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El bucle sirio

NINGUNA situación es igual a otra. En todo caso, es semejante. El contraste nos permite valorar aquellos elementos que nos pueden dar pistas de cómo enfocar o interpretar un problema. La solución, una vez más, está en los actores protagonistas que puedan ser decisivos a la hora de determinar el final de un conflicto. La cuestión, muchas veces, es saber quién va a tomar la iniciativa de encargarse de proceder a dar el primer paso y comprometer su prestigio o sus recursos en el empeño, sin saber qué ventajas o beneficios conseguirá a cambio. Por otro lado, en una lucha encarnizada la consecución de unos objetivos depende de las fuerzas de que se disponga, de si se cuenta con las mejores armas, a veces, incluso, de las mejores razones para vencer, ya que eso permite conseguir una buena movilización social. En otras, depende de la reacción internacional y de los aliados y alianzas que puedan ofrecer la mejor ayuda posible en el momento decisivo. Sin embargo, la Primavera árabe ha demostrado que cada historia es única, que cada proceso político ha derivado en una situación nueva e inesperada y que la actitud de los demás países, en algunos casos, ha sido contraproducente a la hora de ayudar a los sectores que propugnaron el cambio en las autocracias.

Túnez, Egipto, Libia y, ahora, como una herida sangrante, Siria, donde se muestra que no se cumple ninguno de los requisitos anteriores para resolver el conflicto con garantías. Por un lado, los rebeldes no cuentan con las armas adecuadas ni con la suficiente cohesión para derrocar al gobierno; tampoco han sabido granjearse el apoyo incondicional de ningún país que les ofrezca ayuda decisiva. Por otro lado, el gobierno sirio no supo manejar los primeros conatos de descontento social y, ahora, no cuenta con la fuerza suficiente para sofocar la rebelión y se niega a plantear unos acuerdos que eviten la espiral de violencia que él mismo inició contra los sectores críticos al régimen. Son muchos los aspectos que han confluido para que esta contienda se esté prolongando ya más de dos años trayendo consigo un desmesurado horror. A las tensiones políticas se han sumado los aspectos religiosos y étnicos.

Se contabilizan ya unas 70.000 víctimas mortales, más de un millón de desplazados hacia otros países y unos cinco millones de afectados por la guerra que han visto destrozados sus hogares y forzados a irse para evitar los combates. Las condiciones de vida se han deteriorado de forma alarmante para la población civil, según las ONG que están asistiendo a la población (Acnur, Unicef, etc.) y nada parece que vaya a alterar este pulso entre las fuerzas de El Asad, enrocado en la perspectiva de afirmar que lucha contra terroristas, y los rebeldes, con un 20% de yihadistas en sus filas, que operan de forma independiente, aunque han conformado la Coalición Nacional de las Fuerzas de la Revolución y la Oposición Siria, con cierto aval internacional.

El gobierno, un tanto debilitado, ha perdido el control de una parte importante del país. Se combate en los barrios de Damasco e incluso las zonas de seguridad de la capital son amenazadas con atentados. Alepo está en manos rebeldes, el ejército regular no tiene capacidad para derrotar a las partidas rebeldes, pero sí cuenta todavía con el suficiente armamento pesado, aviación y artillería, lo que le dota de una ligera ventaja al poder atacar los núcleos de población y de resistencia a distancia. Esto ha derivado en una guerra de desgaste en la que todo está por perderse o ganarse mientras la mayoría de los sirios sufre el horror y la violencia que se plantea desde ambas partes.

Los crímenes se suceden, la violación como arma de guerra hacia mujeres o incluso hombres, el asesinato indiscriminado sin atender a ninguna convención se han generalizado entre las partidas progubernamentales, denominadas sabiha, y la entrada en escena de los grupos integristas cercanos a Al-Qaeda (el Frente de Al Nusra, por ejemplo, le ha jurado lealtad), bien pertrechados, que se han convertido en la punta de lanza del ejército rebelde y a los que hay que sumar innumerables violaciones de los derechos humanos.

Del mismo modo, estos grupos son los que impiden que Estados Unidos y la Unión Europea puedan dar ese paso que se cree necesario de ayudar con armamento pesado a las distintas facciones rebeldes ante el temor al destino final de esas armas, no sabiendo si sus próximos objetivos serían otros países árabes del entorno, con gobiernos moderados, provocando el caos en la región (algo que ya está incidiendo con la llegada masiva de miles de refugiados a Turquía, Líbano, Jordania e Irak). Sin olvidar el enorme temor desatado ante la posibilidad de que los integristas se apoderen de los arsenales de armas químicas o ya su empleo por el propio régimen como último recurso para evitar el desastre.

Así que no se puede pegar la patada sin más a un régimen moribundo pero que aún cuenta con el apoyo incondicional de Rusia, China e Irán, que le permiten seguir sufragando esta contienda contra su población y esquivar el embargo dictaminado por Estados Unidos y la Unión Europea. Una vez más, el factor de alianzas determina, en buena medida, la continuidad y supervivencia de El Asad.

Ningún gobierno ni Estado puede mantenerse en guerra durante un tiempo indefinido sin una ayuda de terceros. Y, ahí, es donde, una vez más, fracasa el modelo internacional, donde la ONU se muestra impotente, donde los intereses cruzados se extienden como tentáculos que impiden la salvaguarda de los derechos humanos. Descartada o imposibilitada una intervención militar, ya no se sabe ni donde están los frentes, solo queda la negociación de las partes enfrentadas. Pero hasta la fecha esto también ha sido otro brindis al sol.