CON el Brexit se abre un nuevo escenario en la Unión Europea. No solo en el plano de las relaciones económicas y comerciales con uno de sus más importantes miembros hasta ahora, como sin duda ha sido Gran Bretaña, sino también en el plano político e institucional, como vamos a tener ocasión de poder comprobar en adelante. El hecho de que no haya precedentes, ya que es la primera vez (hasta el momento actual todo habían sido incorporaciones) que se produce un abandono de la UE, obliga a ser cautos en las valoraciones que puedan hacerse sobre la nueva situación tras el Brexit. Con mayor razón si se tiene en cuenta que el proceso no está cerrado y que será preciso esperar a que concluyan las negociaciones, todavía incipientes, entre la UE y el Reino Unido para saber en qué términos se concretan finalmente las relaciones entre ambos.

La primera observación que hay que hacer es que el Brexit no supone el punto final del proceso de separación del Reino Unido de la UE sino, más bien, el punto de partida de una difícil negociación sobre las futuras relaciones eurobritánicas, cuestión a la que vamos a tener que dedicar buena parte de nuestra atención a lo largo del año en curso. Una negociación que plantea no pocos problemas. En primer lugar, por la propia complejidad técnica de los temas a tratar, que no se prestan a soluciones fáciles; a lo que hay que añadir la premura de los plazos temporales (antes de final del año, según la pretensión británica de zanjar el tema rápidamente). Y no cabe desconocer la posición al respecto de los brexiters británicos, que según sus propias manifestaciones públicas no parecen mostrarse muy propensos al acuerdo... si no se admiten sus pretensiones.

En este sentido, pretender tener acceso al mercado de la UE al igual que los países integrantes de esta, que es el objetivo central de los brexiters británicos, pero sin tener las obligaciones ni someterse a las regulaciones que esta impone a todos sus miembros, es algo que no parece muy razonable. No se puede disfrutar de las ventajas de pertenecer a un club, en este caso la UE, sin forma parte de él y, además, haciendo una competencia nada leal -dumping- en el terreno laboral o fiscal. Como en los divorcios familiares -el Brexit es la expresión más palmaria de un divorcio político- resulta más difícil llegar a un acuerdo sobre las relaciones futuras cuando ha habido una prolongada vida en común y un amplio entramado de intereses comunes, que cuando estos no existen. Y, en el caso que nos ocupa, el casi medio siglo (desde 1973) de vida en común de Gran Bretaña en la UE ha ido tejiendo un complejo entramado de intereses y un acervo comunes que hace muy complicada la operación de destejerlos ahora.

En cualquier caso, lo que parece inevitable es que el pos-Brexit en el que ya estamos nos va a exigir dedicar a este asunto de la recomposición de las relaciones tras el divorcio británico un tiempo, unas energías y unos esfuerzos que bien podían haberse dedicado a cosas más productivas y más útiles. Unos esfuerzos que, además, es muy dudoso que sirvan para algo ya que ninguno de los problemas que tiene planteados hoy Gran Bretaña, muy similares a los que también tenemos los demás europeos, tienen su origen en la pertenencia a la Unión Europea; por lo que tampoco el abandono de la UE va ser la solución a ninguno de los problemas que puedan tener planteados hoy los británicos. Y no cabe descartar que una vez concluido el proceso pos-Brexit, y en el propio curso de este, surjan nuevos problemas que contribuyan a complicar más las cosas y, en definitiva, nos aboquen a una situación peor de la que estábamos antes del Brexit.

"Let's take back control" (recuperemos el control) ha sido el lema de los brexiters para movilizar a la población británica en favor del abandono de la UE, cuyas regulaciones e instituciones no serían, según su discurso, más que el corsé que impide a Gran Bretaña ejercer plenamente su soberanía y adoptar sus propias decisiones sin interferencias ajenas. No cabe duda de que la retórica soberanista, profusamente utilizada en todo el proceso del Brexit, puede ser un recurso para movilizar a la propia peña nacional frente a los que, desde fuera (Bruselas, la UE), quieren decirnos cómo tenemos que gobernarnos. Pero habrá que ver, una vez conseguida su soberanía frente a la UE, cuál es el margen de maniobra efectivo y real que va a tener la Gran Bretaña soberana para adoptar sus propias medidas; y, sobre todo, cuáles van a ser las decisiones efectivas que van a tomar las autoridades británicas en el ejercicio de su recién estrenada soberanía.

No es ninguna novedad decir que los principales problemas que hoy tenemos planteados todos los europeos, tambien los británicos, son en la gran mayoría de los casos comunes y no tienen un marco de tratamiento, mucho menos de solución, a escala nacional. La cuestión, por tanto, no es tomar decisiones soberanas en cada uno de los marcos nacionales sino articular políticas comunes y dotarse de instituciones comunes para afrontar los problemas comunes, que son la mayoría y, desde luego, los más importantes: desde la inmigración a la ecología pasando por todo lo relativo a la estabilidad económica y el bienestar social. En este sentido, cualquier país, incluida Gran Bretaña, tiene en la Unión Europea un marco más adecuado para afrontar, conjuntamente con los países que la integran, los principales problemas que tiene planteados, que son los mismos que también tenemos los demás países de la UE.

En el Reino Unido hay además un problema específico relativo a su integridad territorial y a su unidad política que con el Brexit se ha visto activado de nuevo. La afirmación soberanista, predominantemente inglesa, de los brexiters, ha generado a su vez una reacción de signo opuesto, especialmente en Escocia, donde se ha reactivado la reivindicación de un nuevo referéndum, y asimismo en Irlanda del Norte, aquí a propósito de la frontera con el resto de la isla. En este contexto, no cabe ignorar el distinto comportamiento electoral y la distinta forma de expresión de la voluntad política de la ciudadanía en relación con el Brexit y la desvinculación de la UE en esos territorios, lo que inevitablemente va a alimentar las posiciones tendentes a la disociación política en relación con Londres. Es otro factor, nada desdeñable, que sin duda va a condicionar el incierto proceso pos-Brexit que se abre a partir de ahora.

Una vez formalizado el pasado 30 de enero el Brexit, se abre ahora ese periodo, el pos-Brexit, que no por incierto deja de ser decisivo para el futuro no solo del Reino Unido sino también de los demás países que seguimos integrando la Unión Europea. Si hasta ahora lo único que estaba en juego era el abandono británico de la UE, lo que se va dilucidar en el pos-Brexit es cómo se van a articular las relaciones eurobritánicas a partir de ahora, lo que nos afecta directamente a nosotros no solo por lo que se refiere a las relaciones con Gran Bretaña, que en algunos sectores nos pueden ocasionar más de un problema, sino también en el interior de la UE, donde es muy probable que se produzcan cambios importantes a los que sería conveniente prestar la debida atención. Porque, a día de hoy, está por ver cuál va a ser el alcance real de los efectos del Brexit, que aún no han empezado a hacerse efectivos pero que, en cualquier caso, no van a ser intrascendentes. Y es seguro que en buena medida van a depender de cómo se planteen y cómo se desarrollen las negociaciones pos-Brexit, que son las que van a fijar el nuevo marco de relaciones que va a regir entre nosotros en los próximos años.

* Profesor