UESTRO problema, al parecer, solo responde a un término: Corona. O se trata de un microorganismo, de un virus que ha matado en todo el mundo ya a demasiados cientos de miles de personas, o se trata de una noticia tan peligrosa como tendenciosa que amenaza con desmantelar a la familia real, cargarse la monarquía y convertir al Jefe del Estado, el rey Felipe VI, en un mequetrefe al que le lluevan las críticas y descalificaciones por ser hijo de alguien al que el título de rey le cayó del cielo en aquel tiempo en el que el riesgo, la inestabilidad y los miedos podían haber hecho rey a cualquiera.

Lo cierto es que España atraviesa un tiempo delicado. Los españoles tenemos miedo, al virus y al futuro, pero no estamos reaccionando demasiado racionalmente. A la vez que enterramos a nuestros muertos, víctimas de la pandemia, queremos enterrar a la monarquía, ahora que ésta sobrevive víctima de los posibles devaneos licenciosos del rey Juan Carlos I, quien no solo echó una cana al aire sin acordarse de que existía una reina llamada Sofía, sino que trajinó con abultadas recompensas económicas, por aquí y por allá, recibiendo donaciones multimillonarias.

España está, ahora mismo, aislada del mundo. Ni los españoles pueden salir hacia otros lugares por las medidas impuestas por los países vecinos, ni tampoco acuden a visitarnos gentes de esos otros países. La situación no puede ser más complicada porque el coronavirus es un virus brutal, y la corona es una carga de profundidad que amenaza nuestra forma de gobierno.

Se trata, por tanto, de combatir los dos síntomas, de rebajar el rigor de ambas irregularidades y, sobre todo, de hacerlo con la máxima eficacia. En una de las amenazas, la del virus, todo parece ser cosa de tiempo y de actitudes: del tiempo necesario para que la ciencia descubra una vacuna eficaz, y de las actitudes, sumadas, de todos los ciudadanos, que deben morigerar sus costumbres y atenuar sus excesos, aunque el verano, el sol brillante y el calor excesivo les inciten a divertirse sin freno, a compartir sus recreos y a convertir todos los espacios en lugares tan concurridos y divertidos como arriesgados. Resulta tan extraño como absurdo que el coronavirus haya convencido tan débilmente a los ciudadanos de que, si no son confinados voluntariamente, deben ser muy prudentes, salir a la calle bien protegidos y guardar las debidas distancias. En lo que concierne a medidas de protección, los que huimos del virus sabemos lo que tenemos que hacer aunque, según se comprueba cada día al leer las noticias, nos cueste tanto cumplir las previsiones. Algunos, según se desprende de las fotografías publicadas, deben creer que sus vidas serán tan efímeras que no pueden desaprovechar ni un solo instante de su gozo y disfrute en playas, lugares de recreo u otros espacios creados para el ocio y la algazara. Cuando se rinden a esos disfrutes el coronavirus también es más feliz infectando a troche y moche y convirtiendo nuestro hábitat en una pura bazofia.

Quienes desoyen los consejos e incluso desobedecen los mandatos de las autoridades competentes, muestran cierto parecido con la corona que ostentaba el rey Juan Carlos, si bien el exmonarca no se sintió nunca amenazado por la pandemia. Incluso obró como si ni siquiera su conciencia le pidiera cuentas. En algunas ocasiones, a quien no tiene una conciencia exigente le suelen atosigar la vergüenza o el miedo a mostrar sus miserias morales de forma demasiado patente pero el monarca, al parecer, obró con premeditación y alevosía, quizás convencido de que su enriquecimiento no era un fruto prohibido descolgado del árbol -prohibido igualmente-, aunque es posible buscar otras acepciones del propio término para autodenominarse: procaz, insolente, desvergonzado, grosero, osado, impúdico, etc. O incluso, extremando la búsqueda: carterista, cleptómano, ratero, ladrón€ Muchos calificativos sirven para definir del modo que se merece quien debiera haber dado ejemplo de conducta€

Ahora, uno escucha los informativos y siente primero miedo y después rabia. O viceversa. Tenemos miedo porque la muerte nos acecha y es un trance que va del ser al no ser, y acostumbrados a ser, dejar de ser es convertirnos en nada. Queremos seguir siendo, seguir figurando en el listado de los vivos aunque tengamos que comprobar nuestra presencia constantemente sopesando si el dolor de nuestras sienes es consecuencia del calor o del coronavirus.

Y queremos seguir siendo a pesar de que bien cerca de nosotros un rey despiadado nos haya podido estafar. Es evidente que detrás del coronavirus se vislumbran negocios pingües y cambalaches varios; que las actitudes de los sanitarios, de los trabajadores sociales y de quienes han cuidado a los viejitos afectados han sido encomiables ante cualquier tipo de valoración; que en las casas de los sufrientes afectados se han ejercido todo tipo de muestras de cariño y afecto; todo eso es evidente€ Aunque las autoridades políticas, en las instituciones, se hayan "esmerado" en ejercer acciones miserables contra la autoridad socio-sanitaria para sacar algún provecho electoral. Dicho con sencillez, me quedo con las palabras de Serrat: "Lo que ha ocurrido aquí y fuera es bastante penoso, y es cuando la sociedad ha estado más necesitada de orientación, de confianza€ Se nos ha proporcionado desconfianza y desorientación, un aprovechamiento mezquino muy a corto plazo€". Así ha sido, que mientras los cadáveres reposaban en la soledad fría de hangares improvisados y deshabitados, unos y otros se fotografiaban con aires de héroes o vencedores€

Así, la corona imperante en España, es decir el rey, también agoniza sin remisión, víctima del descaro y la insolvencia de quien parecía que era el predestinado para enterrar definitivamente al franquismo. También esta corona nos está saliendo rana. Él, que había sido admitido y aceptado por tantos republicanos para los que liquidar el recuerdo del franquismo era una urgencia, ha mostrado sus miserias y ha liquidado a la monarquía. El rey ha estado desnudo y su desnudez ha comenzado ya a desvestir a su hijo Felipe que, a falta de coronavirus, siente como una losa brutal el corona-Corina, otro virus tan mortal para él como el de la pandemia.

* josumontalban@blogspot.com