Suku, el último ‘regalo’ de Beñat
A Arantxa, la montaña le arrebató a su hijo con solo 22 años, pero le regaló a una joven fabulosa. “Beñat se quedó allí, en Nepal, pero Suku está aquí, con nosotros”
EXISTEN historias tan increíbles que parecen imposibles. Es difícil imaginar cómo de una tragedia tan dolorosa como es la pérdida de un hijo puede surgir un motivo que haga volver a sonreír a toda una familia. “Estamos seguros de que Suku fue un regalo que nos mandó él”, asegura Arantxa Gurrutxaga, madre de Beñat Arrue, montañero guipuzcoano que falleció en 2001 en Nepal. En Azpeitia acaba de estrenarse Pumori, la hija de la montaña, una película que relata esta catástrofe que sepultó la vida de cinco alpinistas vascos pero que logró salvar la de una niña nepalí, Suku Maya, que ahora vive en Gipuzkoa a la espera de un trasplante de riñón.
El triste y hermoso relato se remonta a hace 17 años. Beñat Arrue tenía 22 años cuando partió a Nepal en una expedición formada por diez personas (siete guipuzcoanos y tres navarros). La intención era ascender el Pumori de 7.161 metros de altura. Un sorteo decidió qué cinco subirían y, entre ellos, estaba él. El peligro de avalanchas sobrevolaba la montaña, por lo que decidieron ascender por la noche para tratar de minimizar el riesgo. Pero de nada sirvió: un alud se llevó la vida de los cinco alpinistas. Un tiempo después de la tragedia, la novia de Iñaki Aiertza entregó a Arantxa una fotografía de Beñat junto a una niña nepalí. “Tras el accidente, encontraron la chamarra de Beñat y la cámara de Iñaki. Revelaron el carrete y allí estaba la foto de Beñat junto a Suku”, explica.
Un año después del accidente, ella y su marido decidieron volver al lugar, rendir un homenaje a su hijo e ir a conocer a Suku a su remoto pueblo llamado Thame, a unos 3.500 metros de altura. Querían saber quién era la niña que aparecía en la última foto que se hizo su hijo. “Cuando le vimos ella se extrañaba, no entendía nada. No sabíamos inglés y ella tampoco, era muy pequeña. Ahora nos cuenta que en ese momento no sabía lo que pasaba, por qué íbamos tantos a verla, por qué le dábamos regalos y ropa. Nos decía Namaste (una expresión de saludo)”, recuerda Arantxa.
Este viaje se convirtió en tradición y cada dos o tres años, la pareja se trasladaba a Nepal para hacer un trekking y visitar a la pequeña. Pero en 2016 vieron que algo no iba bien, que Suku estaba enferma. Fletaron un helicóptero para que pudiera ser atendida en un hospital de Katmandú, pero su salud peligraba. Sabían que solo aquí, trasladando a la joven a Gipuzkoa, podrían salvarle la vida y tratarle de su insuficiencia renal crónica.
“Suku en Nepal no estaba ni registrada. Para poderle traer tuvieron que sacarle desde la partida de nacimiento, hasta el DNI y el pasaporte. Tuvimos que recurrir a abogados, no fue nada fácil, pero conseguimos que le dieran el permiso de residencia por motivos extraordinarios”, cuenta Arantxa. Una autorización que deberán renovar en primavera. “Nos ha costado unas cuantas vueltas a la Policía y presentar informes médicos”. Finalmente, consiguió llegar a Aizarna en 2017. “Todo este esfuerzo ha merecido la pena, porque nosotros le hemos ayudado a vivir, allí se iba a morir”, señala Arantxa.
La emoción y los nervios están estos días más presentes que nunca. A finales de enero se estrenó la película Pumori, la hija de la montaña, un homenaje a los cinco alpinistas que perdieron la vida. Y en breve, Suku será operada de la vejiga en el hospital de Cruces. “Está feliz, deseando que le quiten la sonda porque ya lleva mucho tiempo con ella”, explica su madre guipuzcoana, consciente de que este solo es un pequeño paso en la recuperación de la joven. Desde que llegó y tras estar un tiempo hospitalizada, una ambulancia le recoge tres días por semana en Aizarna para llevarle al Hospital Donostia a diálisis. Nunca ha podido volver a su tierra por sus problemas en los riñones. No es seguro, ni lo aconsejan los médicos. Está en la lista de espera para un trasplante de riñón que le deje llevar una vida normal. Pero no está dispuesta solo a quedarse esperando, aprovecha el tiempo aprendiendo euskera en Zumaia, idioma que ya habla con soltura.
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