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Inteligencia total

CERRABA el año señalando en estas páginas a la desigualdad como la injusticia causante del aumento de la población excluida y abogaba por una política fiscal como piedra angular que redistribuya la riqueza para paliar las injustas desigualdades en Europa y en el mundo. Es preciso evolucionar para lograrlo, decía, como personas, no solo en tecnología, procesos, finanzas o logística. Y para ello apuntaba como necesario incorporar la inteligencia emocional al día a día.

Pero me quedé corto, porque no es suficiente la correcta gestión de nuestras emociones para que se produzca la evolución inteligente necesaria que afronte este cambio de era en condiciones. Y además tampoco hemos avanzado en ello.

Es curioso, cuando Daniel Goleman populariza lo que Howard Gardner había apuntado acerca de las habilidades intrapersonales e interpersonales (es decir, la inteligencia emocional), nos convence de la importancia de trabajar estas capacidades: el control de los impulsos, de la ansiedad, la capacidad de motivarse y motivar a los demás, la perseverancia a pesar de las frustraciones, trabajar la empatía y la confianza, desarrollar las habilidades sociales que pueden ser usadas para persuadir y dirigir, negociar y resolver disputas para la cooperación y el trabajo en equipo y el liderazgo. Sin embargo, ¡oh misterio!, mantenemos el déficit en estas capacidades esenciales que deberían trabajarse desde el ambiente familiar y escolar.

Pero, como decía, el paso es necesario pero insuficiente. Necesitamos ir más allá, al rescate de la Inteligencia Espiritual a pesar de que su mera enunciación en cualquier sociedad materialista -de izquierda o de derechas- resulta refractaria. Una definición amplia de espiritualidad incluye necesidades humanas universales, como encontrar sentido y realización en la vida; la capacidad de admiración, del anhelo de autorrealizarnos; creer en algo o en alguien, de sentir interés genuino y profundo por el bienestar de todos los seres humanos. De peguntarnos, en fin, ¿qué es lo que realmente importa? Es propio de la zona inmaterial o moral del ser humano que Howard Gardner denominó “inteligencia existencial”.

Ambas están relacionadas porque la espiritualidad implica una sensibilidad emocional inteligente. Aquello que sentimos hondamente acaba por inclinar nuestra persona en esa dirección. No todo está sujeto a la razón, la inteligencia, en algo más global. Algunos llegan incluso a vincular el concepto de “espiritualidad” con el de “inteligencia” al entenderla como la base necesaria para el eficaz funcionamiento tanto del Coeficiente Intelectual como de la Inteligencia Emocional. Es nuestra inteligencia primordial, la culminación de lo inteligente. La espiritualidad implica el desarrollo maduro de una sensibilidad personal e interpersonal.

Algo de esto vio el psicólogo Abraham Maslow en el desarrollo de su famosa pirámide o jerarquía de las necesidades humanas, hace más de setenta años. Su teoría de la “autorrealización” en la cúspide coloca allí a esos momentos en los que se produce una integración de la persona a todos los niveles como verdaderas experiencias que nos transforman. La autorrealización para él es un estado espiritual en el que el individuo emana creatividad, es tolerante y siente que debe ayudar a los demás para alcanzar ese estado de sabiduría que se puede traducir por sentirse realizado, feliz. Es una experiencia de satisfacción profunda que da un sentido positivo a la vida.

Sin embargo, parece que el camino que ambiciona buena parte de nuestra sociedad es muy diferente, hasta el punto de que el amor entendido como valor humano no cala fuera del contexto sexual. El amor es la entrega que remueve la verdadera autoestima y se encuentra en el fondo de la inteligencia espiritual; es la segura evolución hacia una humanidad verdaderamente avanzada. De hecho, cuando el desarrollo logrado en el Primer Mundo decide laminar lo espiritual, acaba por ser involutivo, generando grandes desigualdades. El materialismo abrasivo, en suma, nos hace insolidarios y poco inteligentes.

Quizá a algunos les parezcan estas cosas secundarias, por no decir irreales. A ellos les digo que se pregunten entonces, en serio, qué es ser inteligente de verdad.