OS modernos sistemas de salud descansan, fundamentalmente, sobre dos pilares, la vigilancia epidemiológica y la asistencia sanitaria; el primero alerta, el segundo trata.

Podríamos convenir que tal pandemia no era previsible, o por lo menos que no lo era con el impacto en que lo ha sido. Las primeras noticias de China, allende la desconfianza, no hacían presagiar semejante nivel de catástrofe mundial. Las noticas de Italia, por el contrario, sí fueron ya preocupantes, pues comprometían, hasta el colapso, el sistema sanitario de una de las zonas más ricas de Europa, Lombardía, incapaz de absorber una demanda asistencial motivada por un virus que -según nos habían contado- era menos agresivo que una gripe. Después sobrevino el colapso de los servicios de salud de la Comunidad de Madrid, en apenas unos días. Y al fin Vitoria-Gasteiz.

Los países desarrollados cuentan con sistemas de salud altamente eficientes, provistos de alta tecnología y altos estándares de calidad, además, su personal goza de una sobresaliente cualificación. Buena prueba de ello es la máxima eficiencia en el tratamiento de patologías individuales tales como cirugías, cáncer, infartos, trasplantes y un largo etcétera. Ratios que se adivinan también en materia de racionalidad y eficacia, pues se acreditan altos porcentajes de ocupación de quirófano, camas de hospitalización o de críticos, junto con una gran optimización de recursos y resultados. En suma, tanto más eficiente es un hospital, cuanto menor número de camas, quirófanos o respiradores permanecen libres; incluyéndose aquí un estocaje ajustado que incorpora el suministro regular de los proveedores. Paradójicamente y contra lo que pudiera parecer, esta pandemia ha revelado que esa eficiencia no debe disminuir la capacidad para enfrentar un incremento inusitado y exorbitante de la demanda.

Por ello nuestro sistema de salud precisa introducir un índice añadido de calidad asistencial que permita valorar la capacidad de adaptación a las necesidades cuando éstas, circunstancialmente, puedan superar nuestra expectativa de respuesta. Su objeto no es otro que el análisis y planificación flexible de los distintos escenarios y su adecuada priorización, de modo que se garantice la asignación idónea de los recursos.

La pandemia de covid-19 ha puesto a prueba nuestra capacidad para adaptarnos a la incertidumbre, para absorber perturbaciones, para responder a ellas y para recuperarnos y ser capaces de ofrecer una prestación de calidad, especialmente en un sistema sanitario presidido por el derecho de acceso universal a la salud; sin obviar que el estrés o la adversidad, en sí mismos, implican un grave riesgo.

El pasado lunes, día 11 de mayo, tuvimos ocasión de recibir la visita del lehendakari y de la consejera de Salud, nos hubiera gustado que hubiera transcendido a la opinión pública -más allá de la legítima protesta sindical- la capacidad de adaptación de este Hospital Universitario Cruces, HUC, ante la covid-19, esto es, nuestra resiliencia; veamos algunos ejemplos de ella.

El HUC ha mostrado resiliencia en sus estructuras, habilitando plantas, configurando circuitos diferenciados pacientes con covid-19 y sin covid-19, e incrementando el número de camas de críticos hasta triplicarlo, conforme avanzaba la necesidad.

También cabe hablar de resiliencia en el conocimiento. A lo largo de este periodo hemos ido modificando lo que sabíamos sobre la enfermedad, casi a diario, porque es cierto que la información inicial de China nos confundió. Sirva como ejemplo que en 15 días manejamos 14 actualizaciones de protocolos. Aprendimos a trabajar en colaboración con empresas vascas de ingeniería para, a través de análisis big data, conseguir el acceso a terapias más eficaces, entendiendo que la enfermedad genera subgrupos, en forma de tipos de pacientes muy diferentes.

Resiliencia, a su vez, para adaptarnos a un entorno nuevo, lugares no habituales y escenarios impensables -gimnasios reconvertidos en Reanimaciones-, trabajando con EPI que dificultaban sobremanera el día a día. Con todo, conseguimos mantener a más de 80 pacientes intubados con covid-19, a la vez y en un mismo día, sin dejar por ello de atender al paciente -no covid-19- crítico.

Resiliencia en los sistemas de aprovisionamiento en un mercado desabastecido y muy competitivo, atenazado por el miedo y la voracidad.

En este punto merece la pena subrayar la afortunada, por decisiva, contribución de los Servicios Centrales de Osakidetza, que ya el pasado año decidieron la compra de 100 respiradores y monitores de quirófano para todos los hospitales del Organismo. La llegada a este Hospital Universitario Cruces de 32 equipos permitió alcanzar, junto con los propios de nuestros quirófanos, alrededor de 150 camas de críticos.

Entre todos lo hemos conseguido. Logramos un hospital que nunca se colapsó, ni en la Urgencia, ni en los cuidados críticos, ni en la planta -con más de mil ingresos-. Todo paciente recibió el tratamiento que necesitaba.

El Hospital Universitario Cruces llegó a tener ingresados, en un mismo día, casi cien pacientes con covid-19 en unidades críticas. Hospitales muy importantes de la Comunidad de Madrid se colapsaron con el paciente número 22 con covid-19 en esas unidades de críticos.

Los resultados han sido extraordinarios, es de significar que la tasa de fallecimiento en paciente intubado ingresado en críticos en el hospital de Cruces es del 16%, frente a otros muchos grandes hospitales como aquellos de Madrid, en los que el porcentaje de fallecimiento de intubados ha sido mayor del 40%, en unos casos, e incluso del 60% en otros. O el ejemplo de Nueva York con una mortalidad del 80% en este mismo grupo de pacientes.

Hubiésemos deseado mostrar también como intentamos mitigar el aislamiento forzado de estos pacientes, mediante el establecimiento de comunicaciones y videollamadas, compartiendo con ellos el nerviosismo del reencuentro.

Estos resultados son consecuencia del trabajo en equipo, del esfuerzo colectivo de toda una organización, técnicos de mantenimiento capaces de habilitar, en tiempo récord, instalaciones de oxígeno, técnicos de compras, de seguridad, de informática, celadores, personal de almacén y de cocina, auxiliares, enfermeras y médicos. Todos hemos sido capaces de adaptarnos a lo que el momento exigía, con profesionalidad y rigor, pero también con riesgos, miedos, renuncias y sacrificios personales y familiares. Era y es nuestra obligación, así lo entendimos el día que decidimos dedicarnos al cuidado de la salud.

No pretendo describir un panorama idílico -no lo ha sido-, al contrario, ha sido harto complejo y difícil, con innumerables momentos de tensión; pero también muy gratificante. Toca ahora hacer balance y preparar las áreas de mejora para aparejar futuros embates de la enfermedad.

Con toda honestidad podemos afirmar que Euskadi dispone de un gran sistema sanitario público, así lo vienen demostrando los resultados en salud durante muchos años. Nuestro sistema puede presumir con indisimulada satisfacción de ostentar, actualmente, la tasa de mortalidad más baja de España por paciente ingresado en cuidados críticos. El Hospital Universitario Cruces es buena expresión de ello.

Hasta aquí mi deseo de trasladar nuestra experiencia con el objeto de resaltar el valor y el mérito del trabajo bien hecho por parte de todos los estamentos del hospital, desde los servicios de limpieza a la misma Gerencia.

Para terminar, desearía apelar -por qué no- a la necesaria resiliencia ciudadana, de forma que los comportamientos y relaciones sociales se vean aderezados de la prudencia y la responsabilidad necesarias para hacer frente a los diferentes estadios que viviremos, hasta espantar el peligro que sigue a las puertas, pues para todos tiene la muerte una mirada. Es momento de reiterar que se trata de un virus grave y agresivo, apenas un 5% de contagio en la sociedad ha llenado nuestros hospitales.

Ahora, más que nunca, nuestra salud y la de todos depende de lo que hagamos individualmente, todos o ninguno. Porque, en verdad, o nos comprometemos todos o será como si no lo hubiéramos hecho ninguno de nosotros. Hoy, la mejor y única vacuna, reside en nuestra propia conducta.

* Jefe del Servicio de Anestesiología, Reanimación y Dolor del Hospital Universitario de Cruces, profesor asociado de la Facultad de Medicina y Enfermería de la UPV/EHU y presidente de la Sección de Anestesiología y Reanimación de la Academia de Ciencias Médicas de Bilbao