TUCÍDIDES, y con él nos situamos en el siglo V antes de Cristo, dejó constancia en su Historia de la Guerra del Peloponeso de que los fuertes hacían lo que podían y los débiles sufrían lo que debían. Y no cabe duda de que el devenir histórico de este supuesto se ha convertido en uno de los fundamentos que configuran el poder y la autoridad política de las sociedades, volcando sobre nuestra actualidad el fracaso que acoge en su interior. Esa evidencia demuestra sin escrúpulos que el supuesto progreso que se presume a la humanidad no mitiga las pretensiones dominadoras de los pocos sobre los muchos. Una opción que impregna, como vamos a ver, la genética intrínseca de las civilizaciones.
Alrededor de lo expresado por el historiador me asaltan dos dudas: ¿es demasiado tarde, o temprano incluso, para darnos cuenta de que ese dogma de autoridad cuyo resultado demuestra la persistencia de la sempiterna tradición adornada por los mezquinos privilegios concedidos a los poderosos aupados por el cañón de la violencia o la herencia de la cuna es un fracaso? Si nos damos cuenta, esto es importante: ¿hay solución para que esta situación se transforme en beneficio de todos?
Vaya por delante a la respuesta que es muy difícil combatir la ignorancia. Sobre todo, porque cuando nos afecta no estamos al corriente de ello. Valga de ejemplo lo que le ocurrió a Sócrates, también en la Grecia del siglo V antes de Cristo. Todos sabemos que el filósofo fue condenado a muerte por hablar sobre la moral y la democracia -eso sí, elitista, como la de ahora- que contribuyó a crear y en la que posiblemente creyó. Su delito: denunciar la corrupción y el pisoteo de las libertades por aquellos que ostentaban el poder y sus círculos clientelares, además de advertir sobre el papel supersticioso y manipulador de la religión oficial. Dicen que cuando apuró el vaso de cicuta en búsqueda de la muerte, se consoló y nos consoló manifestando que “siempre habrá alguien para pasear a mi lado y denunciar a los corruptos y a aquellos que se llenan los bolsillos”. Creo que esto demuestra que la ignorancia es sólida compañera del poder y del autoritarismo, de la misma forma que lo es de los fuertes y de los débiles que nombró Tucídides.
Una realidad silenciada y negada De todas formas, a través de lo manifestado por los dos atenienses señalados, ha sido más cómodo visionar el futuro político de las sociedades que actualmente pueblan el planeta. Antes, en medio y ahora, la corrupción oficial se ha paseado, y se pasea, a sus anchas por todos los territorios conocidos, colegiadamente con los que se llenan los bolsillos a su lado, silenciando y negando esa realidad a los que la denuncian. Bien es cierto que en algunos lugares este proceder es más notorio que en otros y el Estado centralista español es paradigma de ello, con sus innumerables casos de corrupción a lo largo de los siglos, en los que la clase política se ha fusionado con los negocios y las instituciones, travistiendo la condición de político, convirtiéndola en un medio de enriquecimiento personal o familiar, salvo excepciones.
No por estas circunstancias contrarias debemos renunciar a repensar el significado de las propuestas políticas hasta ahora conocidas. Entre ellas, me voy a referir a la que domina la actualidad política: la democracia. Los estudiosos de las dinámicas democráticas, como G. Mosca y V. Pareto, han dejado plenamente establecido que la teoría y la práctica de la democracia ha evolucionado a lo largo de la historia por medio de intensas luchas sociales y políticas (la Revolución francesa de 1879, la Revolución rusa de 1917 y la República española de 1931, con su propia revolución intestina, por ejemplo). Pero es necesario saber que estos movimientos sociales comenzaron a desempeñar un papel revolucionario solamente cuando los “condenados de la tierra” descritos por F. Fannon, empezaron a dudar sobre que la pobreza y la desigualdad fueran inherentes a la condición humana. Esta duda-realidad continúa visualizándose en la explotación de la mano de obra infantil, en la esclavitud amparada por los míseros sueldos y en las desigualdades permanentemente codiciosas a favor de los varones en menosprecio de la condición femenina y en la degradación ejercida contra los desplazados por cualquier motivo. Hechos que, desafortunadamente, amplían cada vez más las desigualdades entre iguales.
Anticiparse a la máxima tensión Es cierto que en los prolegómenos de estas revoluciones mencionadas y otras tantas silenciadas, se tuvo que engendrar un disenso creciente respecto al sistema que privilegiaba el beneficio de unos pocos mediante la explotación de amplios sectores sociales. Y han sido muchas las ideologías que se posicionaron en contra de esas ventajas: anarquismo, socialismo, comunismo, independentismo, cristianismo, etc? Muchas, sino todas, fueron las que en la máxima tensión del conflicto entre privilegiados y condenados renunciaron a solucionar el conflicto por medios consensuales. Tal era el agravio cometido. Tal es la humillación a la que someten a los condenados por no pertenecer al prohibido y odiado grupo selecto. Por lo tanto, anticiparse a este estadio sería un buen comienzo. Adelantarse al conflicto mediante un sistema político negociador sería la antesala de los acuerdos. Podríamos decir que la articulación social del descontento es el primer paso para que la protesta colectiva adquiera una impronta netamente política, claro, si es reconocida por los privilegiados; actitud por desgracia infrecuente.
Actualmente, de nuevo, estamos al final del pasillo de esta antesala. Hay una derecha internacional que está interesada en perpetuar estos conflictos sociales con la intención de encubrir la crisis del modelo democrático neoliberal para mantener sus prebendas. Estos necesitan predicar la idea de que es necesario, casi imperativo, que haya una guerra permanente en el mundo para su propia salvación. Para ello se inventan o van surgiendo enemigos -todos los diferentes a su orden, principalmente- y razones para que haya fuerzas militares que se conviertan en guardianes de la seguridad y el orden de los privilegiados herederos. Vamos, lo de siempre. Aunque hoy, como digo, esta ignorancia democrática se enfrenta contra una población que no está por ningún medio segura de poseer futuro.
Cuando la clase política y las élites sociales han conseguido trenzar sus intereses de modo que las ventajas de la estabilidad y el parasitismo sobre las instituciones públicas se reparten de modo equilibrado entre ellos o, en su caso, procurando una razonable rotación en el disfrute de prebendas, el anquilosamiento o la congelación del régimen, no es difícil. Han sido capaces de extender la trama por todo mundo apostando en cada lugar estratégico a un leal cacique local que asegure la aceptación pacífica o incluso entusiasta y desde luego participativa del reparto de poder, abusando de los muchos. Este estilo de política desarrollada no es para nada audaz. Su cobardía se cobija en el abuso de la autoridad y el poder que otorga la fuerza del poder coercitivo amparado por la ignorancia democrática que nos permiten.
Nos hemos dejado engañar Nos han confundido presentándonos en plato de plata la deseada libertad individual, sea del tipo que sea: y nos hemos dejado engañar y dominar por los lenguajes políticos y las bondades materiales ofrecidas y no consentidas. Migajas, en definitiva, que niegan la verdadera naturaleza del ser humano: una sincera relación entre individuo y sociedad que nos iguale a todos. Para el poder, decidir cómo se articula esto no es tarea difícil. Esa realidad la personifican maravillosamente A. Pla y F. Muguruza en esa “bola de rabia” que representan en la obra teatral Guerra, cuando nos dicen que, a veces, dos y dos no son cuatro. A veces son cinco. A veces son tres. A veces son todos al mismo tiempo. Para el poder no es difícil manipular la opinión. Más complicado debería ser que los ciudadanos entremos a formar parte de esa sinrazón.
Contra esa organización política y económica de la sociedad, amparada en la democracia de los ignorantes, hay que ofrecer algo distinto por conocido. Por ejemplo, colectivismo, cooperativismo, redistribución, federalismo e igualdad en las relaciones como pauta para toda normativa, o no, en la deseada futura organización social, para los muchos. Necesitamos que la idea de pacto federativo en sustitución del fracaso social del neoliberalismo se instale entre nosotros. Por ejemplo, mediante una educación adecuada, en la que la razón del individuo constituya no solo un valor de tipo moral, sino el fundamento de un nuevo orden social derivado no de la autoridad sino del pacto, convirtiéndose en la base de toda norma política. El discurso más cabal es el que reconoce el pacto entre las entidades reales determinadas a través del curso de la historia y no entre las creadas a lo largo de los siglos por el privilegio y conservadas por la tradición, porque estas no cuestionarán nunca los fundamentos económicos de una sociedad desigual, tal como ya dijeron Sócrates y Tucídides... hace veintiseis siglos.