Y si fuera necesario repetir las elecciones generales en España porque se hace imposible un acuerdo entre el PSOE y las demás fuerzas políticas tras los comicios del 28 de Abril, ¿quién sería el responsable? Aunque, si tal repetición tuviera lugar en el clima en que ahora mismo está teniendo lugar el debate, quizás deberíamos hablar más de “culpables” que de “responsables” y eso podría influir en los resultados definitivos, además de hacerlo en los niveles de participación de la ciudadanía, que podrían caer de forma muy notable. Más allá de la interpretación que cada cual pueda hacer de la extraña situación, convendremos todos en que la democracia sufre con estos pasajes en que hay tantas posibles soluciones, en teoría, pero los agentes activos más importantes, es decir los líderes políticos de los partidos, no encuentran ni un solo remedio.

Eso sí, del evidente fracaso nadie se considera responsable. Cada cual se ha enrocado de tal modo que solo cabe sacar una conclusión: es necesario modificar la Ley Electoral, probablemente recurriendo a un sistema de doble vuelta, que reduzca la segunda elección a los dos partidos más votados. De ese modo todo se resolverá recurriendo a la siempre inequívoca voluntad de los ciudadanos, lo cual por otra parte deberá hacer pensar a los líderes políticos que sus liderazgos no están debidamente fundamentados y que la infalibilidad con que se pronuncian cada vez que niegan la colaboración con los otros es una pura falacia, más propia de bravucones que de gentes con juicio sano. Los resultados que se producen en cada proceso electoral han de ser evaluados con la debida seriedad. Por ejemplo, la irrupción de una fuerza política como Vox, ante la cual todos los partidos se pusieron la máscara de la decencia y los líderes predicaron hasta la extenuación que obedecía a una especie de suplicio divino, ha dejado claro que aquel avergonzamiento previo a las elecciones sólo era una añagaza para que quienes tuvieran pensado votar a la ultraderecha pasaran a votar a la derecha, aún a riesgo de convertirla en “derecha extrema”.

No desviemos el foco de atención, que está en la formación del Gobierno de España en este momento de turbulencias en que los líderes quieren hacer de la Política un muñeco de pimpampum. Empeñados en hacerse con el poder -absoluto o separado en cuotas-, han olvidado formularse la pregunta inevitable: “¿Para qué el poder?”. Y da la impresión de que la respuesta que retumba en sus tímpanos es “el poder a cualquier precio”. De modo que importa poco que un partido cuente con la cuarta parte de los escaños obtenidos por el partido más votado porque sus pretensiones serán calculadas como si se tratara del partido más votado? claro está, según sus adeptos. El PSOE se encuentra actualmente en esa situación tan irracional en que dos partidos (PSOE y Unidas Podemos) de ámbito estatal, y españolistas, se niegan a establecer cualquier tipo de acuerdo o negociación aunque esté en juego, a la vez, el procès catalán, tan enrevesado como peligroso. PP, C’s (y Vox, lo pongo entre paréntesis) se niegan a cualquier colaboración con el partido más votado aunque la suma de sus escaños no les sirva para alcanzar la mayoría. Podemos se ha empeñado en requisar sillones en lugar de aportar valores a pesar de que su colaboración no resulta suficiente en el juego de las mayorías y las minorías. Curiosamente, en el ejercicio de favorecer la necesaria estabilidad están resultando mucho más juiciosos los líderes nacionalistas (incluidos los independentistas) que estos españoles a ultranza, tan amantes de la unidad que no están dispuestos a dividir España, aunque sí parecen estar dispuestos a generar todo tipo de rencillas entre los españoles.

Así estamos. Supeditados a los caprichos de unos y de otros. Dos meses después de las elecciones generales últimas, todo declina hacia la provisionalidad, lo cual con unos meses inhábiles de verano de por medio bien puede incitar a pensar a los más absurdos y derrotistas que los políticos no son necesarios, que sin gobernantes también se puede vivir, que los partidos políticos no son la garantía para una democracia sana sino un obstáculo cuando los líderes se obstinan en prevalecer sobre las ideologías? Pero nadie, absolutamente ninguno de los líderes, se atreve a proclamar que esta situación también puede obedecer a su propia inacción o, lo que es peor, a su obstinación por considerar que lo que importa es la ostentación del poder y no la administración virtuosa del gobierno. Ni el poder es siempre el gobierno, ni el gobierno puede ser ejercido desde la obsesión de los poderosos tradicionales. Hay gobiernos que no pueden y poderes que no gobiernan. A mí me da la impresión de que Podemos, que debería responder (como su nombre indica) a un grito compartido de ánimo e impulso para lograr todas las metas posibles, se ha quedado en un término vacío, sin significado preciso, que apenas sirve para que sus autores materiales se sienten en los sillones de privilegio.

Nadia duda de que el presidente del nuevo gobierno debe ser Pedro Sánchez; y no solo porque su partido, el PSOE, fuera el más votado. No caben dudas porque no hay ninguna alternativa posible ni lógica. Por otra parte, España está inquieta en sus propios límites y los españoles deben estar tan preocupados como patidifusos mientras sus líderes van y vienen sin orden ni concierto. La derecha no suma los escaños suficientes. La izquierda tampoco llega a la mitad más uno. Solo la suma de escaños suficiente podría acabar con esta incertidumbre, pero de momento no alcanza esa mayoría, salvadora de las dudas. Peor aún, porque es tan escasa la categoría de los líderes actuales de la derecha española que tanto Casado, como Rivera (y Vox, pero?) esperan con sigilo y malas intenciones que Pedro Sánchez reciba la más mínima ayuda de catalanes y vascos (siquiera alguna abstención) para acusar al PSOE y a Sánchez de traicionar a la patria España. Sin embargo, aunque creo que el lenguaje nunca es neutral ni las palabras inofensivas, me voy a permitir afirmar que, en este caso, son los españolistas los que están dañando la imagen de España y convirtiendo a los españoles en rehenes de su propia intransigencia. Las anunciadas, como posibles, abstenciones de algunos indepes catalanes o de EH Bildu resultan mucho más racionales y lógicas que ese encastillamiento de los grupos integrantes del que se ha llamado “trifachito”, tan lleno de ternura en su nombre -PP, C’s (y Vox)-, que espera agazapado para lanzarse a la yugular de Pedro Sánchez y del PSOE.

A la derecha española actual le falta la decencia propia de los demócratas convencidos. Ello tal vez será debido al hecho de que se consideren demócratas porque no les queda otro remedio. En este maremágnum, aprovechándose del oleaje excesivo y el viento despiadado, Pablo Iglesias agita el ambiente sumido en sus intransigencias y ambiciones desmesuradas. Frente al liderazgo, realmente débil, de Sánchez, el agitador Iglesias se alía con la derecha enmohecida para que lo que tenía que ser un estanque placentero se convierta en un tempestuoso océano.