LA kafala es un tipo de contrato o patrocinio que se utiliza para simular un acuerdo laboral entre trabajadores migrantes y “la parte contratante de la primera parte” en países como Líbano, Arabia Saudita, Jordania y los pequeños Estados Árabes de los países del Golfo. Si la cosa no fuese tan seria no acudiríamos a Groucho Marx como testigo de este simulado contrato que, en el fondo y en la forma, es una compra de personas a las que se les quita la dignidad humana. Existe un patrocinador que se hace cargo del visado de los trabajadores cuyo estatuto jurídico depende ya del patrón. Reciben salarios de miseria, en unas condiciones de peligrosidad laboral que se ha llevado por delante miles de personas. Si quieren marcharse del país, tienen muchas dificultades, a veces sólo la muerte se los lleva.
Qatar, con su canal de televisión Al Yazira, el más visto en el mundo árabe, con una referencia en el fundamentalismo islámico moderado, con su mirada crítica hacia Israel y EE.UU., con una amplia presencia publicitaria en los campos de fútbol y un aire de modernidad pues es uno de los países con renta per cápita más alto del mundo, con más de 93.000 dólares por habitante, pero con un millón y medio de personas trabajadoras extranjeras que sobreviven en su territorio, es un paradigma de la injusticia maquillada en nuestro mundo. Y si no lo vemos es porque no lo queremos ver. La democracia ateniense era posible para las personas libres, que vivían a costa de la institución de la esclavitud.
¿Qué hace tanta gente extranjera en ese país? Entre otras cosas, prepara el Mundial de fútbol de 2022, un evento en el que ya hay acusaciones de corrupción por una supuesta venta de votos para la elección de Qatar como sede. La verdad es que a uno le da igual dónde se celebre ese tipo de acontecimientos, incluso manchados por acciones poco éticas, pero sí tiene su relevancia que organizaciones de derechos humanos, la Organización Internacional del Trabajo y Amnistía Internacional nos estén diciendo que tales oportunidades de trabajo significan, más bien, una explotación, pues no hay competencia interna y están en deuda con los empresarios que controlan los visados de salida. Hay muchas personas que sufren en el país por una situación de explotación laboral extrema, pero lo que nos interesa en realidad es que en los estadios en los que se celebre el Mundial exista refrigeración.
Hablar de libertad sindical, o de salario mínimo, o de normas laborales para evitar accidentes es algo que se puede plantear, pero sólo obtiene evasivas o buenas palabras, nada más. Y si el terremoto de Nepal nos produce un sentimiento de cierta solidaridad calculada para acallar nuestras conciencias ante un desastre en el que intervienen las fuerzas de la naturaleza, no nos interesa recordar que hay más de seiscientas familias de ese país que han perdido a alguno de sus miembros trabajando en las obras que se están realizando en Qatar con motivo del Mundial de Fútbol de 2022. ¿Hay un millón y medio de trabajadores migrantes trabajando en la construcción de hoteles, autopistas, aeropuertos y estadios que, entre otras cosas, albergarán el Mundial de Fútbol de 2022? Sería estupendo si esas personas tuviesen una vida digna dentro de ese enorme campo de trabajo.
Podemos recordar que en Sudáfrica y en Brasil murieron nueve trabajadores en las obras del Mundial y hubo un gran escándalo. La Confederación Sindical Internacional dice que en Qatar, al ritmo actual, podrían morir cuatro mil personas antes de 2022. Parece que esas cuentas no se cifran en el balance de resultados. Y cuando hay tantos fallecimientos por fallos respiratorios y cardiacos, o accidentes laborales, podemos hacernos una idea de personas humanas, conviene recalcarlo, bajo un sol abrasador, sin experiencia en ese tipo de trabajos, con el pasaporte retenido y unas condiciones de vida que no tienen nada que ver con lo que les habían prometido y sin defensa ante las tramas de abusos, engaños y deudas, sueldos de miseria y horarios de diez o catorce horas. Ante las presiones, parece que han mejorado, con promesas incumplidas, algunas condiciones, pero eso no afecta en absoluto a quienes no trabajan en las obras del Mundial, que ni siquiera obtienen palabras de reformas cosméticas.
Ahora bien, los norteamericanos que trabajan en Qatar no se preocupan por no ser considerados miembros de hecho y de derecho del país, porque sus elevadísimos ingresos no les comparan con quienes sobreviven, si hay suerte, ante la ley de la kafala, que dispone de la vida de las personas. Mientras tanto, el mundo sigue girando sobre una grieta brutal de extrema riqueza y extrema pobreza? con sueldo, o lo que sea, hasta que se rompa tan impúdico eje.