El siglo XVII estuvo marcado en el valle del Baztán y en Sara por las acusaciones de brujería que, en pueblos como Zugarramurdi y Urdax, enfrentaron a unos vecinos con otros. A través de estas líneas, les invitamos a recorrer el corazón de la cueva de Zugarramurdi, el museo de la brujería y también a los protagonistas de esta historia, Alonso Salazar y Frías, María de Ximildegui y María de Jureteguía, entre otros muchos. 

Nuestro recorrido empezará en el Museo de las Brujas, que acaba de cumplir nada más y nada menos que dieciséis años de vida. Fundado el 20 de julio de 2007, este espacio museístico “quiere ser un lugar donde perpetuar la memoria histórica y mostrar al visitante cómo era la vida cotidiana de aquellas gentes 400 años atrás”, cuentan en su web, donde encontraremos trabajos de investigación como los de Florencio Idoate, Barandiarán, Julio Caro Baroja, Gustav Heninngsen, José Dueso, J. Paul Arzac y Koro Irazoki, entre otros, y que han servido de base a este museo, que “aúna la necesidad de proteger el patrimonio local y la divulgación de un pasaje de la Historia que no debería repetirse”.

Y es que a través de dioramas y paneles informativos, invitan a discernir la leyenda de los hechos, ese proceso de brujería que terminó con 11 de los acusados quemados en la hoguera, 6 vivos y 5 en efigie -de los treinta y un reos sentenciados en el proceso, trece habían muerto en la cárcel por epidemias diversas, por lo que se quemaron cinco maniquíes que los representaban-. Pero, ¿cómo empezó este proceso? Para entenderlo, debemos remontarnos al año 1608, para conocer a la primera de nuestras protagonistas, María de Ximildegui, una joven que regresó a Zugarramurdi desde Francia y que confesó haber sido miembro de un conventículo de brujas. Siendo bruja en Francia, reconoció haber acudido a los akelarres de Zugarramurdi y nombró a algunas personas que allí se encontraban, entre ellas una vecina, María de Jureteguía. 

Zugarramurdi sigue siendo destino de visita para muchas personas. Ondikol

A través del museo y de libros como El abogado de las brujas (Gustav Henningsen), quienes lo deseen pueden profundizar en este episodio de la historia, que nos cuenta cómo en enero de un año después llegaron los Inquisidores Juan del Valle Alvarado y Alonso de Becerra y Holguín a Zugarramudi, donde las primeras 4 prisioneras fueron enviadas a Logroño. “Seis parientes y amigos, principales personajes del akelarre zugarramurdiarra, viajaron a Logroño para abogar por la inocencia de estas mujeres”, explican en el museo, pero ellos también fueron apresados y obligados a confesar su supuesta pertenencia a una secta de brujos o adoradores del demonio. Pero la causa no terminó ahí, ya que en una nueva visita al valle otras 15 personas fueron detenidas, y en 1610 llega uno de los episodios más importantes de este proceso, el auto de fe de Logroño, o juicio público de las brujas de Zugarramurdi. “A lo largo del primer día, el 7 de noviembre, se leyeron las acusaciones, confesiones y sentencias. Al día siguiente, el 8 de noviembre, los prisioneros fueron entregados a la justicia y se ejecutaron las condenas: 11 de los acusados fueron quemados en la hoguera, 6 vivos y 5 en efigie”, explican en el museo.

Y en el recorrido de este museo, con tienda de regalos incluida, podremos conocer a otro de los personajes más célebres de este proceso, el sacerdote e inquisidor Alonso Salazar y Frías, que volvió en 1612 a Logroño con 1.802 confesiones de brujería, de las cuales 1.384 pertenecían a niños, y con 5.000 inculpaciones de terceras personas. Elaboró un memorial de 11.000 páginas en el que, a falta de pruebas fidedignas que demuestren la existencia de la brujería, solicitaba el perdón y el olvido para estas personas. Algo que, recuerdan desde el museo, ocurrió en 1614, cuando, tras “una agria discusión entre los miembros del Tribunal de Logroño, el Inquisidor General, don Bernardo de Sandoval y Rojas, da la razón a Salazar y perdona a los 5.000 inculpados. El mayor y último proceso en contra de la brujería de la historia de la Inquisición española llega a su fin y Zugarramurdi se convierte en un símbolo”.

La Cueva

Y, tras recorrer las tres plantas en las que está distribuido este museo, toca calzarse las botas y caminar hasta la cueva, un complejo kárstico superficial que constituye el escenario donde la leyenda sitúa la celebración de los akelarres, las fiestas rituales que la Inquisición juzgó como culto demoníaco a comienzos del siglo XVII.

“La cavidad principal fue horadada por una corriente de agua, aún caudalosa en la actualidad, denominada la regata del Infierno o Infernuko erreka que la atraviesa conformándola como un amplio túnel cuyo eje se orienta de noreste a suroeste, alcanzando una longitud de 120 metros, y una amplitud de 22 a 26 metros en su extremo oriental y unos 12 metros en su salida o boca occidental, así como una altura media de 10 a 12 metros”, explican desde este destino, donde recuerdan cómo el conjunto se completa con dos galerías más altas, de orientación similar a la galería principal, que se abren a la misma.

Además, durante años, estas cuevas han sido escenario de películas como Las brujas de Zugarramurdi, del icónico Álex de la Iglesia, y también de espectáculos como El amor brujo, del bailaor Rafael Amargo. Y también se han celebrado conciertos, como el de Kepa Junkera. Y es que a pesar de que Zugarramurdi, Urdax y el valle que los rodea se convirtieran allá por el siglo XVII en un lugar de superstición y persecución, miles de personas siguen recordando aún hoy a quienes habitaron en aquella zona e hicieron del valle un lugar en el que crecer y vivir.