EL reciente cierre -la semana pasada- de la librería Los portadores de sueños ha conmocionado a quienes durante catorce años han disfrutado de este centro de referencia, cuyo reconocimiento no ha sido suficiente para sobrevivir a los nuevos hábitos de consumo: “No reflexionamos sobre las consecuencias de las grandes plataformas de venta online”, afirma su promotora, Eva Cosculluela. Junto a Félix González, Cosculluela abrió esta librería en 2004 en una céntrica calle de Zaragoza. Ambos, ella, ingeniera de profesión, y él, estadístico, decidieron dejar el ritmo frenético de la consultoría en la que trabajaban y embarcarse en este sueño literario. Desde entonces, han asesorado a clientes, algunos convertidos en grandes amigos, y han vendido libros, muchos, pero no los suficientes, y eso que más no han podido hacer. Han acogido presentaciones, actividades y talleres; han colaborado con los agentes culturales, con escuelas de escritores o festivales de música y se han movido en las redes sociales. Por allí han pasado autores como Antonio Muñoz Molina, Rosa Montero, David Trueba o Fernando Aramburu.
Han realizado un trabajo ingente que en 2012 les hizo ganadores del Premio Librería Cultural de la Confederación Española de Asociaciones de Libreros y que, en este tiempo, se ha traducido en un reconocimiento de su buen hacer, pero no en una rentabilidad que les permita continuar.
Y eso, reconoce Cosculluela, ha pesado mucho en su decisión. “Si dijeras que nos falta inversión en publicidad porque no nos conocen o que tenemos que ser más activos, habría quedado margen de mejora. Pero, de verdad, no se nos ocurre qué más hacer sin traicionar el espíritu de la librería”, reflexiona. Para ella, la verdadera causa del cierre, y que al mismo tiempo dificultan la supervivencia de otras librerías que se ven en la misma situación, son los nuevos hábitos de ocio y de consumo. “Vivimos en un momento en el que todo va muy rápido, vemos una cosa que nos gusta y, en lugar de bajar a la tienda, preferimos hacer clic y tenerlo en casa al día siguiente. Lo hacemos y no reflexionamos acerca de las consecuencias; esto implica una pérdida del tejido comercial de la ciudad, y en este caso cultural”.
Pero las nuevas tecnologías tienen también su lado positivo. De hecho, tanto Cosculluela como González han desarrollado a nivel gremial y asociativo herramientas en internet. Desde su librería, además, han sido muy activos en las redes sociales y han vendido ejemplares en su tienda online. Pero, pese a esta dedicación digital, no pueden competir con las grandes plataformas de venta online, un obstáculo insalvable. “Si alguien compra un libro en Amazon, le llega gratis mañana a casa. A mí me cobran cinco euros por enviarlo, que es el beneficio que sacas de vender un libro. Por tanto, no puedes ofrecer gastos de envío gratis. No competimos en las mismas condiciones”, manifiesta.
A esto se suma el cambio de modelo de ocio, donde la inmediatez de las pantallas roba tiempo al “sosiego” que requiere un libro. “Ahora estamos viendo algo en la tele, mientras contestamos un wasap y vemos Facebook. Ya no nos queda tiempo para leer, que es una actividad exigente que requiere atención y concentración”, precisa. Una nueva realidad que dificulta sin remedio la supervivencia de las librerías.