El rapto de Europa (y del Nobel)
SEGÚN la mitología, el origen remoto de Europa ni siquiera es europeo: fue una mujer fenicia de Tiro de la que, según la leyenda, Zeus se enamoró y a la que decidió seducir o violar, a la manera edificante de los dioses griegos. Para lograr sus fines, se transformó en un toro blanco y manso, mezclándose con las manadas de su padre. Europa, viendo que el animal era manso, terminó por subir a su lomo. Zeus aprovechó esa oportunidad y corrió al mar, nadando con la joven Europa a su espalda hasta la isla de Creta. Entonces reveló su auténtica identidad y ella se convirtió en la primera reina de Creta.
La actualidad no es mejor que el relato mitológico. La Europa que ha forjado una gran civilización ha pasado a convertirse, en pocas décadas, en una burocracia incapaz de mirar más allá de los parámetros económicos y financieros. Como si hubiese olvidado su mejores valores para encastillarse en la razón instrumental de un materialismo que asusta. La Europa rescatada de la violencia provocada por las dos guerras mundiales para refundarse como una unidad política y económica al calor de los Derechos Humanos, ha vuelto a ser secuestrada, esta vez por otro padre de todos los dioses, el dinero, de la mano de la codicia de los mercados financieros. Con el agravante de que sus secuestradores son mucho menos éticos que Zeus, que ya es decir, y que los europeos estamos indefensos ante lo que nos pueda hacer ese nuevo dios.
También hoy ese ídolo falso se nos presenta disfrazado de toro blanco y parecía manso. El dinero nos gobierna eligiendo a quienes toman las decisiones. Lo que se decide para millones de personas, a veces ocurre mediante un simple clic sobre una orden de venta de millones de valores bursátiles. Hemos ideado una Europa tan unitaria y supraestatal que nos hemos olvidado de que está formada por naciones y personas, muy diferentes entre ellas.
Tuvieron que pasar dos guerras mundiales, dictaduras diversas y conflictos que sacudieron a varias zonas de Europa para que nuestro continente volviera a situarse en el mapa mundial. Pero la Europa social e integradora de los inicios está dando paso a una máquina de dos velocidades. O tres. Y ahora incluso se está considerando la posibilidad de suspender el acuerdo de Schengen (la libre circulación de personas por Europa con la consecuente eliminación de los pasos fronterizos) para algunos casos que hasta hace poco era impensable plantearlo. Aun así, nos han concedido el Premio Nobel de la Paz: Europa es el flamante nuevo Nobel de la paz. Pero tal como están las cosas, no hay tiempo ni para estar entretenidos en conferencias sobre el tema o mantener la noticia durante varias semanas.
Lo más sangrante es que después de tantas violencias (no hacer nada para evitar la hemorragia de los Balcanes, las matanzas de kurdos a manos de Turquía, no sancionar a Italia cuando expulsó a emigrantes famélicos que recalaron finalmente en Malta, a regañadientes, etc., etc.), la UE ingresará por el premio poco más de un millón de euros. Después del premio Nobel de la Paz otorgado a Henry Kissinger, este es el más injusto. Por cierto? ¿adónde irá a parar el dinero del Nobel? Con los cerca de quinientos millones de personas que habitamos la Unión Europa salimos a 0,002 euros. Algo más sería si la base del cálculo fuese sobre los cientos de miles de familias con todos sus miembros sin trabajo. Pero Merkel está a otra cosa: ha dicho estar muy contenta con el premio -cree que es merecido- pero sin demostrar visos de conciencia ante la violencia de los recortes inmisericordes que exige. Es la hora de recordar una gran enseñanza de Jiddu Krishnamurti: No es saludable estar bien adaptado a una sociedad enferma.