ESTA Euskadi en momentos de crisis. O de oportunidad. Y no se trata de rememorar el discurso de Kennedy en Indianápolis (1959) aludiendo al hoy ya manido término chino wei-chi (crisis) y sus dos caracteres, "uno que representa el peligro y el otro, la oportunidad". En realidad, ni la traducción literal ni el sentido que se le otorgan son más allá de aproximados. La crisis solo es una oportunidad para quien posee los medios. Y aun poseyéndolos, se precisa también la convicción para utilizarlos. O, si se prefiere, el optimismo al que otro estadista, Winston Churchill, atribuía la capacidad de transformar una calamidad en ocasión. Churchill también afirmaba, por cierto, lo contrario; que el pesimismo troca la ocasión en calamidad.
Pero sí, Euskadi está en momentos de crisis, que no en crisis -las últimas elecciones acaban de demostrar que si algo está lejos de la crisis es, precisamente, la idea de Euskadi-, y quizás en consecuencia se le abre un horizonte de oportunidad. Porque posee los medios, especialmente los medios humanos. ¿Y la convicción?
La formación ganadora -claramente ganadora, habría que matizar- de las elecciones, el PNV, ha ofertado acuerdos amplios con que iniciar una legislatura clave en el desarrollo económico, social y político de nuestro país -de una parte de nuestro país, habría también que matizar- al resto de formaciones. Acuerdos asimismo abiertos -ya hay quien matiza y los califica de indefinidos- que no excluyen a nadie y que interesan los tres ejes (y problemas) esenciales de la política vasca: economía y crisis, consolidación de la paz y desarrollo del autogobierno. Las dos siguientes fuerzas en orden a su representación parlamentaria, EH Bildu y PSE-EE, no rechazaron el ofrecimiento en la primera digestión de los resultados, pero a medida que esta los metaboliza van restándole viabilidad en virtud de las diferencias en alguno de esos aspectos. Sin embargo...
En el ámbito socioeconómico parece relativamente manifiesta la diferencia de criterio entre EAJ/PNV y EH Bildu. O por lo menos con algunas de las partes contratantes de EH Bildu. No hay que olvidar que una de las formaciones de la coalición abertzale, EA, ha compartido durante muchos años gobierno y políticas socioeconómicas con el PNV. Ni que este ha liderado un Ejecutivo en el que participaba EB, formación matriz de Alternatiba, también conformante de EH Bildu. Ni que ha acordado y desarrollado medidas y leyes en ese ámbito muy cercanas a cánones ideológicos que bien podría asumir -y de hecho ha asumido- Aralar. Tampoco cabe ignorar que en lo socioeconómico EH Bildu y PSE-EE mantendrían principios ideológicos ciertamente acordes y que el PSE-EE, en cualquier caso y allí donde y cuando gobernaba, ha desarrollado políticas para nada inasumibles, más bien todo lo contrario, por el PNV. Dicho lo cual, las diferencias programáticas y de principio parecen menos insalvables de lo que se pretende. Más aún, ninguna de las tres formaciones será nunca capaz de oponerse públicamente al objetivo de salir de la crisis, crear empleo, mejorar los servicios sociales y, en definitiva, dotar a Euskadi de unos parámetros de bienestar equiparables, por poner un ejemplo, a los países nórdicos; parámetros de los que, por cierto, no hemos estado tan lejos apenas hace un lustro. Es decir, el problema, a lo sumo, sería de procedimiento.
En cuanto al desarrollo del autogobierno, no cabe duda de que si bien PNV y EH Bildu coinciden en el fin último de la plena soberanía vasca, modelos y ritmos aparte, en el PSE-EE no se comparte dicho objetivo. Sin embargo y a falta de mayor definición, desde el Partido Socialista -en Euskadi y en el Estado- numerosas voces han apostado bien por el total desarrollo estatutario y la bilateralidad en el respeto competencial, por la reforma de la Constitución y el pleno reconocimiento de las naciones, por una configuración federal del Estado o por el derecho a la decisión de pueblos y sociedades; todos ellos aspectos compatibles con una mayor aspiración nacional y, en su caso, pasos hacia su consecución o incluso sustitutivos legales por alcance de la misma. Sin ir más lejos, Sortu, que en realidad es la parte contratante de EH Bildu, se acaba de abrir a "metas intermedias" en esto de la soberanía. Y no hace falta retrotraerse demasiado en el tiempo, ni mucho menos llegar a la defensa socialista de la autodeterminación en el franquismo y los primeros tiempos de la Transición, para rescatar principios de compromiso entre la izquierda abertzale, el PNV y el PSE en este campo. Las conversaciones de Loiola son un magnífico ejemplo.
Respecto al tercer eje, el de la paz, ninguna de las tres formaciones se opondrá nunca, salvo repentino instinto suicida, al objetivo común de su consolidación definitiva. Y en estos momentos ni siquiera albergan excesivas diferencias -más allá de matices y de la eterna diatriba entre el huevo y la gallina- en cuanto a la definición final del proceso.
Así pues, ¿por qué no pecar del optimismo de Churchill? ¿Qué hay, más allá de los legítimos pero no primordiales intereses partidarios, que impide matizar las diferencias y no los puntos de acuerdo?
Cierto, desde EH Bildu puede suponerse que el desgaste de un gobierno en minoría del PNV les podría abrir la puerta del Ejecutivo dentro de cuatro años; pero no deberían tampoco despreciar la posibilidad de que un buen gobierno en minoría -no sería el primero en el caso de los jeltzales- reforzara la actual mayoría en el campo nacionalista. Ni tampoco la de que la participación en acuerdos plurales dotaría a la izquierda abertzale de una imagen menos radical, culminaría su aggiornamiento democrático y le prepararía para el caso de que le tocara gobernar, paliando carencias que ha mostrado claramente en Gipuzkoa.
Cierto también, los socialistas pueden entender, como EH Bildu, que el desgaste del PNV les acabará beneficiando; pero tampoco deberían obviar su gradual deslizamiento hacia un carácter residual en cuanto a la capacidad de condicionar la política vasca (y la estatal), su deteriorada imagen fruto del acuerdo con el PP y del pésimo gobierno de López, que quizás se podría corregir con la participación en acuerdos plurales y proactivos, y su necesidad de configurar una nueva doctrina y praxis políticas... con una credibilidad de la que ahora carece y que debe ganarse.
Y, por último, no es menos cierto que el PNV puede considerar un gobierno de mayoría minoritaria mucho más sencillo y rápido de poner en marcha ahora que la crisis exige inmediatez y resultados. También más cómodo en el ámbito interno. Pero no es posible ignorar que ha sido Iñigo Urkullu -con la legitimidad de su clara victoria- quien ha planteado al resto de las formaciones los acuerdos abiertos y amplios y por tanto a expensas de definir, a través del diálogo, en sus detalles. Mucho menos que los acuerdos podrían estar soportados por una mayoría de 64 parlamentarios y, por trabajosos que parezcan y resulten, no dejarían espacio a la oposición en Euskadi... ni fuera de Euskadi. ¡Y estamos hablando de crisis, paz y autogobierno!
¿Imposible? Solo si la política es, como ha llegado a decir The Times, una práctica "polarizada en grupos que no solo no se escuchan sino que no se pueden oír". Benjamin Disraeli, tras Churchill el político más reconocido en la historia de la longeva tradición democrática británica, jefe de gobierno en dos ocasiones y también gran líder de lo que se denomina Her Majesty's Most Loyal Opposition (la Muy Leal Oposición de Su Majestad), es decir, la segunda fuerza en la Cámara de los Comunes, solía afirmar que lo más importante tras saber descubrir la oportunidad es saber cuándo se debe renunciar a una ventaja. Churchill, por cierto, lo dijo más rotundamente al distinguir entre los políticos, que piensan en la próxima elección, y los estadistas, que se preocupan de la próxima generación.
* Periodista