lA política, subordinada al poder financiero, no funciona en términos de deberes u obligaciones sino de ambiciones. Por ello, la democracia efectiva, la libertad y la justicia social, esto es, el proyecto de la Ilustración ha sido y sigue siendo incompatible con el orden social que el capitalismo requiere. La política, lato sensu, nos ha demostrado que una sociedad justa y satisfecha no ha sido posible ni hay ninguna garantía de que se vaya a lograr, lo cual ha causado una gran desesperanza y decepción entre la población.

El liberalismo ha sabido transmitir a la sociedad que, lejos de las quimeras absurdas y de los populismos falaces, no hay más solución que optar por una política pragmática, basada en propuestas utilitaristas, esto es, efectuada en función de sus efectos calculables y previsibles. Hasta tal punto ha arraigado socialmente esta afirmación que la mayoría marginada, lejos de tener una clara conciencia solidaria, convive, fragmentada y diseminada, en durísima competencia de unos contra otros.

Horkheimer no termina de comprender por qué la humanidad, en vez de entrar en una etapa solidaria y decididamente colaboradora, se hunde una y otra vez en un mundo hobbesiano, en el que el ser humano sigue siendo lobo para sí mismo. Lo cierto es que desde los albores de la humanidad y hasta la actualidad, el conocimiento científico y técnico, con el apoyo del poder religioso, han sido siempre instrumentos de dominación al servicio de las minorías privilegiadas.

La humanidad, ciertamente, ha vivido siempre en un estado de dominación, en el que los gobernantes no solo han utilizado su saber y su técnica para defender a sus pueblos frente a los enemigos, sino también para mantenerlos sometidos. Según Foucault, lo que hace que la dominación se sostenga, y no existan indicios objetivos de que pueda erradicarse, se debe sencillamente a la capacidad del poder para suscitar falsas esperanzas, fomentar la resignación y atemorizar a los disidentes con la descalificación o incluso mediante el uso disuasorio de la fuerza, que es cada vez más poderosa, sofisticada y eficaz.

Heidegger llevó a cabo un demoledor ataque contra la razón, poniendo todo su empeño en subrayar el poder desmedido que la racionalidad procura a los distintos ámbitos de su aplicación: ético, cultural, político y económico; y en demostrar que la injusticia proviene precisamente del éxito de la racionalidad, no de su debilidad. El mal tiene su origen en el conocimiento científico y técnico, siempre al servicio de quien ostenta el poder, ya sea de derechas o de izquierdas, porque tras él no hay voluntad de servicio, sino de dominación. No interesa el bienestar de la ciudadanía, sino la utilidad que el conocimiento y la técnica tienen para adquirir, ejercer y mantener el poder en provecho propio.

En este sentido, las dietas opulentas, los sustanciosos sobresueldos, los fastuosos despachos, los lujosos coches oficiales, la privilegiada condición de aforados y el afán de enriquecimiento desmesurado que finalmente conduce a la corrupción a demasiados políticos son inherentes al ejercicio del poder. Por el contrario, el desempleo, la escasez de derechos laborales, los desahucios, la contaminación atmosférica o alimentaria son simples efectos per accidens, que inevitablemente se atribuyen a la competitividad del mercado industrial o a los ciclos económicos, pero nunca al sistema capitalista. La realidad es que el mercado financiero y el poder político, que le da cobertura formal, se rigen por objetivos tales como la defensa de sus propios intereses y su desmesurada ambición, que tienden a bloquear sistemáticamente cualquier atisbo de justicia social, quedando las personas subordinadas a la utilidad que tienen dentro del mercado capitalista.

Foucault, Deleuze, Guattari y Lyotard llegan a la conclusión de que la dominación, gobierne quien gobierne, es inevitable. Por ello, proponen la resistencia ciudadana permanente, que viene a ser una oposición sistemática, independiente de las formaciones políticas, que no aspira al poder, sino simplemente a controlarlo, criticarlo y limitarlo. Si la dominación es la solidificación de las relaciones de poder que se fijan entre dominadores y dominados, la resistencia ciudadana pacífica representa la obstrucción permanente que evita y frena su consolidación. En este sentido, la movilización ciudadana organizada se revela como la forma más eficaz y operativa para ejercer oposición, resistencia, denuncia, protesta, reivindicación y reprobación.

Los seres humanos deben tomar conciencia de que si no socializan su sufrimiento, sus protestas se convierten en algo infructuoso. Deben, si realmente pretenden hacer de su necesidad individual un proyecto común eficaz, propiciar, mediante la toma de conciencia del carácter común de la situación social problemática, una unidad de acción efectiva, capaz de superar la situación injusta.