L objetivo de los 197 países que suscribieron el pacto era claro: sumar los esfuerzos que estuvieran en sus manos para reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero e impedir que la temperatura media del planeta supere en 1,5 grados el aumento de la temperatura a final del siglo y evitar así los peores impactos de la crisis climática.

Pero ¿qué ha ocurrido realmente en este lustro? El cambio climático no da tregua tras un 2020 en lo que la prioridad se encontraba en la lucha contra el coronavirus. La idea generalizada de que el confinamiento podría haber frenado las emisiones de CO2 ha quedado reducida a un pequeño bache dentro de la clara tendencia ascendente de las concentraciones atmosféricas de gases de efecto invernadero.

No solo no hemos conseguido frenar el implacable aumento de las temperaturas, sino que este año va camino de ser el segundo más caluroso desde que tenemos registros según la Organización Meteorológica Mundial (OMM), que acaba de presentar hace unos días un avance del informe sobre el Estado del Clima Mundial durante el año 2020.

Según la organización de la ONU, "en 2020 también se registraron un número récord de huracanes en el Atlántico, incluida una aparición consecutiva sin precedentes de huracanes de categoría 4 en el mes de noviembre en América Central. Las inundaciones en algunas partes de África y del Asia sudoriental provocaron desplazamientos masivos de población y socavaron la seguridad alimentaria de millones de personas".

2020 debía ser el punto de inflexión en la lucha internacional contra el cambio climático. Pero la pandemia obligó a posponer un año la cumbre del clima que se iba a celebrar en Glasgow (Reino Unido). Y los compromisos de una mayor ambición contra el calentamiento se han quedado en el aire.

Estamos en una emergencia climática y no solo en medio de la crisis de la pandemia del covid-19. Vemos que estamos en una emergencia climática cuando miramos lo que pasa con el incremento de la presencia de gases de efecto invernadero en la atmósfera o el incremento de las temperaturas. También si miramos a lo que pasa con los glaciares, si miramos lo que pasa con Groenlandia o la Antártida, si miramos lo que pasa con el nivel del mar, si miramos lo que pasa con los huracanes y otras tormentas en distintas partes del mundo, si miramos que nueve millones de personas mueren cada año por la polución del aire y el agua originada por los mismos factores que crean la crisis climática. Pero no es una emergencia para un año o dos, será el reto esencial de este siglo. Esta emergencia nos obliga a una movilización para combatirla.

Tras las elecciones en Estados Unidos y la derrota electoral de Trump, la nueva administración ya ha anunciado la vuelta al Acuerdo de París, y eso es positivo; como lo es que China haya prometido la neutralidad de carbono antes de 2060. Pero hay que hacer mucho más. Es necesario que se tomen medidas para que cada país plantee las contribuciones nacionales determinadas (los planes de recorte de emisiones para esta década, conocidos por sus siglas en inglés NDC) en línea con el objetivo del Acuerdo de París, lo antes posible, en línea con el objetivo de dejar en 1,5 grados el aumento de la temperatura a final del siglo.

Desafortunadamente, estamos viendo hoy que los países del G20 en las medidas de recuperación de sus economías están invirtiendo un 50% más en actividades relacionadas con los combustibles fósiles que en las energías renovables y en la economía ecológica. Esto es inaceptable, porque los miles de millones de dólares y euros que se están gastando para la recuperación y el mantenimiento de las economías son préstamos que heredarán las generaciones futuras. No es aceptable que las generaciones futuras reciban un montón de deuda y que esa deuda se haya utilizado para destruir el planeta. Lo que se está gastando para recuperarnos del covid-19 debe tener al mismo tiempo como clara prioridad la inclusión, combatiendo las desigualdades, y la sostenibilidad, combatiendo el cambio climático.

Tal como están las cosas, hay que cambiar radicalmente de rumbo si queremos un planeta en el que podamos vivir. Los científicos del Panel Intergubernamental (IPCC) publicaron su primer informe hace 30 años y ya indicaban la relación clara entre cambio climático y gases de efecto invernadero. Pero desde 1990 la emisión de estos gases ha aumentado más de un 60%.

Estamos viendo en los últimos tiempos una movilización global creciente de la sociedad civil, y de la juventud sobre todo, pero vemos también que las actividades del sector privado, con excepciones, y de muchos gobiernos, no son sostenibles a nivel mundial y no tienen futuro. Y desafortunadamente sabemos que los gobiernos normalmente solo actúan cuando son presionados. Esta presión está creciendo, pero deberá hacerlo mucho más, ganando una dimensión enorme.

En Euskadi, el cambio climático es también el gran reto ambiental del siglo XXI. El objetivo clave debe ser frenar las emisiones de gases de efecto invernadero y establecer estrategias que permitan adaptarnos a los impactos ambientales, económicos y sociales que provocan.

Según los últimos estudios realizados, para finales del siglo XXI, se espera que las temperaturas mínimas extremas se incrementen entre 1 y 3 grados durante los meses de invierno. La media de las temperaturas mínimas extremas del periodo 1978-2000 fue de -2,35 grados, mientras que para el periodo 2070-2100 se prevé que sea de -1.84 grados. Es decir, estas temperaturas muestran un incremento medio de 0.51 grados.

Para finales del siglo XXI, las temperaturas máximas extremas aumentarán 3 grados durante los meses de verano. A consecuencia de los cambios, se esperan olas de calor más largas y un ligero aumento de su frecuencia. Durante el periodo 1978-2000, solo el 10% de los días de verano se inscribían en periodos de olas de calor. Sin embargo, entre los años 2020 y 2050 las olas de calor pueden suponer el 30% de los días de verano, pudiendo llegar al 50% a finales de siglo. Y podríamos seguir con más impactos de la crisis climática.

El Gobierno vasco tiene previsto que se apruebe en la presente legislatura una Ley de Transición Energética y Cambio Climático, que considero absolutamente fundamental. Conseguir que Euskadi reduzca tanto las emisiones de gases de efecto invernadero como la vulnerabilidad a los impactos del cambio climático es favorecer la transición hacia un modelo neutro en emisiones de gases de efecto invernadero en 2050 que, en mi opinión debería adelantarse a 2040. Y también es necesario fijar horizontes temporales en 2030 con objetivos ambiciosos como puede ser una reducción de las emisiones entre el 50% y el 55% y, al tiempo, transformar el modelo de producción y acceso a los recursos naturales y energéticos.

* Experto en temas ambientales, Premio Nacional de Medio Ambiente y de Periodismo Ambiental País Vasco