LA prudencia no está reñida con la inclinación al riesgo y cuando salen a hacer curvas, estos médicos desarrollan su pasión por las dos ruedas con intensidad. “Ser motero es algo vocacional, como la profesión”, aclara Eugenio Domínguez, uno de los veteranos. “Esto de la moto es una afición que unifica mucho. En el Club Motero del Colegio de Médicos de Bizkaia están desde exconsejeros de Sanidad hasta el más humilde facultativo. También está el presi”, dice en alusión a Cosme Naveda, “y va como uno más, aunque de vez en cuando le salgan los galones”, bromea.

Médicos en territorio motero, este grupo existe desde hace tiempo, pero el club -con casi 40 integrantes-, se creó oficialmente en 2014. Las salidas son normalmente los sábados a las nueve de la mañana para volver al mediodía, aunque están abiertos a hacer excursiones más largas y compartir una buena comida. Eso sí, sin alcohol si van a volver a coger la moto. “Hacemos algún fin de semana de vez en cuando y muchos sábados organizamos salidas pequeñas porque en la moto un grupo muy largo no avanza bien. Los más asiduos somos gente cincuentona, con los hijos ya creciditos y sin obligaciones familiares”, aclara Domínguez, para quien “la sensación de que te pegue el aire en la cara”, no tiene precio. “Ademas te quita estrés y segrega adrenalina”, confirma.

A bordo de motos de más de 1.000 centímetros cúbicos que pesan entre 200 y 300 kilos, los recorridos son de unos 120-140 kilómetros, aunque pueden variar. “Uno que nos gusta mucho es subir Trespaderne hasta Peña Angulo, de ahí vamos a Orduña, subimos La Barrerilla y luego bajamos Altube, en total cuatro puertos”, explica con un veneno metido en sangre. Las rutas anuales de una semana son ya una religión para estos aficionados a abrir gas. Y han recorrido, por ejemplo, los Pirineos de punta a punta, siempre por carreteras comarcales o provinciales. “Ir por autopista es muy aburrido, por vías secundarias ves más paisajes y es más enriquecedor”. En 2018 tocó la Ruta de la Plata y este año harán la Ribera Sacra, bordeando la costa y silueteando todas las rías gallegas.

Eugenio Domínguez, que es traumatólogo, reconoce que como especialista ha visto caídas muy graves de una moto y sin embargo no les tiene ningún miedo. “En parado me he caído muchas veces, pero en marcha, nunca”, precisa este facultativo.

En esta tribu prima la camaradería. “Cuando vas en moto siempre tienes que estar controlando al que va detrás. El primero no puede perder de vista al segundo, el segundo al tercero y así todos los que vayan”. Por no hablar de la solidaridad motera que es sagrada. Por eso existe el tradicional saludo al cruzarse en carretera y hay simbología específica para marcar los obstáculos. Un club donde más que ángeles del infierno hay ángeles del cielo.