CUANDO hablamos de los problemas del sistema educativo, nos referimos a hechos que casi siempre suceden dentro de ese espacio conocido como aula. La causa de muchos de los problemas cotidianos con lo que tenemos que lidiar los profesores está en el empeño en seguir aferrándonos a un modelo docente basado en lo que comúnmente llamamos "dar clase", acontecimiento repetido con regularidad propia de una colmena al que se le asigna una función que tan solo cumple de forma precaria.

Veamos, por ejemplo, el tratamiento de la diversidad, que entronca directamente con la propuesta de diversificar itinerarios. Y, ligada a esta, la cuestión de las conductas disruptivas que impiden prestar la atención que merecen los alumnos colaboradores. Pretender que los profesores podemos solventar este problema transformándonos a nosotros mismos en mejores profesores es ignorar que la interacción entre medio e individuo es bidireccional. Si es verdad que no se puede transformar el medio social sin cultivar virtudes personales, no es menos cierto que las lacras sociales se perpetúan si, más allá de pulir el carácter individual, no se introducen cambios estructurales.

Por tanto, hagamos algunos números. Cada profesor de secundaria tiene cada año escolar alrededor de cien alumnos repartidos en tres o cuatro grupos e imparte en el aula unas 18 sesiones lectivas a la semana (20 a partir del próximo curso). ¿Qué pasaría si, por ejemplo, en vez de estar cuatro horas a la semana con cada grupo de 30 alumnos (dependiendo del nivel y la asignatura, pueden ser dos, tres o más horas), los grupos fueran de 5 alumnos y cada profesor estuviera una hora a la semana con cada grupo? Su horario semanal seguiría siendo de veinte horas pero cada uno de sus cien alumnos permanecería dentro de las aulas la cuarta parte del tiempo. Por otro lado, las conductas disruptivas serían un problema mucho menor. ¿Y qué pasa con ese montón de horas de clase que los alumnos dejarían de recibir?, se preguntará más de uno. ¿Quedaría el horario de los alumnos reducido a una hora semanal por asignatura, es decir, unas diez horas a la semana? Sí y no. La respuesta nos la podrían dar la Universidad de Harvard y el Instituto Tecnológico de Massachussets, donde han iniciado un proyecto de aulas abiertas que pone a disposición de alumnos de todo el mundo cursos a través de internet. En este caso, el prestigio está avalado por un hecho contundente: hay 120 Premios Nobel que en su día fueron alumnos de estas dos instituciones. Hagámosles un poco de caso y volvamos a la pregunta: ¿darían menos horas los alumnos? Trabajarían de otra manera por medio de las tecnologías de la información y la comunicación.

Seguramente, no pocos objetarán que aumentar el tiempo que los jóvenes pasan delante de su ordenador en lugar de convivir con otros estudiantes y profesores empobrecería sus habilidades sociales y se perdería mucho de contacto personal y de afectividad. Sería una objeción razonable pero alejada de la realidad. Que una persona dedique mucho tiempo a hacer una cosa no es la causa de que no haga otra diferente, sino la manera de ocupar el tiempo que no emplea en hacer algo diferente. Por otra parte, si al margen de las causas penetramos en la naturaleza del fenómeno de las TIC, vemos que ese tipo reparos suele argumentarse con un falso silogismo: trabajar con un ordenador no es una modalidad de relación personal genuina; luego, si trabajas mucho con un ordenador no tienes relaciones personales genuinas. Sería como afirmar que una persona está desnutrida si bebe mucha agua, porque el agua es poco nutritiva.

Lo que está ocurriendo no es un proceso que nos conduzca a un acabose, caricaturizado como una multitud de cibernautas enajenados. Es un mundo nuevo, sí, pero su horizonte, refiriéndonos al ámbito docente, no está en la incomunicación, sino en otras formas de comunicarse. Un reto formidable para los profesores, ya que somos cada vez menos necesarios como mediadores entre alumnos y fuentes de información y lo que se espera ahora de nosotros es aquello que la tecnología no pueda ofrecer.

No estamos, por tanto, ante una deshumanización de la enseñanza sino ante el desafío de hacernos cargo de lo que nos hace netamente humanos. A la tecnología lo que es de la tecnología. Me temo que las aulas fueron inventadas como un espacio para informar. Es hora de sustituirlas por un entorno formativo.