CUANDO se comparan los países en sus posiciones relativas respecto a la situación económica, sus fuentes de riqueza y su evolución en el tiempo, se emplean parámetros muy cuantitativos como el PIB, la balanza comercial, el ahorro, sus exportaciones... Los factores causantes de los éxitos y fracasos económicos y de su consecuente repercusión en el nivel de vida de los ciudadanos se presentan como variables técnicas de la macroeconomía y de las relaciones de estas variables entre los países. Ahora, después de reformas, elecciones y rescates, toca explicar el sostenimiento de una alta prima de riesgo y se argumenta que la explicación está en la desconfianza de los inversores en la devolución de estas inversiones. A mayor riesgo, mayor precio. Es decir, siguen sin confiar.
La confiabilidad es la característica de algo de lo que se puede esperar con certeza lo prometido, especificado o acordado. Y aunque este término se emplea especialmente en los sistemas físicos, como un satélite, es también en el caso de las personas una característica que afecta a un entorno social donde ocurren cosas. La confiabilidad social es una mezcla de estilos de relación, de mutuo conocimiento, de cultura de compromiso, de sentir lo ajeno como importante, de pensar en los otros, de intentar jugar al gana-gana con conocidos y desconocidos.
No es de extrañar que en los lugares donde sistemáticamente los índices de morosidad (lo que no se paga después de haber cerrado un trato) son mas bajos sean regiones mas prósperas. Vemos en muchas ocasiones cómo se atribuye a la buena gestión de las entidades locales datos como la morosidad que dependen sobre todo de esta variable social. La confiabilidad y el cumplimiento de lo pactado explica muchas cosas que diferencian unas regiones de otras en su nivel económico, y es algo en lo que en Europa deberíamos hacer de escuela internacional. La confiabilidad mejora la economía porque los sistemas públicos y privados de control y administración de justicia, que deben regular los incumplimientos que realizan los ciudadanos y empresas, son mucho menores y más económicos. Los costes sociales de mantener una justa correspondencia de deberes y derechos son menores cuando hay confiabilidad.
Los niveles de incumplimientos de cualquier tipo realizado por las personas, las empresas o las entidades sociales, aunque sean imposibles de eliminar en su totalidad, son muy influyentes en los costes de control, seguridad, justicia, detección de fraudes, morosidad, corrupción… para hacer que la sociedad funcione. Pero estos costes lo son del sistema, no generan valor y se detraen de otros recursos que sí generan valor en la sociedad. Además, debemos saber que los costes de la desconfianza y del incumplimiento los pagan siempre los que cumplen, aquellos que costean a los que incumplen sus propias obligaciones adquiridas en un régimen supuestamente aceptado por todos.
Los sistemas basados en la desconfianza son costosos y arruinan a quienes los sostienen, por ser generadores de costes sin generar ningún resultado. Invertir en sistemas basados en desconfianza es gastar, y hacernos caros y su permanencia en el tiempo depreda los recursos que en ellos se invierten. Decimos que cada vez mas desconfiamos de los políticos pero es el propio sistema, no las personas -las hay de todo tipo-, el que tiene dentro los embriones de su inadaptación a estos nuevos tiempos. Un ejemplo de ello es el modelo de estructura de alternancia política que nos gobierna. Cuando un partido pierde, pasa a la oposición. ¿Nos parece que es lo natural? ¿Por qué el que pierde tiene que hacer de oposición? Le asignamos el papel de vigilante, de garante de que el ejercicio del otro es limpio. ¿Mantenemos la hipótesis de que quizás no lo sea? Lo que debería hacer el perdedor -en un sistema de confiabilidad- es ayudar al que ha ganado, pues ambos antes de la votación solo querían sacar adelante a la sociedad consultada, con promesas para resolver problemas, con un programa u otro, por supuesto con sus diferencias. Si la finalidad de cada uno era resolver problemas de los ciudadanos, ¿por qué no siguen en tan meritorio empeño unos días después? ¿No será que el sistema político es caro y terminamos no confiando en el sobre todo porque es un sistema basado en la desconfianza?
Desde el momento que existe un ranking electoral, es decir, a las 12 horas de elegir al ganador el día de las elecciones, toda la energía del perdedor se vuelca en oponerse al ganador, en degradarlo durante cuatro años, en buscar el último asunto personal y delicado de impacto mediático para dañarle su reputación. Si un partido saca 120 parlamentarios y el otro 130, los ciudadanos pagamos 250 -el coste del sistema son todos los participantes- y los resultados son de 10 ya que 120 trabajan para controlar, reduciendo la acción operativa de los 130 que han ganado y hemos elegido en mayoría. No se fijen tanto en las cifras, pero sí en que cualquier sistema basado en la desconfianza se autoconsume en sí mismo y reduce radicalmente el resultado final en relación con los recursos, el conocimiento y la energía de personas que se emplean, que se ocupan de combatir al ganador. Es como un combate de boxeo que nunca termina.
La confiabilidad se manifiesta en muchas cosas y entre otras en la dimensión de los conflictos que están vigentes, en cómo se exhiben estos en los medios de comunicación, en la ligereza con las que un debate se amenaza con terminar en los juzgados y en el número de los profesionales que se ocupan de mitigar los conflictos y de conducirlos a una sentencia. Mientras que España tiene 2,63 abogados por cada 1.000 habitantes, Alemania tiene 1,68, Francia tiene 0,73 y Suecia 0,51. Alguno dirá que así el sistema protege más los derechos de los ciudadanos, pero no es así.
Si sabemos que la confianza es un activo social que acompaña al desarrollo económico y a la calidad de vida, ¿por qué no nos empleamos en ver como aumentarlo en todos los espacios de relación, no solo en los educativos y económicos sino también en los políticos y empresariales? Debemos tener en cuenta que la confiabilidad de nuestras estructuras sociales desde el nivel familiar hasta la sociedad en su conjunto, pasando por las organizaciones e instituciones publicas, determina el aprovechamiento de todos los demás recursos.
La confiabilidad es una tarjeta de visita fundamental en los negocios sostenibles, y será percibida desde la economía mundial caracterizando amplios sectores productivos. El conocimiento aplicado, el valor que generamos, el buen uso de los recursos sanitarios y de la educación y la calidad de vida dependen mucho más de la confianza que se entreteje en una sociedad que de los dineros que se aplican. Que sepamos también que los que confían y los que cumplen con sus obligaciones son los que pagan los sistemas de control y reparación de los que incumplen.
Hasta que la cultura del engaño, del listo como referente, no sea socialmente reprobada, mantendremos niveles insuficientes de productividad y, sobre todo, de desarrollo social. No hay nada más económico para todos que la confianza reciproca como estilo. Tengámoslo en cuenta.