LA candidata propuesta por los jefes de gobierno europeos para presidir la Comisión Europea, la conservadora alemana Ursula Von der Leyen, obtuvo el pasado martes 16 de julio el plácet del Parlamento Europeo de Estrasburgo que le permitirá cubrir un mandato de cinco años, aunque con un apoyo muy inferior al que logró su antecesor, Jean-Claude Juncker, apenas una decena de votos más que la mayoría absoluta imprescindible. Todo un aviso.

En un primer momento, al menos por parte de algunos medios de comunicación y de los partidos que le han apoyado, se han presentado su discurso y promesas como sustancialmente diferente a la trayectoria que ha llevado la Comisión Europea en los últimos años, desde el punto de vista de mayor atención a las inquietudes sociopolíticas que desbordan la tradicional prioridad otorgada a lo económico. Y, entre otros, se han citado, los compromisos de acelerar la transición energética hacia una economía no contaminante; la igualdad en todo y para todos, particularmente de género; la atención a lo social, sobre todo en cuanto a la conversión de la Iniciativa Joven para el Empleo en un programa permanente y en cuanto a la promesa de conseguir un seguro/reaseguro europeo contra el desempleo; o la creación de un mecanismo de control de la conducta democrática en los Estados miembros. Perfilan, entre otros, un panorama más bien prometedor.

Desde el punto de vista medioambiental, la nueva presidenta Ursula Von der Leyen ha prometido en cuanto a las políticas climáticas en Europa, que ha sido uno de los elementos más importantes de su discurso, elevar la reducción de emisiones de dióxido de carbono (CO2) hasta el 50% en 2030 (en relación con 1990) frente al 40% actual, con el objetivo de llegar a la neutralidad total en 2050.

En mi opinión, la importancia que ha dado la nueva presidenta de la Comisión Europea a los temas relativos al cambio climático tiene que ver sobre todo con que liberales, socialistas y Verdes le pidieran que reforzara su futura hoja de ruta ecológica como condición para darle su apoyo. Concretamente, tras intensas rondas de negociaciones con los principales grupos políticos de la UE, Von der Leyen hizo finalmente suyo el objetivo de incrementar el objetivo de reducción de emisiones al 55% para 2030, una meta, que hay que decirlo, el Parlamento Europeo ya aprobó en una votación no vinculante en marzo pasado y aunque, su propuesta final a los eurodiputados antes de la votación se rebajó para 2030 a un 50%, y no un 55%.

Los Verdes, la cuarta formación más grande en el Parlamento Europeo, no han estado convencidos de las promesas de la nueva presidenta. No les ha gustado nada ese devaneo de cifras, como mareando la perdiz, que diríamos aquí y se han preguntado qué es lo que pondrá oficialmente sobre la mesa Europa cuando el Acuerdo de París comience oficialmente a andar en diciembre de 2020.

También como parte de su paquete del clima, Ursula Von der Leyen se comprometió a presentar un “Green Deal”, un pacto verde, para Europa en sus primeros 100 días en el cargo, pero dio muy pocas indicaciones de qué contendrá. Y se comprometió a legislar para que la Unión Europea sea neutra en carbono para 2050 y a encabezar las negociaciones internacionales de cara a aumentar el nivel de ambición de los otros grandes contaminadores globales para 2021.

Otras medidas incluyen reconvertir partes del Banco Europeo de Inversiones (BEI) en un “banco para el clima”, y liberar 1 trillón de euros en inversiones en ese sector en la próxima década, con el establecimiento de un fondo de transición justo, e imponiendo una tasa al carbono trasfronteriza.

De todas formas, y aunque la lucha contra el cambio climático que ha presentado la nueva presidenta Von der Leyen como un reto muy importante para los próximos años, su plan no responde al movimiento existente en pro de la protección del medio ambiente y el clima en toda Europa ni cumple con la Agenda Verde. Ni más ni menos, representa el mínimo común denominador para la acción climática y cumple con el Partido Popular Europeo (PPE), su propio partido.

Las propuestas medioambientales de la nueva presidenta de la CE quedan muy lejos del mensaje manifestado en Europa contra la crisis climática en los últimos años y que ha llegado al Parlamento Europeo, tras las elecciones del pasado 26 de mayo. Los Verdes han llegado a los 70 escaños y van a ser un bloque clave en la Unión Europea. La ola verde ha conseguido el segundo puesto en Alemania, solo por detrás de la formación de la actual canciller, Angela Merkel, y escala hasta el tercer puesto en una Francia dividida entre la extrema derecha y el centrismo de Emmanuel Macron.

En Reino Unido, el Partido Verde ha superado al Partido Conservador y se queda en cuarta posición, justo detrás de los laboristas, con más de un 12% de los votos. En Irlanda, el partido verde, que hasta ahora no había tenido representación, ha entrado con fuerza y empata con Izquierda Comunitaria Europea en la segunda posición, con el 15% de los votos. Los verdes también crecen en Bélgica y Luxemburgo y entran con denominación propia en Portugal. La ruptura de la mayoría bipartidista -por primera vez socialistas y populares suman menos de la mitad de los escaños del Parlamento europeo- y las protestas en las calles de toda Europa han empujado el bloque de los verdes.

Sin embargo, los verdes no terminan de despegar en los países del Este y en los mediterráneos del Sur -es el caso del Estado español-, donde el único eurodiputado verde es Ernest Urtasun, de Iniciativa per Catalunya, que integró la confluencia de Unidas Podemos Cambiar Europa. Los analistas políticos coinciden en que la principal diferencia entre los países mediterráneos, donde los Verdes apenas han conseguido representantes, y los países del norte, es su diferente cultura política. La crisis climática parece que está más en la agenda política en el oeste y el norte de Europa. De hecho, en el caso del Estado llama la atención que en las pasadas campañas electorales apenas se haya hablado de la crisis climática y otros problemas ambientales.

El aspecto central del programa del grupo de los Verdes son las medidas específicas de lucha contra la crisis climática, pero su programa es mucho más amplio y puede enmarcarse en la izquierda. Abogan por una mayor presión fiscal para grandes empresas y compañías tecnológicas, luchan contra la brecha salarial y apoyan programas contra la violencia machista. También critican el auge de la extrema derecha y piden una Europa más abierta y receptiva a los refugiados. Y todo ello está muy lejos de las promesas planteadas por la nueva presidenta de la Comisión Europea.* Experto en temas ambientales y Premio Nacional de Medio Ambiente