De política y tecnocracia
VIVIMOS en una sociedad obsesionada por los datos. Anualmente, mensualmente, diariamente, se nos ofrecen datos sobre la vida y milagros de una institución, un proceso social, un problema sin resolver. Cuando alguien pregunta, la respuesta es hacer un informe para analizar la realidad y en ese análisis se evalúan muchos, muchos datos. Alguien sacará conclusiones y nos las ofrecerá como un dogma.
¿Son los datos la respuesta a los problemas? A veces, especialmente en tiempo de crisis, surge la tentación de afirmar que no deberían existir políticos, que los tecnócratas, en base a informes y datos, son quienes deberían gestionar la sociedad y así evitaríamos muchas trifulcas y desilusiones. Los datos, en todo caso, nos ayudan a reformular preguntas, pero nunca a dar una repuesta. De manera especial, los datos no pueden dar una respuesta. Y menos aun cuando la pregunta que acumula datos tiene que ver con la felicidad.
La política es necesaria, precisamente para dar una respuesta, aunque ya sabemos que se desvía en demasiadas ocasiones del camino más humano a seguir y no responde a las necesidades humanas, sino a propios intereses, o intereses de plutócratas empedernidos. Si se deja única y exclusivamente en manos de tecnócratas? el camino hacia la utopía, en vez de acercarse, se alejará aún más. Lo más deseable, lo más cercano a la utopía es la capacitación global para recoger datos y utilizar esta herramienta para que las decisiones sean tomadas por el mayor número de personas, o que el mayor número de personas elija cabalmente a quienes lideran la toma de decisiones. Claro que para elecciones cabales necesitamos poner el acelerador en la educación en valores y no al servicio del mercado.
Lo grave es que, actualmente, hay tal cantidad de datos, de detalles, que podemos tener la ilusión de que ya con eso lo conocemos todo, pero los datos no saben entrar en el alma humana, en el fondo del alma humana, en la interioridad. Necesitamos liberar determinadas fuerzas espirituales reprimidas que tratan de salir al exterior, un “ensanchamiento del corazón” que, por supuesto, no cabe entre los detalles de las estadísticas, como no caben los auténticos deseos y los sueños.
Los datos no nos van a consolar, no van a sustituir la intuición humana, la pasión por la vida, especialmente cuando no se mercantiliza, cuando no se vuelve a recorrer por el mismo camino, cuando ya se ha convertido en rutina y un informe más anula la adrenalina. ¿Y si los datos se han recogido, además, de forma engañosa? ¿Y si se han filtrado para que yo, después de observarlos, vote en una determinada dirección o compre un producto concreto? Los datos son medibles y cuantificables, pero las decisiones humanas deben zarandearlos para separar el trigo de la paja y analizar el viento que los ha removido de su lugar. A eso se le llama lo cualitativo frente a lo cuantitativo, valores frente a intereses egoístas, humanización. La vida es más que un mercado, pero a veces las condiciones de los mercados hacen vidas imposibles mientras los grandes triunfadores derrochan aquellas ganancias que han conseguido.
Los números, lo mismo que la corrupción, nos tientan a llamar a los tecnócratas para que dirijan la sociedad. ¿Qué futuro podemos tener bajo la dirección de unas líneas elaboradas por quienes acumulan tal cantidad de datos que sólo producen ruido y así no pueden decantarse por ser más humanos, mientras resultan resolutivos cuando favorecen a quienes más números controlan? Necesitamos actores sociales políticos y económicos que modulen las desigualdades y se dejen llevar por esa intuición verdaderamente utópica de la reducción de las desigualdades, que es un objetivo político crucial.
La complejidad de la realidad social y política, con sus debates y exabruptos, sigue necesitando la acción política intensa, como mal menor. Quizá no nos aporta mucha esperanza, pero las soluciones a los problemas de nuestro entorno, o los globales, necesitan del coraje de afrontar los problemas. El hambre, la guerra, la salud del planeta y la salud de todos sus habitantes no pueden enquistarse por más tiempo. Sabemos muy bien cuántas personas están muriendo de hambre, cuantas personas sufren las consecuencias de la guerra, cuántos billones se gastan en armamento, y cómo se calcula el crecimiento o decrecimiento de la economía mundial, pero a la hora de la verdad pedimos más informes, más datos, ya tenemos la estadística en el bolsillo de la chaqueta, ocultando el corazón, y no actuamos en relación a las causas. ¿Por qué? No se trata de sustituir la política, sino de humanizarla, y de no volver a caer en la tentación de que quienes de verdad van a resolver los problemas son esos lobos insolidarios.