ABITUALMENTE, las ciudades suelen utilizar grandes eventos de carácter internacional para dar un salto de calidad a su urbanismo, o para reconectar áreas que otros desconectaron en pos de un modernismo con taras y consecuencias perdurables en el tiempo. Bilbao afrontó las consecuencias de las crisis postergadas bajo el manto del franquismo con valentía y decisión. Finalmente se llegó a un horizonte donde se creó la ficción de un evento multitudinario que nunca sería real, pero serviría de marca de esperanza para en esa fecha poder estrenar una ciudad nueva y consolidada, la ciudad universal del siglo XXI.

Hasta seis alcaldes con sus equipos trabajaron y contribuyeron a un presente espléndido, que tuvo como guinda postrera el conocido Museo Guggenheim en uno de los extremos de Abandoibarra. Pero esto es pasado, no hay que detenerse en él ni por nostalgia ni para tomar impulso.

Reconocimiento, sí; razones del hoy, también, pero los responsables institucionales, a semejanza de la mirada fresca de un señor José Luis Laskurain, padre desde ser responsable de Hacienda de la institución del museo obra de Frank O. Gehry, se avecina la segunda transformación de la capital de Bizkaia, y para ello, podríamos poner, esta vez sí, un evento de grandes dimensiones en el horizonte. Sin bilbainadas esta vez, soñemos a lo grande.

Más allá de circunstancias operativas respecto a consecuencias de imponderables sanitarios con derivadas en la situación general, creo que es evidente que se puede afirmar que las ciudades que en los últimos lustros han triunfado en la consecución de unos Juegos Olímpicos han sido aquellas que tenían algo que ofrecer, algo que transformar, algo que desarrollar.

Un halo de crecimiento, de esperanza, coronado por la experiencia universal de unos juegos en tu ciudad, culminación de una Olimpiada de cuatro años, desde que el alcalde recibe la bandera olímpica en la ceremonia de clausura de la ciudad precedente.

Si recordamos las tres veces que la capital de las españas ha competido con otras para recibir los Juegos del 12, del 16 y del 20, en todas tal vez la candidatura estuviera demasiado desarrollada. Sí, eso puede ser un handicap. Pasarse de frenada puede ser un problema. Lo mismo que quedarse corto. Hay que procurar el punto de equilibro, ese donde uno presente sus credenciales solventes de lo que ha sido y conseguido, pero con un futuro transformador hacia el porvenir, juntar esas dos facetas puede ser garantía de triunfo. O por lo menos, ingrediente necesario para su culminación y consecución.

No deja de ser curioso que los juegos alemanes hayan sido logrados en competencia con ciudades españolas. Berlín 1936 derrotó a Barcelona que, si bien es cierto, difícilmente hubiera podido acoger los juegos por esas cosas del 18 de julio de aquel año y que todos creo ya saben, lo mismo que fue objeto a nivel internacional para no proceder a la celebración de hasta tres juegos (los de 1916, 1940 y 1944). En 1972 Munich derrotó a Madrid, que sigue siendo la única gran capital, junto a Bilbao evidentemente, que no tiene en Europa en su historial unos Juegos Olímpicos. Y eso puede y debe cambiar.

Tengamos en cuenta que los juegos en la modalidad de verano tendrán su cita en París en 2024, pero luego se trasladan a Los Ángeles en 2028 y a Brisbane en 2032. Esta última, sorprendentemente, a dedo, dado que curiosamente, para los dos previos solo se presentaron dos, y hubo arreglo entre ambas, entre otras cosas para garantizar el centenario de la ciudad de la luz en su idilio con los juegos.

Por tanto, es plausible unos juegos en Europa en 2036. ¿Y los de invierno? ¿No quiere Barcelona organizar los de invierno de 2030? Porca miseria, imposible, los juegos de invierno previos son en 2026 y son en Italia, ergo un continente no va a tener dos juegos, aunque sean de invierno, consecutivos, salvo que no haya otras ciudades candidatas, cosa que parece no es el caso. Por lo tanto, se abre la puerta de par en par para el potencial de una candidatura bilbaina a los de verano de 2036.

Son tiempos de oportunidades y hemos de cogerlas al vuelo. ¿Es posible plantear una candidatura olímpica sólo de la ciudad de Bilbao? Evidentemente no. Pero bajo el liderazgo compartido de la ciudad señera como es la capital del mundo conocido, y por ende, también de Bizkaia, como es Bilbao, es plausible juntar otras compañías selectas, como puedan ser Getxo, Santurtzi, Donostia, Gasteiz, o, por qué no, Castro Urdiales, Pamplona, Santander, Logroño y Barakaldo. Un eje de corazón bilbaino que estructure un horizonte de promesas por cumplir que supongan el final de un camino de baldosas amarillas que transitar mediante esa segunda transformación de la villa, que esta vez sí, pudiera tener una culminación a la vista del mundo, con su ceremonia de apertura y clausura, para, de esta manera, demostrar, una vez más, que somos dignos de nuestro presente y brillante futuro.

Por eso, desde aquí, invito, en la medida de lo posible, a erigir cuanto antes el proyecto tendente a incorporar lo existente en las mesas de dibujo y lo que puede derivarse en por venir, a la causa de traer los Juegos a la ría, es decir, al impulso de los Juegos de la Concordia, los Juegos Olímpicos de 2036 en Bilbao.