YA anoté ayer en el espacio a la izquierda de esta página las muchísimas similitudes, al margen de la gravedad de cada caso, entre la gestión de las autoridades gallegas del hundimiento del Prestige en 2002 y la del vertido de bolitas de plástico estos días. Cada pifia de entonces y cada actuación rozando la prevaricación están siendo replicadas por la Xunta como si, siguiendo la denuncia de un concejal de Sumar en el municipio costero de A Pobra, existiera un Manual Prestige.

Pero ojo, que ese manual no es solo para uso de los políticos gobernantes o los de la oposición (que también andan recitando las mismas letanías que entonces), sino para casi todo quisque. Así, igual que en aquellos días, los medios, además de dar pista para pontificar a los todólogos habituales y de mandar a intrépidos reporteros sujetando el micrófono con una mano y los pellets con la otra, ofrecemos barra libre tanto a especialistas con conocimientos como a cantamañanas con ganas de figurar. Y así, nos encontramos con teorías para todos los gustos, desde que es una catástrofe cuyas consecuencias se arrastrarán durante un siglo hasta que “el vertido de mil sacos equivalen a una cagada de mosca en un campo de fútbol”, expresión literal del máximo responsable de la cofradía de pescadores de Muxía.

Del mismo modo, como hace 21 años, en las playas se están mezclando voluntarios más o menos bien organizados con voluntaristas que estorban más que ayudan y, de propina, curiosos a la caza de las bolitas que se llevan como fetiches. Casi siempre, faltaría más, con selfi para darse pisto en las redes sociales. Lo siguiente serán las camisetas, las cuestaciones (crowdfunding se llaman ahora), los festivales y los mil y un bolos remunerados por la geografía peninsular de los prestigistas profesionales, hoy convenientemente reconvertidos en pelletistas de guardia. Al tiempo.