EL pensamiento acerca de un futuro ecológico y sostenible ha de cristalizar en la acción política. Y la acción política europea en torno a la ecología ha recibido un espaldarazo en las todavía recientes elecciones al Parlamento Europeo. Reforzados por un resultado excepcional en Alemania, donde solo los demócrata-cristianos de Angela Merkel obtuvieron más escaños, y tras conseguir un holgado tercer puesto en Francia, los Verdes aumentaron el número de sus eurodiputados en casi un 40 por ciento. A la vez, los grupos de centro-izquierda y centro-derecha perdieron escaños, con lo que los 69 eurodiputados ecologistas son cruciales en la asamblea que pueda configurar y aplicar la agenda de la próxima Comisión Europea.

Matemáticamente, los grupos de centro-derecha, centro-izquierda y liberal del Europarlamento podrían tratar de trabajar juntos sin los Verdes, pero es razonable suponer que esa mayoría sería frágil y altamente vulnerable a las divisiones internas. La oportunidad de los Verdes para dar forma a la agenda se deriva de que el Parlamento no solo decide el nombramiento del presidente de la Comisión Europea, el brazo ejecutivo de la UE, efectivo el pasado día 17 en la persona de Ursula von der Leyen; también posee una opinión vinculante en casi todos los ámbitos de la formulación de políticas de la Unión Europea.

Los votantes han enviado una clara señal de que quieren que el medio ambiente se convierta en el centro de la política. Ciertamente, la ola verde no invadió toda Europa. Los partidos verdes ganaron solo un par de escaños en Europa central y ninguno en Europa oriental, donde hay pocos partidos verdes fuertes y las preocupaciones medioambientales generalmente son asumidas por otros partidos liberales. En el sur de Europa tampoco el ecologismo ha surgido con fortaleza de las recientes elecciones. Con todo, el sólido desempeño electoral de los Verdes en muchos otros países ya ha impulsado a los partidos de centro-derecha y centro-izquierda de toda Europa a afirmar que han escuchado el llamado de los ciudadanos a una acción climática más urgente.

Hasta ahora, el tamaño limitado de los Verdes en el Parlamento Europeo ha significado que el grupo se ha centrado en asegurar victorias específicas en proyectos de ley, ya fuese mediante exigencias importantes por su apoyo cuando este era esencial para superar votaciones o al aprovechar con éxito el peso de la opinión pública. Fue una estrategia que aseguró victorias notables y no solo en el campo del cambio climático. Los lobbies europeos de la banca reconocen a regañadientes la habilidad con la que los Verdes manejaron la ola de furia pública después de la crisis financiera de 2008 para asegurar un tope en bonos para banqueros, superando las objeciones del gobierno del Reino Unido.

Tras las recientes elecciones, el grupo está bien posicionado para disfrutar de una mayor influencia. Las prioridades políticas de los Verdes incluyen más impuestos climáticos y un cambio radical en el enfoque de Europa para negociar acuerdos comerciales, uno que priorizaría la alineación de las normas ambientales y laborales en las negociaciones sobre apertura de mercados. Durante la campaña electoral, Yannick Jadot, el líder de los Verdes franceses, descartó públicamente una alianza con el Partido Popular Europeo, de centro-derecha, pero los resultados electorales implican que es difícil ver mayorías sin el PPE. Para los Verdes, una prioridad clave en cualquier acuerdo sería que el grupo obtenga concesiones de política “fundamentales” y financiables. Se trata de evitar una repetición de situaciones pasadas donde los líderes politicos, en palabras de Jadot, “bailaban en busca de nuestro apoyo y luego olvidaban quiénes éramos”.

Se necesitará una acción climática mucho más seria que la exhibida hasta ahora, un cambio real de actitud. En virtud del acuerdo de París de 2015 para limitar el calentamiento global a muy por debajo de 2o por encima de los niveles preindustriales, la UE se comprometió a reducir antes de 2030 las emisiones de gases de efecto invernadero en al menos un 40% por debajo de los niveles en 1990. Pero los científicos y activistas dicen que Europa y todas las demás economías importantes deben elevar considerablemente sus ambiciones. El Panel Intergubernamental para el Cambio Climático de la ONU advirtió en octubre pasado que el calentamiento está actualmente en camino hacia un catastrófico aumento de 3o o 4o.

Así pues, la estrategia política global del ecologismo ha de conseguir las metas ya propuestas y sumar otras nuevas. Estas nuevas metas deberían surgir de la reflexión serena y sistemática acerca de los obstáculos geopolíticos que el ecologismo ha de enfrentar. Un posible consenso europeo a favor de mayores exigencias para mitigar el cambio climático quedaría muy limitado sin medidas similares en otras zonas geográficas.

Para descubrir cómo puede funcionar una estrategia ecológica global en lo que se denomina “Antropoceno” (la era contemporánea de transformación masiva y radical del planeta por efecto del ser humano), necesitamos estudio y transformación, visión y práctica. Necesitamos una “práctica de lo natural” que, como sugiere el poeta y activista ecológico estadounidense Gary Snyder, combine los conocimientos de la filosofía occidental, la poesía y las ciencias naturales con la sabiduría y las técnicas espirituales de las culturas nativas americanas y asiáticas. Las viejas formas que respaldaron la vida humana durante cien mil años adquieren una relevancia nueva y fundamental en la consecución de un mundo sostenible.

Por otra parte, lo “natural” no equivale a “naturaleza” necesariamente. Lo natural trata de la creatividad, la emergencia y el poder autoorganizador de los complejos sistemas adaptativos. Lo natural es la preservación del mundo y esta actitud es necesaria sobre todo en las regiones más desarrolladas. Debemos, pues, alinear nuestros pensamientos y esfuerzos en consecuencia, comenzando con la educación. La sostenibilidad requiere alfabetización ecológica, así que incorporémosla en los planes de estudios desde la escuela primaria hasta la universidad. Hemos de fomentar una “ecología de la reconciliación” en la que el entorno construido se configuraría para satisfacer las necesidades de múltiples especies además de la nuestra.

Esa reconciliación pasa por tomarse en serio la noción de “límites del crecimiento” o incluso la de “degrowth” (decrecimiento). Sin embargo, nos dice John Gray, el pensador británico, que la economía industrial no aceptará los límites al crecimiento porque “la civilización a la que sirve ha rechazado cualquier restricción a su capacidad de logro”. “Según la mentalidad actual -continúa-, el hecho de que un objetivo sea imposible de alcanzar no es motivo para no intentarlo. Más bien todo lo contrario. Los sueños imposibles, nos dicen innumerables predicadores laicos, hacen a los seres humanos únicos y especiales”. Desgraciadamente, esta es la misma cultura del emprendimiento y glorificación del individualismo, común entre las élites financieras, que nos trajo la Gran Recesión de 2008.

Es cierto que el capitalismo ha tomado conciencia de la alta probabilidad de su propia destrucción por causa de la destrucción del planeta. El nuevo “capitalismo verde” que ha resultado de esos cambios puede servir como un punto medio entre el motivo de la ganancia económica inexorable y el uso ecológicamente sostenible de los recursos naturales de que dispone el planeta. La extrapolación de la consecuencia inmediata del cambio climático al escenario probable de casi extinción puede ser una manera, quizá eficaz, de motivar a las personas a la acción.

En cualquier caso, la contradicción ecológica básica del capitalismo no resulta fácil de resolver: la maximización del beneficio y la salvación del planeta están inherentemente en conflicto aunque, aquí y allá, puedan coincidir en cierta medida. El mundo empresarial abraza el ecologismo siempre que esto incremente las ganancias. Pero salvar el planeta requiere que la búsqueda de ganancias esté sistemáticamente subordinada a las preocupaciones ecológicas. Este es el objetivo político de los Verdes europeos.