La rama rota de Anoeta
Ayer se cumplieron cinco años de aquella apuesta política, cuyo calado y trascendencia es indudable. Prueba de ello es el sumo cuidado que la propia Batasuna puso para dar a conocer esa iniciativa. 24 horas antes de aquel acto, las principales caras de la ya ilegalizada formación se reunían en Donostia con una amplísima y variada representación de medios de comunicación para explicar Orain herria, orain bakea. Fue una reunión larga, sin grabadoras, y algunas de las cosas que allí se dijeron adquieren nuevos significados pasado el tiempo. Uno de los portavoces allí presentes admitía que "el proceso de negociación más duro es el de casa". "Y eso ya lo hemos hecho", aseguraba entonces.
la base
Un modelo, un legado
Probablemente los interlocutores de PSE y PNV que se reunieron casi dos años después en torno a una mesa en Loiola con alguno de aquellos mismos portavoces cuestionarían esa afirmación. Una de las principales novedades de la conocida como propuesta de Anoeta era, precisamente, el hecho de relegar a ETA a la mera negociación "militar", lejos de papel político que siempre había reivindicado y ostentado en otros procesos de paz. Dos mesas, dos carriles más o menos paralelos -al final, la falta de adecuación de los ritmos entre ambos probablemente se reveló como uno de los problemas del posterior proceso- que constituyen el núcleo diferencial de Anoeta y, seguramente, uno de sus legados políticos más importantes.
En aquel discreto encuentro del 13 de noviembre de 2004 se dijo otra de esas frases redondas: "En Lizarra empezamos por la cumbre y fue catastrófico, sobre todo para nosotros. Ahora empezamos por el campamento base, a la tregua ya llegaremos". Uno de los valores que se le suponía al alto el fuego decretado por ETA año y medio después, el 22 de marzo de 2006, era precisamente el de llegar muy cocinado.
la "cocina"
Cimientos colapsados
El socialista Jesús Eguiguren aseguraba por aquel entonces que "los cimientos de este proceso de paz están muy bien construidos", en conversaciones informales que él mismo había engrasado desde 2002 y ya, posteriormente con carácter más oficial, en verano de 2005. Ésa fue quizá una de las grandes decepciones del proceso, cómo tan buenos cimientos colapsaron tan pronto una vez declarado el alto el fuego. Un colapso certificado por ETA en dos fases: en la mesa política de Loiola y, dos meses después, en la T-4 de Barajas.
Pero aquel convencimiento expresado por el presidente de los socialistas vascos no era infundado, es más, era compartido por la propia izquierda abertzale oficial, por aquellos mahaikides que en aquel encuentro con periodistas en noviembre de 2004 aseguraban que tocaba "soluciones y eso de no debe mezclarse con la construcción nacional".
la pluralidad
Admitida pero pendiente
Cimientos. A Anoeta se llegó tras 15 meses sin que ETA asesinara, el periodo más largo sin víctimas mortales sin estar oficialmente en tregua -a 22 de marzo de 2006, ese tiempo era ya de dos años y nueve meses-. Los contactos previos, informales y personales, databan de 2002; los canales oficiales se activan poco después de llegar José Luis Rodríguez Zapatero a La Moncloa.
El carácter de estos contactos también representaba cierta novedad. La propuesta de Anoeta expresaba en uno de sus siete compromisos que "el proceso" debía contar con "la adhesión y el respeto de las distintas sensibilidades existentes en el pueblo vasco", lo que se tradujo en contactos bilaterales con los socialistas, un cambio sustancial teniendo en cuenta el referente de Lizarra, es decir, de la acumulación de fuerzas soberanistas. Nunca llegó a fructificar esa condición de multilateralidad o de pluralidad que asumía Batasuna y, en un primer momento, la propia ETA. Sólo en último término entró el PNV en ese foro, con papel casi de salvavidas, cuando los contactos entre PSE y Batasuna habían empezado a hacer aguas.
No obstante, el elemento en sí mismo tiene un gran valor, porque el proceso partía -aunque luego no evolucionara en ese raíl- de un supuesto en el que la lógica negociadora preeminente no se establecía entre ETA y Gobierno español, sino entre los propios partidos vascos, todos los partidos vascos. El elemento es novedoso, tanto que a día de hoy, cinco años después, los últimos documentos estratégicos de la izquierda abertzale que se han ido conociendo, la mayoría vía filtración judicial o periodística, avanzan más en el esquema apuntado en Lizarra de acumulación de fuerzas nacionalistas, eso sí, con un matiz nada baladí: la omisión del PNV.
territorialidad
El posibilismo
Igual que el cambio de interlocutores, Anoeta alumbró un posicionamiento novedoso en cuanto a la territorialidad, asumiendo como punto de partida para la negociación -en esa mesa política plural- la actual división político-administrativa, es decir, el proceso debía tener en cuenta "tanto la historia como la actual realidad de Euskal Herria". El salto es cualitativo: la Alternativa KAS (1976-78) establecía como condición previa para el diálogo el "reconocimiento de la soberanía de Euskadi" y la Alternativa Democrática (1995) situaba "el completo reconocimiento de Euskal Herria" como "lo que hay que hablar y pactar con el Estado español, nada más". Ese discurso se concretó, tras un proceso de debate interno -Bide Eginez-en la propuesta Euskal Herria Eraikiz (2005), un paso posibilista hacia el reconocimiento de la "actual realidad política institucional y administrativa "como punto de partida para permitir el tránsito a un nuevo marco de unidad territorial".
El viraje de discurso que supuso Anoeta es radical visto en la perspectiva de 30 años. No obstante, Batasuna se enfrentaba entonces a otra circunstancia clave: la ilegalización de sus siglas. Ese factor es esencial para entender muchas desconfianzas sobre el supuesto tacticismo de la escenificación del velódromo, habida cuenta de que sólo cinco meses después se tenían que celebrar unas elecciones autonómicas para las que no iba a contar, en principio, con marca legal. Entonces, la inevitable referencia era Estrasburgo.
la ley de partidos
De tacticismo y estrategia
La izquierda abertzale oficial se aferró al clavo ardiendo del Tribunal de Derechos Humanos en una especie de traslación del esfuerzo de internacionalización que realizaba en el ámbito del proceso de paz. Las circunstancias políticas y la nada desdeñable habilidad de una sensibilidad política en semiclandestinidad para alumbrar alternativas que sortearan la Ley de Partidos les ha permitido a lo largo de estos años mantener una representación institucional, eso sí, cada vez con menos resquicios.
El peculiar filtro aplicado en las municipales de 2007 a las candidaturas de ANV, cuando el proceso de paz agonizaba sin remisión, fue quizá el último capítulo de este tira y afloja, al que el recentísimo pronunciamiento del Tribunal de Estrasburgo dio la puntilla fundiendo definitivamente el clavo al que la izquierda abertzale se había aferrado. La trascendencia de este recorrido la reconoce la propia Batasuna, asumiendo que la izquierda abertzale necesita "votos y ámbitos de gestión" para lograr sus fines en la propuesta política que tenían entre manos Otegi y Rafa Díez cuando fueron arrestados hace un mes.
Anoeta, en sí mismo y como génesis de Loiola, representa el final de un ciclo y el inicio de uno nuevo. Si Lizarra enseñó que un proceso de paz difícilmente puede prosperar marginando a una sensibilidad política del país, Loiola elevó el listón de rechazo a la tutela política de ETA a un límite nuevo: ni tregua ni alto el fuego -indefinido, permanente o de otro tipo-. La panoplia de conceptos se le ha agotado a ETA al mismo ritmo que su credibilidad. El abandono de la violencia aparece como el único punto de partida posible para la organización armada.
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