IVIMOS un tiempo en el que no es posible descentrarnos del problema que nos aprieta a todos: el covid-19. Difiere del hambre o el sida, que por no padecer las consecuencias letales que sufren millones de personas, podemos ignorarlas. Pero no cabe duda de que la crisis múltiple sanitaria, económica, social y de gobernanza derivada de el covid-19 exige liderazgos positivos, responsables y solidarios, capaces de influir y movilizar a la sociedad en torno al bien común.

Los liderazgos supermanes tienen muchos seguidores, pero de ahí no llega la honestidad, el rigor, la empatía, la solidaridad ante el mayor desafío colectivo al que nos enfrentamos tras la Segunda Guerra Mundial. El coronavirus ha dejado al descubierto la endeblez de las organizaciones internacionales que perjudica a los más necesitados por su incapacidad en la coordinación de una respuesta global contra el covid-19 y en la reconstrucción económica y social. Ya ocurrió algo parecido con la crisis financiera y en la crisis de los refugiados.

El liderazgo competitivo ha sustituido al liderazgo cooperativo o colaborativo. La cogobernanza ha fallado o se ha quedado en un liderazgo asimétrico a la hora de impulsar iniciativas conjuntas válidas. Sin embargo, resulta más efectivo el liderazgo en algunos gobiernos locales, como el vasco, o en las organizaciones del Tercer Sector, a la hora de impulsar la solidaridad con los más desprotegidos.

Es un axioma del liderazgo que al líder lo eligen, algo que ocurre cada vez que alguien convence (persuade) a otros de algo, aunque sea tan liviano como ir al cine en lugar de la playa. Lo cierto es que el autoritarismo y los liderazgos negativos resultan fascinantes frente a millones de personas que se comportan en su medio como líderes positivos cada mañana cuando ayudan a otras personas y logran objetivos sin la notoriedad de muchos líderes negativos. Liderar (influir) consiste en ayudar a las personas a hacer un trabajo mejor. Un líder servicial es una persona tan normal que puede involucrar a otros a conseguirlas... ¡y no sentirse un líder! cuando sus actitudes motivan a otros a actuar de manera similar.

A. Maslow, el de la famosa pirámide de las necesidades humanas, se preguntaba: ¿Dónde está la psicología que dedique la misma atención a vivencias como el amor, la compasión, la alegría y el bienestar que al odio, a la tristeza, al sentimiento de culpabilidad y al conflicto? Y alentaba a conocer biografías de personas paradigmáticas de la superación, a profundizar en la apertura a lo nuevo, la creatividad, el sentimiento de solidaridad, el sentido ético y hasta el inconformismo frente a la cultura dominante cuando es poco edificante.

El líder que aporta valor es el que fomenta el ejemplo, la cooperación y una cultura de la confianza. Por supuesto que hay personas que alcanzan niveles de liderazgo excepcionales, pero todos poseemos la capacidad de influir positivamente en los demás y es mejorable con la práctica. Y cuando ponemos el corazón en el empeño nos beneficiamos, en primer lugar, a nosotros mismos. Al ofrecer lo mejor que tengo, me aseguro el propio crecimiento personal y profesional, aunque a corto plazo no se perciba como ocurre en todas las siembras que merecen la pena. No hablamos de platonismos sino de no perder de vista que nuestros anhelos y objetivos pueden hacerse asequibles también desde el servicio desinteresado y facilitador mediante conductas generosas.

La verdadera inteligencia no tiene contraindicaciones: trata a los demás como te gustaría ser tratado y no hagas aquello que no te gustaría que te hagan (Kant). Si trabajamos con amabilidad, comprensión y escucha no es debilidad; al contrario, son signos de madurez que predisponen a otros a hacer lo mismo y tienen que ver con la excelencia, la calidad y la verdadera autoridad. El liderazgo de servicio no tiene nada que ver con el servilismo. Lo que estamos viendo en demasía es que algunas personas aman a las cosas y usan a las personas y a nadie sano le gusta ser un objeto en las relaciones humanas.

La secuencia verdaderamente inteligente es: ganan, ganamos, ganas, gano. Abundan los escépticos, es cierto; a ellos, pues, hay que recordarles esta afirmación de Joel A. Barker: "Aquellos que dicen que algo no puede hacerse, suelen ser interrumpidos por otros que lo están haciendo".