Mitos y dogmas en torno al euskera
VERIFICAR el origen de una lengua milenaria como el euskera no es tarea fácil. Y es por ello que se presta a equívocos cuando tratamos de categorizarlo en un lugar determinado y en un tiempo determinado.
Respecto al euskera, su origen y su permanencia después de miles de años en los que la mayoría de las lenguas milenarias han desaparecido, la esencia del misterio sigue flotando entre nosotros.
El reconocimiento de la antigüedad es una certeza, el cuándo, dónde y el cómo, aparece, de momento, menos demostrable. Pero hasta los antiguos misterios dejan alguna clave que puede utilizarse para descifrar sus secretos escondidos. Y esta clave pudiera estar en la misma raíz y composición del euskera, que nos podrá aclarar la oscuridad y ser accesible a la comprensión humana.
En el origen del euskera todo está envuelto en una nebulosa confusa, pero la adrenalina nos inunda y, cuando nos aferramos a la búsqueda de algo, todos tenemos tendencia al paroxismo, cuya definición viene a ser “la exageración de algo, de una sensación, de un sentimiento, de una pasión, de una excitación, de una historia”. El paroxismo siempre es poco racional y los mitos, mitos son, pero tal vez los dogmas son más peligrosos.
Las interpretaciones serán variadas, pero la ortodoxia es mala consejera en la búsqueda del conocimiento. Y lo peor sería categorizar los hechos con certezas infundadas, y algo de eso hay cuando se hacen afirmaciones consistentes de hechos que aún no han hallado la luz.
Vayamos por partes. El euskera es una lengua de transmisión oral cuyo origen se desconoce y su localización está envuelta en conjeturas, tal vez, más intuitivas que racionales, y se habrá de partir, por tanto, de esa premisa. Difícil que una lengua de transmisión oral no se sustente en mitos. En el dogma, en su certeza, hay una pretensión de desestimar el mito, sin que admita ninguna oposición más que la pureza de su verdad, pero cuando no hay certeza de un hecho, porque no está comprobado, contrastar ciencia y mito es fundamental.
El proceder de la ciencia respecto del euskera debe ser ir más allá, profundizar en la raíz contrastando todos sus elementos, analizando las venas cársticas de la creación de la lengua puliendo sus sedimentos hasta encontrar hechos irrefutables, pero si no fuera así ¡loada sea la duda! porque los hechos necesitan de claras demostraciones a partir del mero hecho de su conocimiento. Hay un precioso dicho zuberoarra: Frutuak erakusten du arbola, eleak gizonaren barnea (El fruto nos muestra el árbol, la palabra el interior de la persona).
“La investigación etnolingüística de la vida de nuestros antepasados se nos convierte en etnografía” afirma Juan Manuel Etxebarría en su majestuoso libro recién publicado: Gorbeia inguruko etno-ipuin eta esaundak II basado en la temática de los mitos y leyendas transcritos por el lingüista zeberioztarra.
El compromiso de la ciencia es encontrar datos que aseveren verdades comprobadas, no verdades infundadas, pero los historiadores modernos se limitan sobre todo en la búsqueda de los hechos a partir de escritos y no en señales halladas, grafías, fonemas que pudieran darnos pistas. Recordemos El nombre de na rosa y los envenenamientos producidos en la biblioteca de la abadía: “Aquí estamos para preservar lo existente y no para ir más allá”.
Y más allá de los escritos de nuestros historiadores contemporáneos, el origen del euskera, en mi opinión, debería de estudiarse desde su raíz, desde la propia toponimia y en la profundidad de sus fonemas. Es más allá donde se ha de ir con el euskera, más allá en su profundo estudio arqueológico y lingüístico terrenal. Olvidándonos de la metafísica y de disposiciones divinas. Las observaciones lingüísticas deberán revelar suposiciones hoy no esclarecidas hasta convertirlas en hechos irrefutables.
Vivimos en la cultura de la prestidigitación pero, contrarrestar el mito por el dogma no nos lleva a ningún lugar. Aunque en nuestro tiempo se celebra, tal y como afirma Ortiz Oses, como exorcismo adecuado contra los viejos mitos, “el cultivo de una pretendida historia pretenciosamente objetiva”. Apunta nuestro hermeneuta que “los físicos siempre han ido muy por delante, por cuanto en lugar de evitar el mito lo integran en sus teorías y nomenclaturas. La aceptación del mito evita el dogmatismo, el cual funciona cuando alguien comienza por decirnos que él no anuncia mitos como los demás sino verdades puras”. Los dogmas, por tanto, se manejan con postulados absolutos de la razón.
Es muy elocuente la conversación escrita entre el investigador y estudioso de la lengua vasca Bittor Kapanaga y el escultor Jorge Oteiza: “Tantos siglos y con tanto glorioso sirviente vasco, sin haberlo reparado; pienso a veces, dentro del sueño, digo, si hubiera olvidado cómo volver de nuestra Prehistoria, pero me despierto y vuelvo”.
Y Kapanaga escribió a Oteiza: “Era importante lo que me decía sobre el planteamiento de constelaciones etimológicas y sobre la relación etimología-ontología (...) Por mi parte tengo la impresión de que los gramáticos son incapaces de ahondar en la filosofía de la lengua y se afanan en tejer musarañas sobre su superficie, haciendo más difícil un estudio en profundidad. Yo admiro mucho más a Uds. que con intuición saben adentrarse en esos mundos y aciertan a ver a través de oscuridades. Por eso pienso en D. José Miguel de Barandiarán y en usted”.
Ya sabemos que el mito es intuitivo y la ciencia analítica, pero el conocimiento intuitivo puede ser tan verdad o más verdad que la ciencia convertida en dogma. ¿Hay que desestimar la validez intuitiva? Posiblemente, pero no como principio, sino una vez encontrado lo que se buscaba. El mito es premisa y la ciencia es analítica, pero para que sea tomada como principio absoluto ha de estar basada en certezas fundadas.
En la tesis de la euskaldunización tardía que se nos quiere inculcar, me temo que hay una falta de veracidad y que su contextualización está muy lejos de llegar a las profundidades de nuestra lengua y su posible origen. Y podíamos titularlo, por tanto, como la “desvasquización tardía”. Muchas de las argumentaciones están basadas más bien en conjeturas y no en hechos empíricos contrastados, es decir en verdades que no están basadas en experiencias y en observación de los hechos.
La revisión histórica no podrá romper de cuajo el diálogo cultural del ayer y del hoy. Ni siquiera podrá abstraerse de los mitos porque supondría una agresión a la protohistoria sin dilucidar la verdad. Aunque ya sabemos que el dogma puede darlo por hecho aun desvirtuando los propios orígenes de lo tratado y adulterando el posible descubrimiento. Decía Sófocles que una mentira nunca vive hasta hacerse vieja.
Es difícil encontrar verdades absolutas, pero hay quienes se aferrarán al mito y los hay quienes se aferrarán al dogma. El estudio del hecho lingüístico desde su raíz y sus parentescos nos llevará a determinar el dónde, el cuándo y el cómo. Es como si redescubriéramos las palabras perdidas. Y para redescubrir la verdad existente en la antigüedad se necesitan más que divagaciones, habrá que rascar la superficie, adentrarnos y datar en aquello que nos puede dar luz.
Supongo que la ciencia tiene un método establecido, pero que los tratados escolásticos hacia nuevos descubrimientos se fundamentan en razonamientos que den pie a nuevos descubrimientos, más allá de las opiniones ya escritas. Controvertido tema el origen del euskera. La polémica está servida. Me temo que bien poco adelantamos con comunicaciones discursivas y, entre tanta parodia y tanta apología, vayamos, pues, a la raíz. Demasiada parodia es mala, demasiados apologetas en discusión tampoco resuelven nada.
El compromiso de la ciencia es encontrar datos que aseveren verdades comprobadas. Romper el misterio con hechos nada comprobados es lo que no debiera de hacer la ciencia, perdón, no la ciencia, sino los osados científicos que se apresuran a dar inventivas no reales.
Intuitivos estudiosos de nuestra lengua como fueron Gandiaga y Kapanaga decían: “Tenemos un documento enorme en nuestro idioma, que nos podría dar mensajes certeros, tan válido o más como las pirámides de Egipto, pero no sabemos interpretar ese documento”. Que los tratados científicos se fundamenten en hecho verificados y no en suposiciones es lo menos que podemos pedir.
Buena y sinuosa tarea la de la antropología lingüística. Tendrá que escudriñar todos los vericuetos. Hallar la veracidad de los hechos es ir mas allá de lo existente sin ocultar hallazgos de ningún tipo. No sé donde leí una frase que hago mía: “Solo descubre la verdad el que se atreve a trascender los límites e imagina otra cosa más allá de ellos, aunque le parezca increíble”.
Aunque lo misterioso y meritorio del euskera, mas allá de su origen, es su supervivencia. Bien decía nuestro poeta Josean Artz:
“Hizkuntza bat ez da galtzen ez dakitenek ikasten ez dutelako, dakitenek hitzegiten ez dutelako baizik” (Un idioma no se pierde porque no lo aprendan los que no lo conocen, sino porque los que lo conocen no lo hablan).