los cadáveres de este matrimonio de 87 años. “Joder, aquello fue un jarro de fría”, describía Soledad. “Terrorífico”, apostillaba Eguzkiñe.

El barrio se ha esforzado por pasar página. O al menos lo ha intentado, porque los sentimientos de desconfianza y los temores continúan presentes; sobre todo entre las personas de edad más avanzada. Y como puntualizan Conchi y su amiga, el miedo no es racista: “Los gitanos que llevan toda la vida viviendo aquí nunca se han metido con nadie. Son esos chavales descontrolados...”. La zona de la gran curva, Lozoño, los parques... son los puntos calientes de un barrio que quiere sentirse de Bilbao. “Gracias a cosas como esas y la fama que tuvo, pues nos tienen un poco marginados”, resumía José Antonio Jiménez, voluntario de Kale Dor Kayiko.

Dicen los mayores del barrio que la juventud en cuanto puede, se marcha. El efecto directo es un Otxarkoaga envejecido que respira “vigilando la espalda”, resumía un vecino de Lozoño. “Cada vez somos más mayores y con todas estas cuestas no podemos correr”, retrataba Candelas a las puertas de la iglesia de la parada -como es conocida- al tiempo que catequizaba con un vibrante: “Mi barrio es muy majo, pero hasta que pasa como ha pasado. Lo que tenían que hacer es controlar a toda esa gente joven”.