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En las relaciones siempre hay un detalle, una situación o un simple gesto que lo precipitan todo. Momento en el que brota a borbotones toda la tensión acumulada y una de las partes implicadas decide romper la baraja. No hay retorno. El pasado, los buenos momentos, no cuentan. Algo parecido ocurrió hace diez años tras los asesinatos a manos de ETA del socialista Fernando Buesa y del ertzaina Jorge Díez, a pocos metros del Parlamento, el mismo lugar en el que años antes, los representantes de PNV y PSE habían mantenido una estrecha relación, con Ardanza como nexo de unión.
Pero, lejos de unir a las dos grandes familias de la política vasca, el atentado supuso su divorcio definitivo, aunque el maridaje ya venía seriamente tocado desde el colapso en marzo de 1998 del denominado Plan Ardanza, que pretendía impulsar un "diálogo sin límites" entre los partidos vascos ajenos a la actividad de ETA, en busca de un nuevo consenso en Euskadi.
Los socialistas, con Nicolás Redondo a la cabeza, acentuaron su giro hacia los postulados del popular Jaime Mayor Oreja e iniciaron un acoso mediático contra Juan José Ibarretxe, presión que se hizo visible hasta en la manifestación que el mismo lehendakari convocó días después del atentado en Gasteiz. Una marcha dividida en dos, como la política vasca durante los primeros años de este siglo.
Para entender ese distanciamiento entre socialistas y jeltzales es preciso remontarse dos años antes de los asesinatos de Buesa y Díez: 1998, año en el que se materializa la Declaración de Lizarra, uno de los intentos de pacificación y normalización que mayor esperanza despertó en la ciudadanía. Aunque los socialistas vascos, que estrenaban secretario general, no lo vieron así. Con el lehendakari Ardanza todavía convaleciente en el hospital de una operación en la espalda, los consejeros socialistas que tenía en su Ejecutivo -fruto del pacto de gobierno que funcionó desde tiempo atrás- le comunican a pie de cama que tienen órdenes de abandonar su gabinete. Aunque todavía no se había presentado el Pacto de Lizarra, no le perdonan al PNV que se sume. Algo que sirve a Redondo para reforzar el frente constitucionalista con el PP de Aznar, que se encuentra con un alto el fuego de ETA. Los socialistas huyen del vasquismo que en la actualidad quiere retomar el PSE para marcar distancia con su "socio preferente".
"amigos de terroristas" Paralelamente, los vascos acuden a las urnas. Y EH, la marca electoral de la izquierda abertzale, supera las previsiones al obtener catorce parlamentarios. Ibarretxe, que sucede a Ardanza, forma gobierno con EA y EH. Un pacto que fue demonizado por socialistas y populares y que sirvió para alimentar las acusaciones de que el PNV "amparaba a los amigos de los terroristas". El PSE endurece su discurso y, al igual que el PP, acuña la muletilla de "tregua trampa". Con este panorama, las negociaciones entre el Gobierno español y la organización armada fracasan. Y a finales de 1999, ETA anuncia su vuelta a las armas. Algo que cumple a rajatabla un año después, en el que asesina a 23 personas. En el comunicado en el que la banda expone sus razones para retomar la violencia, culpa a PNV y EA de buena parte del fracaso de la tregua, algo que es usado por PSE y PP para alimentar las acusaciones. Exigen a Ibarretxe que rompa con EH.
El 21 de enero, ETA asesina en Madrid al teniente coronel Pedro Antonio Blanco. Ante la ausencia de una condena expresa del atentado, Ibarretxe suspende el pacto de gobierno con EH. Algo que no parece suficiente para la brunete mediática. Tampoco para los representantes de PSE y PP. "Estamos hartos de que ustedes se dediquen a darle vueltas al diccionario y a retorcer el sentido de las palabras para ver si encuentran una expresión feliz que sea asumible por Euskal Herritarrok". En estos términos se dirige Buesa a los parlamentarios de PNV y EA días antes de su muerte. Jornadas en las que la presión contra la formación jeltzale fue aumentando hasta el 22 de febrero, cuando el atentado contra Buesa y Díez abrió una fisura cuyos daños colaterales -en forma de acusaciones y reproches- siguen hoy latentes.
Los partidarios de PSE y PP la tomaron con Ibarretxe. Gritos y pancartas en su contra frente a Ajuria Enea; una marcha en homenaje a Buesa y Díez rota entre detractores y partidarios del lehendakari; y un Gobierno vasco en minoría. De poco sirvió que el lehendakari rompiera con EH, cuyos dirigentes abandonaron la Cámara de Gasteiz.
Las elecciones generales estaban a la vuelta de la esquina y a Aznar, con el seguidismo del PSOE, le interesaba tensar la cuerda con el problema vasco. La jugada le salió bien al presidente español. Mayoría absoluta. Los socialistas, en cambio, suman su primera derrota sonada. Un año más tarde llegaría el ocaso de Redondo en las autonómicas. A esta cita se llegó tras un tortuoso camino de la coalición PNV-EA. Con Ibarretxe en minoría y la incapacidad de aprobar leyes, el lehendakari convoca elecciones anticipadas. Entretanto, ETA sigue asesinando a dirigentes socialistas. Objetivos que no son elegidos al azar. Muchos creen que la banda atenta contra ellos para ahondar en la ruptura entre PNV y PSE. En ese contexto, socialistas y populares firman el Acuerdo por las Libertades y contra el Terrorismo, en el que cargan contra PNV y EA.
En este clima de crispación sin precedentes se celebran los comicios del 13-M de 2001, en los que Ibarretxe gana al tándem Oreja-Redondo. Los simpatizantes del PSE parecen no entender que su candidato comparta los postulados de la derecha y le retiran parte de los apoyos. El sueño del cambio se esfuma, aunque la crispación tarda en bajar de intensidad. Hoy, diez años después, la relación entre las dos familias del constitucionalismo español en Euskadi se ha normalizado en el oasis vasco.