EVO Morales, presidente de Bolivia, un Estado democrático, fue retenido durante trece horas en Austria al negársele el permiso para volar sobre el territorio de varios países europeos. La razón esgrimida por las autoridades de estos países, y que confirmó el ministro español de Asuntos Exteriores, José Manuel García Margallo, era que se sospechaba que en el avión presidencial viajaba también Edward Snowden. Cuando se le preguntó si la información provenía de EE.UU. o si había hablado con las autoridades norteamericanas, Margallo respondió que eso "es parte del secreto de sumario". Es decir, que sí. Nadie duda de que la información de que Snowden estaba en el avión presidencial boliviano tiene su origen en los EE.UU. Las autoridades austriacas registraron el avión y no encontraron nada, por lo que la información demostró ser falsa, pero se creó un grave incidente diplomático y varios países latinoamericanos denunciaron el abuso. Tienen razón. ¿Alguien cree que se habría retenido el avión presidencial de Francia, Reino Unido o Alemania? ¿O el avión presidencial de EE.UU. si en él se encontrase un prófugo francés o boliviano?
Todo parece girar alrededor de Edward Snowden. Esta persona está en búsqueda y captura por EE.UU. desde que hizo públicos unos documentos que demostraban que su país había iniciado un gigantesco programa de recopilación de datos personales y privados de las comunicaciones de los ciudadanos. EE.UU. exige que se detenga a Snowden, esté donde esté, y que se le entregue para ser juzgado en su país. De momento, le ha retirado el pasaporte y ha iniciado una enorme campaña de presión diplomática para evitar que encuentre asilo en ningún país. Las presiones sobre los Estados europeos iban precisamente destinadas a evitar que escapase a algún país latinoamericano.
A partir de estos hechos, contados telegráficamente, surgen varias preguntas e inquietantes cuestiones. En primer lugar, lo más importante es saber si es cierto que las prácticas denunciadas por Snowden se han producido o no. Y todo parece indicar que son ciertas. Por eso el gobierno de EE.UU. se ha puesto tan nervioso, porque se ha revelado un programa cuya existencia se sospechaba, pero de cuyo alcance no se sabía nada.
Por si fuese poco, a partir de sus propias fuentes, el periódico New York Times desveló que las autoridades norteamericanas han fotografiado y recopilado datos de más de 160.000 millones de cartas y paquetes que entraron o salieron de EE.UU. Y solo durante el año pasado. Esto se ha sabido gracias a que un trabajador de Correos envió por error información sobre unas cartas a una organización de activistas. Si bien EE.UU. lleva un siglo recabando información externa de cartas y paquetes, desde el 11-S de 2001 esta práctica se ha generalizado y sofisticado. En la actualidad una parte muy importante de todos los envíos postales quedan registrados y son usados activamente por los servicios de seguridad norteamericanos.
Para ser justos, estas actividades no se refieren solo a EE.UU. El 4 de julio, el diario Le Monde acusó a la Dirección General de Seguridad Exterior (DGSE) francesa de llevar a cabo actividades similares a las realizadas por EE.UU. Según Le Monde, el Gobierno francés escucha y archiva todas las comunicaciones telefónicas, de internet y de redes sociales que se realizan tanto en Francia como entre este país y el extranjero. ¿Sucede lo mismo en todos los países europeos? ¿No habría que regular esto y crear los mecanismos para asegurarse de que se cumple la ley? ¿No habría, previamente, que abrir un gran debate en la opinión pública europea al respecto?
Además de estas malas prácticas, que con la excusa de la seguridad amenazan con terminar con la libertad de los ciudadanos, un segundo frente muy inquietante es el de la veracidad de la información que proporciona EE.UU. a sus supuestos socios y, por extensión, la credibilidad de las autoridades norteamericanas. No se trata solo de que Snowden no estuviese en el avión en el que EE.UU. decía que estaba.
Entre otros ejemplos, pueden recordarse las mentiras sobre las armas de destrucción masiva en Irak. A pesar de que las inspecciones de Naciones Unidas no encontraron ninguna evidencia entre noviembre de 2002 y marzo de 2003, EE.UU. lanzó una tremenda campaña de propaganda asegurando que existía un plan muy desarrollado en Irak que estaba a punto de convertirse en una seria amenaza para la paz y la seguridad internacional. Muchos países creyeron a EE.UU. Irak fue invadido. Pero nadie encontró la más mínima prueba. ¿Cuál fue la responsabilidad asumida por el Gobierno norteamericano o los gobiernos que creyeron su versión? Ninguna. Es vergonzoso.
Como también lo son las prácticas denunciadas por los archivos secretos que Wikileaks ofreció a los principales medios de comunicación mundiales. Desde la matanza de civiles, el falseamiento de las cifras de muertos en Irak o Afganistán, hasta las torturas sistemáticas en Guantánamo. Todo ello conocido y aprobado por el Gobierno de EE.UU.
Después de conocer todo esto, ¿es EE.UU. un socio fiable para los europeos? ¿Tiene credibilidad EE.UU. cuando facilita información a sus supuestos socios? Aquí hay que recordar que, en los últimos días, han aparecido indicios preocupantes de que EE.UU. estaría espiando de forma sistemática a las autoridades de la UE y a los Estados y empresas europeas. Hay otro dato no menos inquietante al respecto. Hace ya unos años, en la era de Bush Jr., varios altos cargos de la administración norteamericana afirmaron abiertamente que, incluso después del fin de la Guerra Fría, EE.UU. tenía como prioridad mantener la supremacía militar respecto al conjunto del resto de países, incluyendo a los socios europeos. Esto obliga a plantear una nueva pregunta: ¿somos realmente socios, países amigos? ¿Nos une algo más que el simple interés común en algunas cuestiones puntuales? En un momento en el que la UE y los EE.UU. están a punto de crear la mayor área comercial del mundo, el Gobierno de Obama debería aclarar en profundidad estas cuestiones. Entre ellas, cuál es su visión del mundo y dónde encajamos los europeos.
Finalmente, las prácticas y las presiones de EE.UU. cuestionan gravemente la igualdad formal de los Estados e incluso el cumplimiento de la legalidad internacional. Todos sabemos que los países no son iguales en muchos aspectos: dimensión, población, economía, poder militar, etc. Pero el sistema internacional se basa en aceptar que todos los Estados son iguales en derechos y obligaciones, que todos deben reconocer y respetar las reglas que se han dado a sí mismos: desde los Derechos Humanos hasta las reglas diplomáticas o la forma de redactar los tratados internacionales. Hace tiempo que EE.UU. no acepta las reglas comunes y se arroga la facultad de cambiarlas a su gusto. Cuando el Consejo de Seguridad no avala la invasión de Irak, el presidente Bush dijo que invadiría de todos modos Irak. Y lo hizo. Cuando una mayoría de países acuerdan crear la Corte Penal Internacional para juzgar y condenar a quienes cometan los crímenes más graves, como genocidio, EE.UU. no firma el tratado e incluso ha tratado de evitar su aplicación real. Cuando ha considerado terrorista a alguien, lo ha detenido incluso en países europeos, sin juicio, y lo ha enviado a Guantánamo.
¿Dónde queda el derecho internacional? ¿Y la dignidad de los países? La última vez que Europa tuvo dignidad y se enfrentó a EE.UU. fue con la invasión de Irak, cuando Francia y Alemania se opusieron a la vulneración de la legalidad internacional. Con el caso Snowden, solo Ecuador ha mostrado dignidad. Amenazado por EE.UU. con la supresión de ventajas comerciales por valor de miles de millones de dólares si otorgaba asilo a Snowden, el Gobierno ecuatoriano renunció inmediatamente a dichas ventajas. Para decidir libremente, como nación libre y soberana que es. Eso es dignidad. Y no detener el avión del presidente de un país democrático por un rumor falso construido por el gobierno norteamericano.