ERÁ la primera vez en cuarenta y tres años que el Partido Nacionalista Vasco suspenda la celebración del Alderdi Eguna. Ni la coyuntura política, ni las escisiones, y mucho menos la climatología habían provocado que la cita anual de los nacionalistas vascos se abortara. El año de las inundaciones -1983- el Alderdi Eguna se aplazó a octubre y el aguacero constante que cayó ese día casi nos ahogó en las campas getxotarras de Aixerrota.

La celebración de las elecciones autonómicas en el último domingo de septiembre del año 2016 también obligo a un aplazamiento. Pero la celebración se llevó a cabo y, además, con el buen sabor de boca de un resultado positivo en las urnas.

Pese a todo, jamás hubo circunstancia que echara por tierra el desarrollo de uno de los encuentros políticos más genuinos de nuestro entorno europeo. Un acontecimiento que en quienes lo viven sin la pasión del protagonismo compartido provoca una sensación de asombro por contemplar cómo, en los tiempos que vivimos, un sentimiento ideológico y político es aún capaz de movilizar a tanta gente. Es un fenómeno singular, una movilización social de masas con carácter reivindicativo convertida en una fiesta al aire libre en el campo.

Pero la pandemia que todo lo puede y sus extraordinarias consecuencias nos han impuesto una nueva realidad, aconsejándonos a suspender este año el encuentro que miles de militantes y simpatizantes nacionalistas vascos teníamos señalado en el calendario.

El Euzkadi Buru Batzar no tenía dudas al respecto. Con un panorama como el actual, en el que un virus potencialmente letal circula libremente sin vacuna que lo neutralice, con brotes de contagio constantes que siguen alimentando ingresos hospitalarios, con llamamientos públicos a la responsabilidad individual y grupal, con restricciones que condicionan la vida de la ciudadanía y por respeto a todas las víctimas de esta pandemia, sólo cabía una decisión: suspender la edición de este año y aplazar la reunión-fiesta del Alderdi Eguna a la próxima edición.

No podía ser de otra manera. El principal partido político de Euskadi debía seguir fiel a su responsabilidad para con el país y, además, dar ejemplo de una conducta irreprochable. La “nueva realidad” a la que nos está tocando ajustarnos no nos ha permitido tan siquiera celebrar el 125 aniversario de la fundación de nuestro partido. Hemos evocado el Aberri Eguna recluidos en nuestros hogares. Nos ha obligado a echar abajo el Alderdi Eguna. E incluso hemos tenido que aplazar los procesos internos de renovación en el marco de una Asamblea General, trasladando su desarrollo al mes de diciembre.

La pandemia del coronavirus ha destrozado cualquier previsión que la actividad humana hubiera establecido. Las vinculadas con la salud de las personas y con su bienestar han sido las más relevantes. Otras, entre ellas las nuestras -las del PNV- aún siendo de menor rango y trascendencia, también se han visto mediatizadas. Y nos han generado desasosiego.

La cancelación de la jornada de Foronda nos afecta sentimentalmente. Desde 1977 hasta nuestros días, quienes nos identificamos con el nacionalismo vasco hemos tenido por costumbre reunirnos, como una gran familia, una vez al año en una quedada al aire libre. La primera edición sirvió para emerger de la clandestinidad. Para encontrarnos tras años de catacumbas y represión. Para afirmar con rotundidad que el franquismo no había podido con nosotros y que aquí seguíamos. A partir de entonces, cada edición tuvo un reto, pero en todas ellas compartimos un objetivo: que el compromiso democrático del PNV pasaba por la construcción dinámica de la nación vasca. Una nación al servicio de las personas, una patria de gentes que querían compartir su expectativa de una vida mejor aquí, en Euskadi. Aralar, Olarizu, Itziar, Aixerrota, Aiegi, Salburua, Murgia, Foronda nos han acogido alimentando nuestro espíritu de compromiso activista en defensa de ese proyecto político.

En alguna ocasión he señalado que para un militante del PNV el Alderdi Eguna eran vitaminas con las que robustecíamos la militancia y nos permitían desplegar la energía necesaria durante el resto del año. Y era así porque, además de los mensajes políticos del momento, en ese encuentro especial coincidíamos con decenas de personas con las que compartíamos amistad y compañerismo desde antiguo. Citas singulares provenientes de toda la geografía vasca y también de la diáspora que esporádicamente coincidíamos en un día que se convertía en una fiesta entrañable con sus ritos, sus liturgias, e incluso su gastronomía.

Este año no habrá campas. Ni txosnas, ni talo con chorizo. Ni abrazos. Ni besos. Ni emociones, contenidas o no. Qué pena más grande. Pero hemos de pensar que esta ausencia es solo un paréntesis obligado. Necesitamos superar el momento, resistir a la enfermedad y no darle ni una mínima opción para que multiplique su perniciosa carga. Solo así podremos volver cuanto antes a izar la ikurriña entre sembrados y parcelas cosechadas de cereal o en amplios descampados en los que sentir de nuevo un chute de autoestima. Volveremos. Y el PNV seguirá su trayectoria. Como el “infatigable caminante” que transita sorteando dificultades y desafíos. Porque su cometido es avanzar para posibilitar que los vascos y las vascas sean en cada momento lo que quieran ser. Lo que su voluntad determine. Apegados al suelo, a la realidad de los sueños posibles.

Así entendemos la “construcción nacional”. Avanzar paso a paso. Ganando terreno en la conciencia colectiva. Sumando compromisos. Construyendo, nunca obstaculizando ni buscando la parálisis. Una labor sostenida en el tiempo por múltiples generaciones. Hoy una, mañana otra. Consolidando relevos, nuevos eslabones para una cadena que no se puede romper. Agua nueva de la vieja fuente, que diría Artze.

Ahora toca centrarse, sacar al país del agujero en el que nos ha metido el virus. Recuperar el pulso. Rehabilitar nuestras defensas y volver a encontrar una expectativa de vida que concite esperanza. No será fácil. Seguiremos sufriendo durante un tiempo. Pero esta sociedad nunca arrojó la toalla. Ni en los momentos más complicados de nuestra historia se arredró. Ni se dio por derrotada. Seguro que, con tesón y con la experiencia de 125 años de caminar, saldremos adelante.

Hoy estamos tristes porque la pandemia nos ha dejado sin Alderdi Eguna. Sin nuestra especial vitamina anímica reconstituyente.

Pero, peso a todo, no me resisto a pasar página sin más. Quizá resulte ridículo, pero mañana, junto a la mascarilla, me calzaré las chirucas. Aunque solo sea para salir a la calle a comprar el pan y los periódicos. Y abriré con los míos, en formato reducido, una botella de txakoli. También comeremos de campa. Tortilla de patatas, carne albardada y pimientos fritos. Y miraremos fotos de años pasados con la nostalgia alegre de encontrar en ellas a quienes este año no podremos saludar presencialmente. Y, al anochecer, cuando toque la retirada, pensaremos que ya queda menos para el próximo Alderdi eguna. Volveremos.

* Miembro del EBB de EAJ-PNV