ON éxito se celebró el día de la tercera edad. Los ancianos -se considera ancianos a las personas que han cumplido 65 años-, sonrientes ante los políticos, contaban, cada uno la suya, sus experiencias en esa madura etapa final de la vida. Hubo flores, discursos y reconocimientos. Una salerosa auxiliar, llamaba "abuelillo" a un recluido y, con palmaditas en la espalda, le animaba a hacer "un juego muy fácil" para empezar el día. El "abuelillo" le miraba con ojos acuosos y paciencia infinita. Aquel señor había sido uno de los más prestigiosos neurólogos, pero el tiempo, inoportuno, llegó a él y su cuerpo erguido había perdido el paso seguro y la espalda se había encorvado mientras su cabeza guardaba toda su lucidez en perfectas condiciones. He visto escenas similares. Ser viejo no equivale a convertirse en un bebé de pecho; tampoco los niños son tontos, son hombres pequeños.

El tiempo pasa igual para todos y para algunos no pasa, se van al más allá antes de llegar la adolescencia y la juventud. Ninguno podemos añadir un día a nuestra vida. Los que hemos tenido la suerte de llegar a esa tercera edad homenajeada, como si fuera un regalo, miramos, con espanto, la falta de respeto a sus abuelos. Creo que el tema de las jubilaciones adelantadas -¡cuántos se jubilaron hace años, hoy también, con 52 años!- ha ocasionado una situación extraña. La sociedad no está preparada para vivir acompañada de tantos jubilados (algunos para ahorrar dinero a la empresa). Hay trabajadores que al jubilarse se han sentado frente al televisor y disfrutan de su inactividad de vagancia, pero hay otros que mantienen su inteligencia despierta, atentos a la actualidad, la lectura y las clases magistrales; no se han convertido en abuelos con zapatillas de cuadros. El caso de las mujeres es distinto. Difícilmente una mujer, aunque se haya ocupado exclusivamente de trabajar en el hogar, es una silla en mitad del pasillo. Las mujeres, más agiles en la vida, siguen en activo. Por eso les ataca la nueva enfermedad.

Este problema social, la discriminación que sufren las personas mayores por motivo de su edad, se llama "edadismo". El edadismo es uno de los problemas más graves que se ha sentado en medio de la sociedad. Los jefes de tribu, los griegos y los romanos, seguro que nos mirarían extrañados. Para ellos, el Ágora era el consejo de los ancianos. Pero estamos hablando de otra historia. A fin de cuentas, allí nació la democracia. Demo-cracia, aristocracia, la base de la educación.

La cultura, el arte, es de las únicas facetas que lleva con garbo los años y difícilmente puede entrar en eso de los "ancianitos". Unos ancianitos que curiosamente han sobrepasado hace muchos años la juventud y entran en la franja senior han pintado los mejores cuadros que se exponen en los museos y escrito los libros que leemos y que ocupan los primeros puestos en venta (Ken Follett, por ejemplo). Pintan y escriben así gracias a la experiencia que han conseguido.

Si damos una paseo por los jefes de Estado del mundo, la mayoría ha sobrepasado los 70 años, algunos con gran dignidad y otros zafiamente. El reciente caso de Donald Trump en Estados Unidos es un ejemplo de incoherencia, política y humana, que le hace caer, como un ídolo de barro, por bocazas. Sería bueno que ahora él mismo se aplicara sus consejos. Un trago de lejía pura quizás deshiciera sus kilos y limpiara definitivamente sus músculos fofos para convertirse en un civil trasparente.

Los refranes son la gran sabiduría popular: "No escupas al cielo porque te puede caer encima". Hace unos días, en una cama de hospital, por mucho que sea presidente de EE.UU., el mandatario americano se convirtió en uno de los miles de contagiados del mundo. Sus algaradas, faltas de respeto y no llevar mascarilla en público, se volvieron contra él. Curiosamente -así lo dice la política actual estadounidense-, si Trump hubiese quedado inhabilitado en caso de empeorar (110 kg, comida basura y 74 años), le hubiera sustituido Mike Pence, de 61 años; y de quedar Pence incapacitado, sería sustituido por la líder demócrata Nancy Pelosi, de 80 años, que se convertiría en la primera mujer presidente de EE.UU. Pero si por un casual -todo cabe en el mundo de las posibilidades- Pelosi no quisiera ejercer el cargo, la presidencia le correspondería al actual presidente del Senado, el republicano Charles E. Grassley, un "ancianito" de 87 años.

¡Cuánto hay que aprender! Vivimos sin pensar que el lobo está y repetimos incongruencias con sonrisas irónicas: "¡Que viene el lobo!". Hay veces que de verdad viene. ¡Pobre Donald Trump, que viene el lobo, abuelito! Pero, el pájaro loco está deseando a los habitantes del mundo mundial que contraigan el corona. El señor dice que "he aprendido mucho sobre el covid. Lo entiendo y lo comprendo". Poco después, añade en Twitter: "¡Me encuentro fenomenal! Ha sido una bendición de Dios". Pues a olvidar la mascarilla, a ir a manifestaciones multitudinarias, quitar las mamparas de plexiglás y a asistir a mítines. Los contagios de la Casa Blanca, según el más famoso enfermo de covid-19, son una bendición divina. Parece ser que no le han dado un vaso de lejía, pero a los pobres votantes sin medios no les pueden dar chutes espectaculares ni tratamientos experimentales, ni siquiera recibir atención médica si se rompen un brazo porque carecen de la más mínima sanidad publica. Por supuesto, los médicos no hacen ningún comentario sobre sus explosivas declaraciones.

Pues verán, en Morazarza, en la sierra de Madrid, vive Carlos Soriano, un delicioso "ancianito" de 81 años que subió al Everest a los 62 años, al K2 a los 65, al Makalu a los 69, al Annapurna con 77 años y ahora entrena para volver al Himalaya en primavera. Y para los que maltratan el edadismo, Louise Glück ha sido galardonada con el Premio Nobel de Literatura. Tiene 77 años. En un poema bellísimo escribe:

"Como una niña, la tierra se va a dormir, / o al menos así dice el cuento. / Pero no estoy cansada, dice, / y la madre responde: Puede que tú no estés cansada pero yo sí. / Lo puedes ver en su rostro, todo el mundo puede. / Así que la nieve debe caer, el sueño debe venir. / Porque la madre está mortalmente harta de su vida / y necesita silencio.

* Periodista y escritora