rECIENTEMENTE hemos acudido a una campaña en contra del racismo como consecuencia del plátano lanzado al jugador del Fútbol Club Barcelona Dani Alves en el partido que enfrentó a su equipo con el Villarreal. Como en tantas otras campañas (que por supuesto, solo sirven para lavar conciencias) han aparecido muchos famosos solidarizándose con el jugador, comiendo plátanos y pidiendo que tales hechos no vuelvan a repetirse. De hecho, la UEFA tiene una campaña especial contra el racismo de manera que en muchos partidos los capitanes de los equipos que lo compiten se dedican a leer manifiestos muy bonitos y absurdos.

¿Cuál es la razón? Muy sencillo. El racismo no existe. Es, como siempre, una simple cuestión de dinero. Nadie es racista con un africano o un árabe millonario. Al fin y al cabo, a nadie le importa tener un vecino como Michael Jordan o Morgan Freeman, por ejemplo, ¿no?

Pocas personas pueden estar a favor de tirar un plátano a un jugador de fútbol, claro está. Pero es repugnante todo lo que ha ocurrido después. Resulta que el chico que lanzó el plátano recibe una multa enorme, es estigmatizado socialmente y despedido de su trabajo. Y el multimillonario que ha recibido el plátano se vuelve un héroe y un ejemplo social.

A partir de aquí se dan diversas incongruencias que merece la pena tener en cuenta. Vamos a valorarlas.

Ir a un campo de fútbol y soltar toda la gama de insultos posibles no está mal visto, en especial a los árbitros. Pero si el insulto es racista la cosa cambia. Desde luego, la mayor parte de los insultos se hacen para desestabilizar al jugador rival, no se hacen porque las personas sean racistas.

Un aspecto sobre los insultos. Jamás he comprendido que alguien se moleste cuando le llaman hijo de p. Es como si a una persona le dicen "lavadora". ¿Eres una lavadora? Claro que no. Lo mismo ocurre con los insultos. Entiendo que los insultos ofenden a quien los dice, no a quien los recibe.

Pero volviendo al caso anterior, a lo que tenemos cierta fobia es a la pobreza y a las personas más desfavorecidas. Eso es debido a que los percibimos como una amenaza y a la vez en algunos casos pueden llegar a manchar conciencias. Y eso nos lleva a una cuestión más grave: lo que existe, más que el racismo, es el clasismo. Un clasismo que opera en dos sentidos: excesiva admiración respecto de los multimillonarios y de las personas que salen en la televisión, excesivo desprecio hacia los pobres y menesterosos.

¿Ha habido alguna campaña a favor de todos los que saltan la valla en Melilla y se arriesgan a sacrificar todo lo que tienen para intentar pasar a Europa? Claro que no. Sí, es verdad que existen campañas en diferentes redes sociales como la que se ha realizado a favor de las niñas secuestradas por el grupo terrorista de Boko Haram en Nigeria, pero no suelen ser muy útiles. Lo único que sirve es dejar tiempo o dinero en favor de organizaciones que operan en diversas circunstancias apoyando a pie de campo a quien lo necesita.

Todavía hay más. La UEFA o la FIFA son organismos que presumen de ética y valores cuando en realidad dejan mucho que desear. Basta ver dos ejemplos. La final de la Champions, celebrada en Lisboa, ha tenido un reparto de entradas peculiar: 17.000 entradas para cada club y 27.000 entradas para la propia UEFA. Es decir, para todos sus amigos y contactos. Muy equitativo, sí señor. Respecto a la FIFA, ¿qué podemos decir? Solo un ejemplo: que un mundial de fútbol se celebre en Qatar a unas temperaturas que molestan hasta a las cucarachas es algo espantoso. Una elección muy justa y transparente, sí señor. Y eso es poco en comparación con la gran sensibilidad que muestran con los obreros que se dedican a construir los campos de fútbol. A Pelé le parece normal que mueran en accidentes laborales. Pero le parece anormal que tiren un plátano a un multimillonario. Además, no se puede comparar la condena que ha recibido el chaval de Villarreal con la que reciben multitud de imputados en casos de corrupción. Es una pena y una desgracia, pero así funciona esta sociedad.

La mejor manera de definir este asunto la hicieron los aficionados de un club de fútbol cuando llegó un millonario árabe a poner dinero para realizar fichajes y reflotar el equipo. Le llamaban "el jeque". Cuando se dieron cuenta de que no tenía dinero y se marchó como había llegado pasaron a llamarle de otra forma. Un nombre muy común, la verdad. "El moro".