Síguenos en redes sociales:

EST: Empezar, Seguir y Terminar; el nuevo partido político de Gorriti

POLÍTICAMENTE correcto -un pensador contemporaneo- es el que es capaz de coger una mierda y no mancharse. Gorriti nunca será políticamente correcto porque hace lo que le da la gana. El arte es sentir que la vida es bonita, que hay colores para mezclar sin orden académico, que los objetos pueden perdurar eternamente en libertad. En el jardín de flores cuidadas con esmero, se oye el murmullo del viento rozando las esculturas que danzan con la melodía de ellas mismas. Aralar Itsasmira, la exposición de Juan Gorriti en el Palacio Miramar de Donostia, es un reconocimiento a su arte y su aportación al universo creador del país y su esfuerzo por comunicar y transmitir las raíces culturales. Así, en el fondo del alma de San Sebastián se ha quedado un tiempo de ancestros volando en el aire hechos libros, rastrillos, guitarras, cazuelas, zapatos de bebé, laias de labranza, escobas al revés, cayados de pastor... La txalaparta, con los cencerros de las ovejas de Inaxio, llenan el monte de misterio, porque todos los objetos bailan frente a la playa en una danza de olas y silbido del viento navarro de la cumbre del Aralar. Una cumbre tan alta que solo puede volar un ángel.

Hay muchas exposiciones a lo largo del verano en la capital cultural europea, pero ninguna como la actual en el Palacio de Miramar. Gorriti es arte puro. El olor de la hierba cortada por la mañana con el salitre, el color del cielo y el mar -nublado, con olas o quietud- es cambiante como nuestro clima y el verdor del paisaje. Así, cada día la exposición es distinta. No hay palabras porque los silencios son deslumbrantes. Con esos silencios de colores puros y su imaginación desbordante, ha recogido el pasado del tiempo con la locura del siglo XXI. Gorriti ha mamado en los pechos de Oteiza y Mendiburu. Ha dormido mecido por las baladas de Mikel Laboa y ha visto el horizonte a través del objetivo del fotógrafo donostiarra Sigfrido Koch. Hace cuarenta años, me llevó Sigfrido a su casa: “Es un artesano que?”. Y en los puntos suspensivos encontré a un genio que servía alubias en platos desiguales, partía queso al lado de una chimenea y compartía el vino con pastores, poetas, cesteros y escultores. Ese era el mundo irrepetible de arte y, ese recuerdo distorsionado, es el que se ha traído al borde del mar. Una quimera de fantasía y locura. A los grandes del arte los conocí en su casa, su hogar en Arribe-Atallu, en el valle de Araiz. Un hogar hecho con el calor de los siglos.

La casualidad es mentira. En las esculturas, dibujos, pinturas de Gorriti hasta el pan de oro, mezclado con la madera de mil años, grita al mundo tres letras. Las siglas del partido político de artista: EST (Empezar, Seguir y Terminar). Un lema para vivir que Gorriti grita al mundo desde su mundo de ensueño. Todos somos amigos. Todos somos iguales, pero en la vida hay que hacer las cosas perfectas. Empezar, seguir y terminar. Nada puede quedar cosido en hilvanes. Hay que buscar la perfección minuciosa de nuestros antepasados.

“Soy un pastor frustrado”, me dice Gorriti; y por eso se ha traído una vaca azul con pestañas de prima dona al Palacio de Miramar. En una de las salas -donde posiblemente los nobles paseaban sus tardes perezosas de verano- ha montado un monasterio dedicado a la cocina. “Mira como giran las cacerolas y bailan las sartenes”, le dice a su gran amigo Roberto Ruiz, cocinero del restaurante El Frontón de Tolosa, que aupó la alubia a la excelencia culinaria. Después, me enseña una alubia convertida en cuento y a su lado viaja un autobús infantil de colores chillones.

En los manteles de hilo bordeados de puntillas blancas, las obras mas serias de Gorriti descansan con arrogancia de reyes. Todo es especial, hasta el papel utilizado, un papel hecho a mano -Eskulan- por Juan Barbe. Al fondo, una txalaparta gigante -en homenaje a Sigfrido Koch- guarda en la comunicación ancestral del antiguo instrumento vasco el silencio del recinto. Un silencio que rompe en el cielo con un azul más intenso, una guitarra gigante. “La guitarra y una serie de luz y cuerda, la hice en recuerdo al gran amigo Mikel Laboa. La realicé para el escenario de su homenaje en el Victoria Eugenia”.

Los cursos de verano del Palacio de Miramar, los turistas y los grupos de niños que visitan la exposición no saben dónde mirar entre tantas obras inexplicables. “Quiero ir otra vez a ver al pintor”-dice Adur con siete años-, y la madre me cuenta que todas las mañanas visitan el jardín embrujado por los colores del artista navarro. “Quiero ser como Gorriti -me dice el niño- cuando sea mayor y dibujar como él”. Los niños son como el artista navarro, pintan genial hasta que tienen un maestro que les guía por el arco iris de una caja de pinturillas sin la libertad de la imaginación.

Para Juan Gorriti -un hombre capaz de ponerse gafas pintadas de colores chocantes, vestir un frac con chaleco bordado y un pañuelo de pirata con una gorra encima- ser políticamente correcto es un corsé prieto. Sé que usted y yo no seríamos capaces de salir de esa guisa a la calle, pero para este irrepetible artista vasco “la vida es una aventura que termina cuando se olvida respirar”.

La semana pasada le volvieron a operar de dos dedos (se los amputó haciendo una escultura) y entre los gritos de dolor, su humor hacía reír a las enfermeras y médicos del quirófano: ”Esto es music dolor”, les decía. Con los ojos apretados, para no ver la sangre que brotaba de sus manos, cantaba gritando. Así han pasado muchas historias de hospitales por su cuerpo y nunca se ha quejado porque cada día hay que llenarlo con vida y paz. Frente a la escultura Gerrarik ez dice que la vida es bella. “Sí a la paz y a la libertad. En las noticias vemos guerras de destrucción, maderas quemadas, el mar a veces como un cementerio, y otras desgracias”.

En el Palacio de Miramar de Donostia, le espera la exposición de Gorriti hasta septiembre.

* Periodista y escritora