EN la América de Trump, quien suscribe cuenta con diversidad de amistades, sólidas todas ellas, y ello también se agradece. La riqueza que supone contar con entornos diversos es un valor añadido más, sin duda, en los tiempos que corren. Porque más allá de los análisis reiterados del voto decisivo del blue collar y de otros razonamientos ya conocidos, en parte de mis amistades se ha optado por la apuesta diferente, heterodoxa, profundamente cansados de la corrección política y de las sagas familiares, cansados de la profesionalización de la política, cansados de las eternas llamadas a salvaguardarnos del riesgo de populismos realizadas precisamente por aquellos que son parte y causa del nacimiento y fortalecimiento de estos fenómenos. El cansancio y el hartazgo han hecho mella en sensibilidades conservadoras moderadas y restan credibilidad a llamadas un tanto desesperadas.

Otros combaten con firmeza y valentía un escenario que en su opinión choca frontalmente con los principios fundacionales de la nación americana. Al ser herederos de la propia diversidad, creen firmemente en ella, motor principal de una nación, de un destino que sigue siendo el sueño de millones de personas que suspiran por la libertad personal. También moderados empiezan a desperezarse y, rompiendo años de comodidad, empiezan a ser parte de movilizaciones.

En la América de Trump, Boise no es Meridian ni es Coeur d’Aleu, refugio de republicanos conservadores, muchos de ellos californianos. Es la grandeza y la diversidad del país norteamericano. En la América de Trump, Boise sigue siendo la esperanza de miles de refugiados. El tantas veces aclamado y admirado Dave Bieter, con un coraje que bien quisiéramos para nosotros, ha unido el futuro de su ciudad a la llegada de nuevas ideas, de nuevas energías, de nuevas opiniones, de frescura y muchísima diversidad racial. Invito a leer la resolución que por unanimidad aprobó el Ayuntamiento de Boise el 31 de enero de este año reafirmando el carácter de ciudad acogedora. Esa apuesta inequívoca del alcalde explica que Boise e Idaho acojan una comunidad de 5.000 bosnios y cuenten con comunidades muy relevantes de congoleños, somalíes y zaireños. La ciudad, hoy con 216.000 habitantes, espera llegar al medio millón de personas en el plazo de diez años, contando para ello con la fuerza de estos nuevos americanos.

Ante la amplitud de la comunidad bosnia en Boise, uno no puede más que sentir una sana envidia, viviendo en una ciudad que apenas cuenta con una decena de bosnios. La abismal distancia que existe entre Bosnia y Boise y la relativa y cacareada cercanía entre Donostia y ciudades como Sarajevo y Gorazde nos debería llevar a otros resultados que por lo que fuere no se han producido. En cualquier caso, Boise ha ganado en todo con la aportación de una comunidad que, a su vez, no obedece a un solo parámetro y con una diversidad interna que todavía la hace más atractiva. Donostia hubiera ganado.

Porque, más allá de las cuotas, limitaciones y restricciones, la decisión de optar por un destino u otro obedece a otras razones mucho más profundas. La misma sensación de duda que nos alberga tras conocerse la decisión de la única familia kurda que llegó a Euskadi y que libremente ha optado por renunciar a las jugosas condiciones que se le ofrecían. Pese a la profusión de páginas y noticias, da la impresión de que seguimos sin ser lo suficientemente atractivos. Y en un país con uno de los niveles de natalidad más bajos de todo el mundo y con predicciones demográficas preocupantes no es en sí una buena noticia.

Frente a la apuesta inequívoca de Dave Bieter, que se resumiría en la idea de unir el futuro y el crecimiento de la ciudad con la acogida de nuevas aportaciones de personas e ideas, en una línea opuesta, entre nosotros hay quien alerta de los riesgos que encierra el desarrollo urbanístico de determinados núcleos poblacionales que pondría supuestamente en peligro las políticas de identidad cultural y lingüística. Una ciudad aislada geográficamente, como Boise, y así lo ha entendido Dave Bieter, necesita de todos más que ninguna otra ciudad. Boise lo agradece. Es una apuesta valiente, sin duda. Entre nosotros, sin embargo, el temor se impone, sin parar a pensar en que, con la escasez de nacimientos, con las salidas de jóvenes y sin la llegada de nuevos bríos, la ecuación se antoja imposible. Más deberíamos preocuparnos con la insuficiencia de masa que las predicciones señalan y que afectaría a cada una de las políticas, también la lingüística, que hoy intentamos llevar a cabo. La identidad de Boise, lejos de resentirse, se enriquece con la llegada imparable de mucha diversidad racial y cultural. Otro buen faro en el que podemos fijarnos.

Las enseñanzas y las referencias se extienden también al campo de la gobernanza pública, teniendo en cuenta que últimamente estamos enfrascados en la tarea de reencontrarnos con sensaciones perdidas y de superar la enorme crisis de credibilidad que rodea a la política. En este contexto, hay que entender el bombardeo incesante al que se nos somete con conceptos como el de buen gobierno, la transparencia, el nuevo paradigma de gobernanza y una larga retahíla de términos que, de pura reiteración, se han convertido en retóricos.

En la América de Trump, también en este campo, existen recetas que bien pudieran ser referencias válidas en aras a recuperar la esencia del servicio público, la razón última, sino la única. En la América de Trump, Boise, ciudad de más de 216.000 habitantes, con aromas de lo que fue la manera de entender el servicio público, está gestionada por un reducido número de seis concejales, ninguno de los cuales está dedicado a la tarea exclusiva de la concejalía. Ninguno de ellos pertenece a la aristocracia ni a la clase pudiente de Boise. Abogadas, profesores, todas y todos ellos con una fuerte vinculación con la comunidad. Todas y todos han tenido que sudar duro para conseguir ser elegidos, sin apoyos de estructuras organizadas, demócratas y republicanos, reflejo de una diversidad real. En la América de Trump, en el periodo que he estado analizando el modelo de gobernanza de Boise, se ha celebrado alguna consulta sobre el destino de los dineros públicos en el ámbito educativo y ello es sustancial.

En la América de Trump, la meritocracía sigue siendo una de sus señas de identidad, parte inequívoca de su acerbo, la clave para entender su organización interna, la gobernanza pública, la vida, su cultura, la posibilidad de ascenso social, aunque también esta se encuentra resentida. En cualquier caso, se establecen procesos y filtros rigurosos para la cobertura de cátedras universitarias e institutos públicos, para los puestos directivos en la administración pública, para acceso a becas, donde la libre concurrencia es biblia y donde de poco sirve ser parte de un círculo de amistades. Valga como ejemplo el grupo de colaboradores y colaboradoras del alcalde de Boise, donde la selección obedece a criterios únicamente profesionales y donde no existe el riesgo de que se produzca una posible confusión entre intereses colectivos e intereses de grupos de amistades. Una sociedad meritocrática es la base en la que se cimenta la igualdad.

Un mes en la América de Trump, analizando in situ un modelo de ciudad y de gobernanza, permite llegar a la conclusión de que hay mucha fuerza y energía, mucha capacidad de superación. El futuro se gana con proyectos claros, con contundencia y sin caer en esa espiral de propaganda a la que nos estamos acostumbrando. El futuro lo ganarán quienes nos garanticen la libertad personal y la igualdad real, la posibilidad de crecer y la felicidad.

En la América de Trump, sobra espacio. A nosotros nos falta. El gran problema, sin embargo, viene de aquellos que se empeñan en achicar todavía más nuestro reducido espacio, quienes día a día van negando los derechos de aquellos que solamente quieren competir en igualdad de condiciones, de poder expresar sus opiniones y de discrepar. El hartazgo y la desafección se están extendiendo. El tono vital se apaga, los estadios de fútbol no se llenan, la participación se reduce a la mínima expresión. De ahí que incluso muchos de los que hacen imposible la convivencia en nuestra pequeña comunidad optan por la América de Trump. Otra señal más de la hipocresía que nos rodea y que nos invalida para, desde la superioridad moral, realizar juicios.