ACABAMOS de oír hace unos días de labios de uno de los más relevantes fiscales del Tribunal Supremo la expresión “golpe de Estado” para referirse a la conducta de los inculpados por el referéndum ilegal de Catalunya. El término ha sorprendido no digo ya a los juristas, sino a cualquier persona medianamente culta.

La expresión la veníamos oyendo en boca de destacados líderes de la derecha, pero la acogíamos como una más de las exageraciones a las que tales líderes nos tienen acostumbrados. Son licencias, no ya poéticas sino más bien diabólicas, proferidas con aviesas intenciones sin cuidarse precisamente de la precisión y veracidad de semejantes sambenitos. Todo vale para ellos con tal de descalificar al adversario.

El asunto reviste, sin embargo, inusitada gravedad cuando lo oímos en boca de un jurista, quien conoce o debe conocer el significado y trascendencia de esa expresión. No creo que “golpe de Estado” forme parte de ningún supuesto penal y por tanto lo que se dilucida únicamente es si la actuación de los procesados catalanes encaja estrictamente en el tipo penal de rebelión o sedición, por “alzamiento violento y público contra la Constitución”.

Si algo recuerdo de mis estudios de Derecho Penal es que los tipos delictivos tienen que ser siempre interpretados muy estrictamente, sin poder usar ninguna clase de analogía o expansión interpretativa. No vale pues en esta ciencia incluir conductas parecidas o equivalentes, o sea, alegrías interpretativas. La precisión y la mesura son consustanciales a la hora de incluir una conducta en el tipo penal.

De todas maneras, llama la atención que la expresión “golpe de Estado” del fiscal difícilmente se corresponde con el sentido usual y propio de este término, según se define en cualquier diccionario de uso, pues los acusados jamás intentaron tomar el poder por la fuerza en el conjunto del Estado español, desplazando a sus legítimos gobernantes.

Podríamos representarnos una escena más bien cómica sino fuera trágica por sus consecuencias, imaginándonos al señor Junqueras, principal inculpado en ausencia de Carles Puigdemont, a la cabeza de un ejército de 2.000.000 de catalanes, tocados con sus barretinas y bien provistos de butifarra y porrón, cabalgando en briosos corceles o en tanques blindados, intentando tomar estaciones, aeropuertos y centros de comunicación, además de las Cortes, La Moncloa y La Zarzuela, para conseguir el poder en España, desplazando al señor Sánchez y a Felipe VI. Inverosímil, ¿verdad? Pues eso es lo que un “golpe de Estado” lleva consigo aún en la era de Internet y la posverdad.

Para poder opinar hemos consultado diccionarios de nuestra Real Academia, el de la Universidad de Oxford, el Robert de Francia, imprescindible en aquel país, y hasta la Enciclopedia Británica, y en todos ellos la caracterización de un “golpe de Estado” lleva consigo siempre conseguir el poder en un Estado determinado por la fuerza, esto es, deponiendo al gobierno constituido con intención de sustituirlo. ¿Responde esto a lo que hemos visto por parte del señor Junqueras y compañeros? No, en absoluto. Lo que los procesados pretendían, como todo el mundo sabe, es separarse de España, sin ninguna ambición de convertirse en Junqueras o Puigdemont I de España, como dictadores o usurpadores del poder.

Remitiéndonos al Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia, nos encontramos con la siguiente definición: “Golpe de Estado: Actuación violenta y rápida, generalmente por fuerzas militares o rebeldes, por la que un grupo determinado se apodera o intenta apoderarse de los resortes del gobierno de un Estado, desplazando a las autoridades existentes”. Los otros diccionarios y la famosa enciclopedia citada se expresan en idénticos términos. Así pues, nada que ver con la actuación de los inculpados catalanes.

España es un país bastante famoso por sus golpes de Estado, profusos en el siglo XIX y con cierta frecuencia también en el XX, a cargo de generales como Primo de Rivera o Franco, o intentos por tenientes coroneles como Tejero; por tanto conocemos su naturaleza y efectos. Incluso ahora pensamos a veces que si no existiera el paraguas de la Unión Europea, que no lo toleraría, ya habría habido, quizás, algún intento degolpe de Estado”, de los auténticos, por grupos intolerantes de salvadores de la patria.

Los que siguen profiriendo expresiones espurias de “golpe de Estado “deberían leer el famoso libro La técnica del Golpe de Estado del italiano Curzio Malaparte, o alguna obra del especialista León Trotsky para que les quede bien clara la sustancia del tal golpe, que en todas sus modalidades y tiempos no busca más que la toma de poder por la fuerza en un Estado concreto, expulsando al que lo detenta en su momento.

Por tanto, más cuidado y propiedad en el uso de términos cargados de sentido y consecuencias. Esto se aplica no tanto a políticos insensatos y garrulos, o mejor garrulos que son incorregibles, sino especialmente a juristas de distinto tipo que debemos extremar el rigor en nuestras calificaciones. * Jurista