eNTRE las cinco leyes fundamentales de la estupidez humana (Carlo María Cipolla, Crítica 2013), la quinta que apunta este catedrático de Historia Económica es la peor de todas: el comportamiento estúpido es más peligroso que el malvado. El argumento da que pensar pues se basa en que las personas estúpidas ocasionan pérdidas a otros congéneres sin obtener ningún beneficio para ellas mismas. Por consiguiente, la sociedad entera se empobrece.
La razón es tan contundente como preocupante en su conclusión. Es duro de escribir, pero la realidad es que los estúpidos -ellos y ellas- lo son a tiempo completo, sin descanso, a diferencia del malvado, que funciona en su provecho con inteligencia; y descansa en su maldad porque sabe que da réditos si se dosifica adecuadamente. A los otros les subestimamos y en su osadía estúpida nos pueden hacer un siete con la sonrisa en los labios. Como el cirujano japonés Takaaki Matsuoka que para cambiar a mejor el destino de sus pacientes, lleva realizando, desde 2011, una peculiar intervención quirúrgica que modifica las líneas de las palmas de las manos de sus pacientes.
Naturalmente que un estúpido no es consciente de su estupidez lo cual incrementa su perfil devastador. En palabras de Cipolla, lo hace sin malicia, sin remordimiento y sin cabeza. Estúpidamente. Al menos, es una conducta reversible ya que se puede dejar de ser un estúpido; pero mientras tanto?
No estamos hablando solo de una actitud circunscrita a nuestros círculos más cercanos y familiares. No. Ahora prolifera la estupidez por doquier, desde el poder político al económico sin olvidarnos del financiero, claro, pues nadie está a salvo de reivindicarse en la estupidez aun a costa de un perjuicio colectivo. Son los que piensan que su destino no está ligado al nuestro aunque estén en la misma embarcación, los que nos dicen despreocupadamente que nuestro lado del bote común se está hundiendo.
Ante semejante desatino, los malos de verdad son los primeros en consternarse ante la contemplación de tanto comportamiento idiota, cosa que les perjudica porque se interfiere estúpidamente en su camino, que es el de la maldad injustamente interesada que sabe ejercitarse por los que sí saben hacernos estropicios para incrementar sus beneficios de todo tipo.
Pero, ¿quién es capaz hoy de deslindar a un estúpido de un malvado? Porque la estupidez es de las actitudes que se confunden con las personas que la padecen porque pueden comportarse así en cualquier momento y sin ser conscientes de ello. Quizá un signo que aporta luz es que el estúpido puede ejercer una presión insoportable sobre su entorno imponiendo lo irrelevante. Lo que no sabe o no quiere saber, carece de interés para él y trata de socializarlo. Y encima se cree el centro del universo con una osadía preocupante para todos, excepto para ellos. ¿Y qué decir de los buenos? Pues que nos hemos quedado en otra conclusión preocupante, ya que visto lo visto con los muchos comportamientos estúpidamente concienzudos, los comportamientos bondadosos y solidarios no son un colectivo peligroso, al menos en Occidente. Por tanto, no hay que preocuparse ahora de la bondad, que siga en minoría. Es el colmo de la estupidez, pero...
Incluso no son pocos los que confunden las buenas personas con las estúpidas, los comportamientos generosos con los poco inteligentes. Por algo todo un científico como Albert Einstein le dedicó una máxima a la estupidez a modo de advertencia: "Hay dos cosas infinitas: el Universo y la estupidez humana. Y del Universo no estoy seguro".