DURANTE el último año diversos medios se han hecho eco de las palabras del lehendakari Urkullu sobre el carácter prioritario que el mercado alemán tiene para la industria vasca y el proceso de internacionalización de nuestra economía. No los países emergentes, ni los Emiratos, ni la lejana China. Ahora, merced a nuestro mayor volumen de comercio y los imperativos de una crisis que por culpa del renqueante mercado interior amenaza convertirse en estructural, el objetivo lo constituyen los países extranjeros del entorno, en primer lugar Francia, por conveniencia geográfica, y, sobre todo, la poderosa Alemania, por la relación industrial y tecnológica que numerosas empresas vascas mantienen desde hace décadas con esa nación.

Junto a los paradigmas de moda (Industria 4.0, smart grids, impresión 3D, etc.) ahora se impone Alemania como elemento estratégico de la política económica vasca. Según explica en su revista electrónica la Cámara de Comercio Alemana para España, la reforma laboral encauzada por los diversos gobiernos centrales ha hecho que el sector de las subcontrataciones vuelva a ser rentable para las empresas extranjeras. Hablamos de un mercado de 60.000 millones de euros, que en el caso de Euskadi, cuyo tejido industrial está compuesto en gran parte por proveedores de empresas extranjeras, puede convertirse en el motor del ansiado proceso de recuperación, y como resultado de lo anterior, también de un descenso en esa estadística del paro que políticos y gestores de lo público observan siempre con algunas gotas de sudor frío asomando por encima de la ceja.

Una cosa es la declaración de intenciones, otra el plan de acción. Urkullu hace bajar la adrenalina del paisanaje cuando propone la conquista de Alemania. La consejera de Desarrollo y Competitividad, Arantza Tapia, arranca gestos de asentimiento en Fitur diciendo que el mercado turístico alemán es clave para la difusión internacional de lo vasco. Ahora queda la parte difícil del trabajo. No cabe duda de que, con las numerosas iniciativas institucionales y los programas de mejora apoyados por la administración -formación, implantación exterior, Renove maquinaria industrial- se está haciendo de Euskadi un lugar atractivo para el inversor. Pero al parecer no basta, porque ha pasado un año y los alemanes siguen sin venir. Ni siquiera saben que estamos aquí. ¿No sería aconsejable completar esta labor de acondicionamiento local con algún trabajo de campo más allá de la frontera. En un país ombliguista y algo desorganizado como este, llenar de agua el abrevadero y dejar abierta la cerca ya es mucho. Pero no sirve de gran cosa si el caballo no lo ve desde lejos, o no encuentra motivos para acercarse a beber.

El servicio de Formación y Empleo del Gobierno vasco, Lanbide, en colaboración con la Zentrale Arbeitsvermittlung (oficina exterior alemana para la formación profesional), ha puesto en marcha una línea de programas y becas para idiomas y prácticas en empresas alemanas dirigidos a estudiantes y jóvenes en paro de la CAV. Según informan los responsables, cuesta encontrar voluntarios. La tibieza de la respuesta no se explica por el tópico de que al vasco no le va mucho eso de alejarse de su tierra. De ser así, los programas para Irlanda o Bélgica no registrarían un número tan grande de solicitudes. Obviamente, en el caso alemán el principal obstáculo lo constituye la barrera del idioma. Aprender alemán cuesta, pero tampoco tiene por qué ser más difícil que el estudio de cualquier otro idioma. Además, la asimilación de una lengua extranjera obedece a la aritmética de Pareto: con el 20 por ciento de los recursos gramaticales y de vocabulario -perfectamente asimilables en un solo curso- se pueden solucionar el 80% de las situaciones comunicativas.

Por otra parte, Alemania es uno de los países mejor organizados y señalizados que existen. Por experiencia propia puedo decir que no resulta fácil desorientarse allí, ya sea en el trabajo, en el centro comercial, la autopista o la gasolinera. Ningún estudiante en prácticas se sentirá perdido, sobre todo teniendo el respaldo de una agencia oficial y de los responsables de formación de las empresas respectivas. De modo que si alguien siente el impulso de echarse atrás por culpa de este tipo de temores, espero que mi opinión le sirva de ayuda a la hora de decidirse.

Hablar de un tema como este resulta delicado. A nadie le gusta que le recuerden que existe algo llamado la ética del trabajo. Pero es la verdad, y no están los tiempos para andar calibrando niveles de franqueza y corrección política. Optando por Alemania, quizá un estudiante en prácticas vasco no se divierta tanto como tomando cervezas con esos simpáticos irlandeses o pasando los fines de semana en los locales temáticos de Bruselas. A cambio de renunciar a estas expectativas frívolas, totalmente legítimas pero con un nivel de productividad curricular acorde con la cultura del ocio en la que están inspiradas, en Alemania hallará todo tipo de ventajas y oportunidades laborales. Y eso sin incluir la posibilidad de adquirir una valiosa experiencia profesional en la economía más potente y tecnológicamente avanzada del mundo después de Estados Unidos.

En un proceso de reestructuración económica orientado a la internacionalización, el trabajo local no es suficiente. Como bien se encarga de recordarnos el historiador Niall Ferguson en su libro The Cash Nexus, el Imperio Británico jamás habría llegado a existir si entre 1860 y 1914 tres o cuatro millones de personas no hubieran estado dispuestas a abandonar el Reino Unido para establecerse en países extranjeros. En el caso vasco, tarde o temprano será necesario que la gente se ponga a viajar, como poco hasta la Feria de Hannover.

Esto, que era válido en el siglo XVIII, cuando los comerciantes de Bilbao enviaban a sus hijos a trabajar en sus oficinas de Caracas o Baltimore, lo sigue siendo en la actualidad. Las empresas no mejoran su capacidad exportadora solo mediante transferencias de tecnología o comprando máquinas. Adquirir experiencia en el extranjero es un elemento clave del proceso. Si yo fuera empresario y tuviera que elegir entre un aspirante con la típica carpetilla en plan CV + Masters + Informática de usuario + etc., y otro que se hubiera pasado tres años trabajando en Alemania con robots de soldadura Kuka, controladores programables S7 de Siemens, o en la planta de montaje de Audi en Ingolstadt, no lo pensaba dos veces.