l oro, como metal precioso, ha sido usado como garantía de la emisión de moneda en representación del valor para los intercambios comerciales durante muchos siglos. Su versión líquida y negra, el petróleo -oro negro- ha ocupado durante los últimos 100 años un lugar destacado en la riqueza económica de los países, al ser su transformación y consumo la principal fuente de energía y movilidad. Un tercer tipo de oro blanco -el litio- se emplea en la fabricación de baterías y electrónica. El cuarto y único no proveniente del suelo, es el oro binario. Es el soporte codificado -en ceros y unos- de la información que consumimos, intercambiamos y entregamos cada día las personas en las redes, y las empresas y las máquinas entre sí. Cada pieza de oro binario, una pieza de información, vale más si está acompañada de otras informaciones con las que extraer nuevos datos. El oro binario es también la lógica de los programas que manejan los datos disponibles y fabrican nueva información. El oro binario tratado adecuadamente -en enormes magnitudes- establece las diferencias en las economías de los países y de las empresas, y cotiza en bolsa a través de las empresas llamadas tecnológicas. Últimamente, el proceso de la digitalización se extiende a toda la sociedad y se admite como un camino a recorrer por todos, personas, empresas grandes y pequeñas, y administraciones.

La digitalización comenzó de forma extensa entre los años 1980-2000 con los ordenadores de gestión, de los que se dotaban las grandes empresas y gobiernos para reducir sus procesos administrativos y así ganar eficacia y velocidad en sus funciones. Fueron los bancos y cajas de ahorro los líderes de aquella época en la digitalización, que les condujo a dividir los costes de cada operación por 200, frente a los procesos anteriores soportados en documentos originales y copias en papel. Lo que vino después -ya lo sabemos- fueron las sucesivas fusiones de entidades y la reducción drástica del empleo en el sector bancario. Seguramente la digitalización irá transformando todos los sectores y afectará de forma diferente a muy grandes, grandes, medianas y pequeñas empresas.

La digitalización no es un simple cambio de instrumentos en los puestos de trabajo, o la venta por internet. Es algo mucho más profundo, porque transforma la estructura organizativa y los motivos por los que una empresa existe o va a seguir existiendo. La digitalización afecta a la cadena de suministros, a la producción y a la venta de forma simultánea, lo que hace que ciertos negocios hoy viables dejen de serlo, especialmente las muy pequeñas empresas y negocios de proximidad. En especial para las pymes pequeñas la digitalización es una ventaja operativa clara de ciertas funciones, pero puede ser también una hemorragia imparable de abandonos de negocios por la edad de sus dueños, por el cambio en las reglas de la distribución, la venta y la competición por precios de su entorno. En España hay 2,9 millones de pymes de las que 1,56 no tienen ningún asalariado -solo el dueño-, y 1,14 tienen menos de 10 asalariados. El pequeño tamaño del empleo, 5 personas de media, es una característica de este tipo de empresas con similitudes con Grecia e Italia y algo por debajo de la media europea.

La digitalización es para la pyme como la batea manual de lavado del oro en el río, y como la planta dragadora, filtradora y decantadora de oro de las grandes explotaciones mineras para las empresas tecnológicas. La inteligencia artificial, el Big Data, los algoritmos de búsqueda, las plataformas de comercio son las máquinas extractoras de ese oro binario que todos conocemos. Mantener el comercio de proximidad, reducir la producción de residuos, fomentar el reciclaje de equipos mediante su reparación, y crear servicios de proximidad en lo rural son objetivos que requieren unas prácticas muy distintas de las vigentes que conducen al consumo masivo y a la distribución concentrada.

Tan importantes como el tamaño en la digitalización de las pymes son dos aspectos determinantes de la asimilación de este nuevo entorno digital. El primero es la capacidad de gestión de la nueva tecnología, que requiere una formación específica y un espíritu de cambio para el futuro del negocio. Y el segundo y más importante es la función que realiza la pyme. Lo fundamental para cualquier empresa y también para una pyme es la existencia de clientes de forma sostenida, que tengan en esta empresa la mejor alternativa en servicio, calidad y coste en un espacio geográfico concreto. ¿Pero qué ocurre cuando la digitalización ofrece oportunidades a empresas alejadas, de cierto tamaño, que antes no competían con la pyme? ¿Las inversiones en los cambios de diseño organizativo y equipamientos garantizan una competitividad para sostener la pyme en el futuro? ¿Podemos crecer lo suficientemente en poco tiempo para competir en un mercado mucho más abierto? ¿Cuántas pymes tienen esta vocación de crecer cambiando radicalmente sus prácticas para subsistir en el futuro?

Todas estas preguntas tienen distintas respuestas y la digitalización será adoptada en formas muy diferentes. Para muchas pymes será un motivo de abandono de los negocios. Surgirán otros pequeños negocios emergentes que tendrán por su naturaleza innovadora un recorrido de crecimiento con una forma digital desde el origen. Algunas de estas crecerán como nativas digitales, si sus productos son de valor y competitivos en mercados más grandes.

La territorialidad, que es una de los puntos fuertes de las pymes, se desdibuja ante la venta por plataformas. Internet ofrece la opción de convertir al fabricante-vendedor en proveedor de un nuevo distribuidor de sus productos junto con otros muchos más. La empresa de origen pierde sus clientes y la relación con ellos. Recibe un ingreso por las ventas que hace el nuevo distribuidor. Se ve obligada a ello porque hay muy pocas pymes con capacidad de organizar un circuito completo de fabricación, venta y distribución de los servicios por internet. Perder el canal de venta y la relación con los clientes es mutilar a la empresa de cara al futuro.

La ferretería de un pueblo con un ferretero de asesor y vendedor de sus suministros, no puede pasar a digitalizarse y llegar al autoservicio o servicio de venta on line, sin cambiar la organización de la tienda, las funciones de los empleados y entrar en la dependencia de otros grandes distribuidores perdiendo el contacto con sus clientes. La naturaleza de muchos negocios con dueños y empleados de una edad media o avanzada, requiere cambios con la digitalización que no son asumidos ni asumibles por quienes los regentan. Cerrarán tan pronto como la jubilación les ofrezca una ventana de oportunidad, sin esperar a la edad legal de jubilación. La digitalización actual lleva a aumentar la ventaja de las grandes empresas sobre las pequeñas, conduce a perder las relaciones de continuidad y asesoramiento del comercio local, y a eliminar los servicios de mantenimiento frente a la compra de producto nuevo, que impactan negativamente en el ansiado modelo de recuperación y reciclaje que la economía verde intenta imponer.

La digitalización podría haber adoptado otro rumbo, facilitando la información cercana para el consumo de proximidad, apoyando la estrategia de reutilización y así dar soporte al comercio local con instrumentos digitales, pero no se ha hecho así, ya que la tendencia dominante es que lo más grande se ve reforzado al aumentar el tamaño de la información disponible. El oro binario impone sus métodos y beneficia a las grandes empresas y a las plataformas de distribución. Son las grandes plantas de lavado del oro binario. Y acordémonos de paso de los que no dominan el lenguaje digital para tareas de la vida cotidiana. La exclusión social tiene también esta faceta, la digitalización, que se ve agravada por las dificultades de adoptar nuevas técnicas y hábitos con la edad avanzada, lo que provocará el crecimiento de nuevos discapacitados funcionales.* Doctor ingeniero industrial y cofundador de Aptes