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¿Un caso aislado?

N O, no es un caso aislado, M. Rajoy, su gobierno y su partido no son un caso aislado, sino un caso único en el occidente europeo, una rareza, una singularidad de museo y antología.

M. Rajoy reconoce diez o quince casos aislados de corrupción el mismo día que un tribunal condena a 33 años de cárcel a su antiguo tesorero, el fuerte Bárcenas, el de la contabilidad nunca del todo aclarada de perceptores de sobresueldos, y al día siguiente de que detuvieran al Zaplana, un mayúsculo golfo apandador, si hay que hacer caso a la instrucción judicial que le atribuye nada menos que diez delitos y un colosal enriquecimiento. Exministro, exportavoz de un gobierno de infames... en prisión preventiva e incondicional junto a parte de su equipo.

El secretario socialista -de quien dicho de paso me fío tanto como del maestro de ceremonias de un cajón de trile- se apresura a presentar una moción de censura que provoca un rasgado de vestiduras en el tendido de los patriotas que ven que el país se entrega a la ETA y a los nacionalismos, secesionistas todos, que la Bolsa se hunde y que de cara al mundo eso da peor imagen que el saqueo sistemático por el que hay que pasar si hay que preservar la sagrada unidad de España. Bulla y nada más que bulla, de alguien acorralado.

Pero por mucho que M. Rajoy enrede la madeja, la sentencia del caso Gürtel no habla de ranas ni de casos aislados, sino de un montaje de corrupción plenamente instalada en el sistema, de sobornos habituales y de una contabilidad paralela poco menos que preceptiva. Lo dice un juez no doblegado a la ideología del gobierno: Grau.

Enrede o deje de enredar la madeja con el único objetivo del tradicional confundir a la opinión pública no espabilada y de no explicar nada, el partido que preside M. Rajoy, el partido que gobierna este país, ha sido condenado como partícipe a título lucrativo de un delito, sin que eso haya tenido consecuencia inmediata alguna. Impertérritos. No veo imagen más acabada del gangsterismo institucional, a no ser que hablemos de los catorce maletines de pruebas comprometedoras contra la cúpula pepera que guarda Bárcenas para proteger a su esposa, condenada a quince años de cárcel. Es posible que ni siquiera de ese modo lleguemos a saber quién es M. Rajoy, al otro me refiero, ese que el público que otorga certificados de credibilidad cree que es el mismo. Galimatías y esperpento.

Y no solo eso, sino que a la insólita imagen de un presidente de Gobierno deponiendo como testigo de manera poco menos que chocarrera en un macrojuicio de corrupción, se le añade que ese tribunal establece en la sentencia la falta de credibilidad de su testimonio. Y no pasa nada, de manera desvergonzada se sacude el lamparón diciendo que cualquiera puede dar certificados de credibilidad. ¿Pero esto qué es?

Sucede lo mismo con una exministra que tomó a la opinión pública y a los instructores judiciales por débiles mentales y que ha sido condenada a título de beneficiaria de la trama de corrupción: sigue impertérrita en un puesto oficial de representación política con un sueldo millonario. Nadie dimite, nadie se aparta... ¿Por qué iban a hacerlo si el encubrimiento ha sido la norma? Esto que viene sucediendo desde hace años es una anomalía democrática, algo propio de un esperpento, pero los interesados aún esperan que la moción de censura no prospere y que este golpe a la estabilidad del partido, que no del país, se diluya como tantos otros.

¿Un caso aislado? No, no, nuestro país es un caso único en el sistema de las democracias europeas: un presidente de Gobierno rodeado de chorizos no dimite de una vez, no se va, y recurre a la ley Mordaza para acallar las protestas callejeras, y a decir sandeces como esa de que la moción de censura que le va a caer encima no es beneficiosa para los españoles en su conjunto, y es que por lo visto a España le va bien que el partido en el gobierno sea un partido en el que los corruptos han crecido como champiñones en terreno idóneo y que está dando el espectáculo en Europa desde hace años.