a partir de una anécdota familiar (lógicamente desconocida por el lector) voy a relatar, más o menos como seguramente sucedió, un encuentro (posiblemente no tan conocido por el gran público) entre tres jóvenes que llegarían a ser con el tiempo personajes emblemáticos e históricos de Bilbao. El encuentro pudo ser, y tal vez fue, una auténtica encrucijada con un desenlace que presuntamente marcara el devenir de la vida de cada uno de ellos y, por la importancia e influencia de sus protagonistas, a toda la sociedad y a las siguientes generaciones.

Entre finales de los años 40 y mediados de los 50 del siglo pasado, mi ama, una chavalita entonces, era, en denominación actual, "empleada de hogar" de una casa de postín del Bilbao de aquellos años. Para entendernos, de una familia pionera en la iniciación de la actividad industrial en Bizkaia, propietaria de media ciudad y afamados comercios y residente en uno de sus edificios del Campo Volantín, donde a su trasera (en el lugar que hoy se asienta un hotel de tres estrellas con 350 habitaciones) tenía la fundición familiar (Sagardui) desde el año 1846.

Mi ama, como tantas personas, tuvo que dejar aun siendo casi niña la casa familiar en Sondika para ganarse la vida en la ciudad (Bilbao) y poder además pagar clases de costura. Lo de "Edurne, modistilla bilbaina", casualmente (¿existen las casualidades? diría Paul Auster) uno de los títulos primerizos del cine vasco, le iba como anillo al dedo. La verdad es que tuvo muchísima suerte -¡o tal vez se la ganó!-, y le trataron, me refiero a la familia de postín, casi como a una hija. El mismo trato familiar tendría su novio y luego marido (mi aita) y posteriormente (no tengo que ir muy lejos para dar fe), sus hijos.

Cuenta mi ama que en aquellos años conoció a un sacerdote ya muy mayor que era inquilino de una de las viviendas del Campo Volantín. Como los dos eran euskaldunes, entre el anciano sacerdote y la entonces chavalita se fraguo una buena amistad con diálogos en euskera. Ama dice que el euskera del cura era muy culto y refinado. El caso es que, por desgracia, aquella relación no pudo durar mucho ya que el pobre hombre murió al de unos días de haber caído en la cercana ría (a la altura del Teatro Arriaga), dicen que cuando al parecer (la verdad es que hay varias versiones sobre el particular) fue (acuciado)… a hacer aguas menores. Tenía 87 años.

Ese hombre tenía y sigue teniendo una historia. Puede que alguien diga que como todos los hombres. Pues sí, pero cada uno tiene la suya, propia e intransferible. Y la de este hombre es digna de mención. Hijo de poetas. De Lekeitio. Estudió Náutica, Filosofía y Teología. Y, sobre todo, ha pasado a la historia de nuestro pueblo por su ingente labor de campo para recoger el euskera hablado y cantado de cada rincón del país y establecer las bases de unificación del idioma. Además, fue uno de los fundadores de Euskaltzaindia y su presidente desde la constitución de la misma hasta su desgraciado y relatado fallecimiento. Incluso sería académico de la RAE (Real Academia Española de la Lengua).

Hablando de la RAE, un académico actual de la misma, Arturo Pérez Reverte, relataba, no hace mucho, tal vez exagerando un poco, cómo se cruzaban por el barrio de las letras de Madrid, hace varios siglos, Quevedo, Lope de Vega, Calderón de la Barca, Góngora o Cervantes, cuando iban por la mañana a comprar el pan…. o, como decía él, lo que se comprase entonces. Este tipo de encuentros, o similares, siempre han ocurrido. Por cierto, no he presentado a nuestro sacerdote, aunque seguramente habrán adivinado quién es: Azkue, Resurrección María de Azkue y Aberasturi (Lekeitio 1864-Bilbo 1951).

Azkue, como todos los mayores, también fue joven. En el año 1888, en agosto, cumpliría veinticuatro años. Aquel año se inauguraba la línea de ferrocarril Bilbao-Portugalete y el padre jesuita y futuro beato Garate iniciaría su labor de portero de la Universidad de Deusto. En ese año nacen Ramón de Basterra y Orixe, que luego colaboraría con el propio Azkue. Bilbao estaba creciendo rápidamente sobrepasando los… 50.000 habitantes. Y aún el Athletic (algunos creíamos que no databa) no había nacido. Lo haría diez años después.

Ese año 1888, la Diputación de Vizcaya (presidida por un donostiarra, Alzola) convocó (de hecho la idea surgió el año anterior ) una plaza de catedrático de euskera para el Instituto de Bilbao. Azkue, aunque estaba estudiando en Salamanca y a punto de ordenarse sacerdote, decidió presentarse. Y aquí, en pretender la plaza, se produciría un cruce, un encuentro (que en este caso además, sostengo, originaría una auténtica encrucijada) con otras dos personas (de hecho se presentaron más), bilbainos ambos, de similar edad a la suya, que con su vida y su obra marcarían y siguen marcando a futuras generaciones.

Azkue, que presentó su solicitud junto a materiales didácticos ya elaborados, se llevaría la plaza sin haber cumplido aún los veinticuatro años, aunque en su solicitud -de marzo- decía que ya los tenía, y la ocuparía hasta la desaparición de la cátedra por la Guerra Civil, con once votos del tribunal calificador. Ahora bien, sus oponentes no eran cualquier cosa.

El siguiente, que obtuvo tres votos, era a pesar de sus también aún veintitrés años, ya doctor en Filosofía y Letras. En aquel momento, era un profundo interesado en el euskera y en todo lo euskaldun, como quedó reflejado en el tema de su tesis doctoral. A lo largo de su vida, con una personalidad compleja -todo carácter y pasión, en permanente crisis por su sentimiento trágico de la vida- tuvo sus vaivenes no solo en este tema sino en todos, en política, en religión... Hablamos, cómo no, de Unamuno, Miguel de Unamuno y Jugo (Bilbo 1864-Salamanca 1936).

También se presentó -y aunque había escrito un estudio sobre la ortografía del euskera vizcaino e incluso renunciaba al sueldo, no obtendría ningún voto-, el más joven de los tres (aunque también con veintitrés años), que acababa de quedar huérfano y abandonar sus estudios universitarios. Hablamos de Arana, Sabino de Arana y Goiri (Bilbo 1865-Sukarrieta 1903).

Objetivamente, Unamuno tenía una formación más sólida, con titulación superior y conocimientos académicos de euskera (hoy en día diríamos que era euskaldunberri), pero Azkue, con menor titulación (bachiller en Teología) y posiblemente sin tantos conocimientos teóricos de euskera, tenía a su favor que mamó el euskera oral desde la cuna (hoy en día diríamos que era euskaldunzaharra). Creo que esto último pudo influir decisivamente en la decisión. Sin embargo hay quién también apunta (J.J. Granja Pascual), deduciéndolo de notas del propio Azkue y de cartas de Arana, que los buenos oficios de un diputado lekeitarra pudieron lograr que la decisión se inclinara a favor de Azkue. Al parecer la motivación del diputado (para más inri, amigo del padre de Arana) no era por motivos políticos, ideológicos o de convicción, sino exclusivamente por querer ayudar a un coterráneo que tenía que sostener a su ama y hermana. No obstante, la vida no tiene marcha atrás y la decisión fue la que fue. Pero, ¿qué hubiera pasado si el resultado hubiera sido otro?

Azkue, que vino de Salamanca a Bilbao (de dónde ya no se movería) y Unamuno, que haría, tras fallarle también el puesto de archivero y cronista del Señorío, curiosamente el viaje inverso, ¿habrían tenido las trayectorias vitales que tuvieron? ¿Se hubiera dedicado Arana en exclusiva a la actividad política, si hubiese ganado la cátedra? ¿Hubiesen llegado a ser un genial lingüista, un brillante intelectual y un sagaz político, respectivamente?

Seguramente, la historia de la lengua, de la literatura, de la política pudo haberse desarrollado y por tanto escrito de otra manera y seguramente el resultado de aquella cátedra marcó el devenir de la vida de los tres ilustres bilbainos. Es curioso que un hecho acontecido hace casi ciento veinticinco años haya podido influir en que los acontecimientos posteriores, de entonces a aquí, hayan sido de una manera y no de otra.

¿Se hubiera dedicado Azkue a la lingüística en exclusiva, en vez de ser presbítero de algún poblacho, como temían sus hermanas? ¿Seguiría vivo el euskera si figuras señeras como él no lo hubieran mantenido vivo incluso en los tiempos más tenebrosos del franquismo? ¿Existiría el euskera batua, ya que él fue su precursor con el llamado gipuzkera osatua? ¿Cómo se llamaría Neguri?

¿Se hubiese hablado de la llamada generación del 98 sin el concurso de Unamuno? ¿Hubiese tenido la ocasión de decirle a la cara, en vivo y en directo, jugándosela, al general legionario y golpista Millán Astray, aquello de "venceréis pero no convenceréis"? ¿Se habría manifestado de la misma manera todo ese espíritu inquieto, rebelde, contestatario, versátil...?

¿Cómo hubiese sido el devenir de este país si Arana no se centra en la política? ¿Habría pronunciado el famoso discurso de Larrazabal? ¿Existiría el PNV? ¿Hubiese podido aportar su simbología (el concepto Euzkadi, la ikurriña, JEL Jaungoikoa eta Legizaharrak…)? ¿Podría llamarse Mikel el que suscribe?

La verdad es que la historia-ficción podría ser infinita... y hasta entretenida. Lo que esta claro es que mi ama, unos sesenta años después de aquel encuentro en torno a la cátedra de euskera, solo podía encontrarse-dialogar con el que lo hizo, Azkue, ya que Arana fallecería muchos años antes de su nacimiento y con Unamuno solo hubiese podido coincidir hasta sus cuatro años y, de haberse producido, no hubiese sido un encuentro muy consciente. Amén de que en aquella época (1932-36) le teníamos a don Miguel en la última fase de su movida y excitante vida, preocupado y ocupado en otras cuestiones y lejos de su querida Bilbao. También estoy convencido de que mi ama (¡buena es ella!) de haber conocido en su día las peculiaridades del asunto de la cátedra, hubiera preguntado a Azkue, lo del error en la edad y lo de los presuntos buenos (para él) oficios del diputado lekeitarra apellidado Larrazábal, como el nombre del txakoli por el que se conoce al famoso discurso de Arana (¿casualidad?, volvería a decir Auster).

Ramiro Pinilla me dijo en cierta ocasión que las historias ("mentiras", las llamó humildemente) que cuenta bien podían haber sido tal y cómo las cuenta. En este encuentro que acabo de relatar ocurre al revés y somos hijos y herederos de unos hechos que, aunque podían haber sido de otra manera, fueron, por azar, por destino o por carácter ( a vida es una misteriosa trama de las tres cuestiones, diría Dilthey), como fueron.